Me llamó la atención el nombre del único puesto vacío de la feria. Nada sobre la mesa. Nadie atendiendo. Apareció de la nada una muchacha con un turbante que me habló.
– ¿Le interesa?
– No comprendo.
– Pues es lo que dice ahí. Vendemos momentos. Supongamos que usted muere, nosotros le garantizamos unos momentos más. El mínimo es un año.
– Es ridículo. ¿Cómo pueden saber cuándo moriré?
– No lo sabemos, usted tampoco. Pero lo sabrá cuando empiece a vivir sus momentos extra, dado que el mismo precio le hará saberlo. Me explico: a cambio de seguir viviendo hacia el futuro, usted entrega sus memorias del pasado desde la más remota que tuvo hasta el límite que haya contratado. Cuando note que no recuerda eventos muy lejanos, sabrá que vive de regalo nuestros momentos.
– O sea que no extienden la vida, sino que la corren de lugar borrando lo anterior.
– Es una manera graciosa de explicarlo, pero es algo así. Veo que entendió.
– No parece ser un precio muy alto, había pensado en el alma o algo así…
– Eso es para los cuentos donde hay demonios. Aquí hay una empresa con serios respaldos de mucha experiencia internacional.
– ¿Qué debería hacer para acceder a un año?
La muchacha sacó un papel grueso que decía en letras grandes: Acepto un año. El resto estaba en blanco.
– Debe colocar al pie una gota de su sangre.
Lo hice. Me fui medio pensando que, o me estaban tomando el pelo, o yo les había tomado el pelo a ellos, haciéndoles creer que me creía su mentira.
La semana siguiente fui al cumpleaños de mi padre. Duro como un roble, el viejo llegaba a los sesenta y cinco como si tuviera mi edad. Antes de la ceremonia fuimos a su cuarto de herramientas porque me quería mostrar algo que había arreglado. Me llamó la atención un aparato que tenía arrumbado y le pregunté por él.
– ¿No te acordás de la morsa de banco? Cuando eras chico te agarraste un dedo con eso y entonces lo guardé allá y no la usé más… ¿Cómo no te acordás?
Hoy hace casi once meses de ese día y comprendí que había empezado a consumir mi año. Ya perdí el rostro de mi compañera de tercer grado de quien estaba enamorado. Esta mañana empecé a sentirme mal.
Volví a la feria, desesperado, a buscar el puesto para pedir más tiempo. No estaba. Le pregunté al del puesto de al lado. Me dijo que se les había acabado el plazo del alquiler del lugar y no renovaron.
No sé si podré asistir al próximo cumpleaños de mi padre.
Aunque no puedo negar que la muchacha no me mintió.
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