El deshonor del comandante Dumanoir

El deshonor del comandante Dumanoir

Aquel
21 de octubre de 1805 el navío San Francisco de Asís, de setenta
bocas de fuego, navegaba en la vanguardia de la escuadra del
contralmirante Pierre-Etienne-René Dumanoir le Pelley, al mando del
brigadier Luis Antonio Flores. La formación del compañero de armas
del vicealmirante Pierre Charles Sylvestre de Villeneuve, máximo
responsable de toda la Combinada hispano-francesa, había tardado
demasiado tiempo en virar en redondo para acudir en ayuda del grueso
de la escuadra y poder así equilibrar el encarnizado combate contra
la flota de su enemigo el vicealmirante Horatio Nelson. Cuando por
fin llegaron en auxilio de su capitana, los palos del Bucentaure, de
Villeneuve; el Santísima Trinidad, de Baltasar Hidalgo de Cisneros,
y el Redoutable, del valiente capitán Jean-Jacques Lucas, ya habían
caído sobre sus cubiertas o flotaban en el agua.

El
conde Dumanoir estaba al mando de dos columnas de navíos en la que
iba a ser la sangrienta y encarnizada batalla de Trafalgar. La
primera de ellas, encabezada por su navío L´Formidable, de ciento
veinte cañones, al mando del capitán Letellier, seguido por los
buques Scipion, Duguay-Trouin, Mont-Blanc y el español Neptuno;
mientras que en la segunda formación, navegaban el San Francisco de
Asís y el veterano Rayo, ambos de ochenta cañones, además de los
galos Héros e Intrépide, junto con la fragata Cornélie.

Pero
vislumbrando la magnitud que iba adquiriendo el combate, al
comandante francés no le gustó lo que vio y lleno de temor, después
de dar orden de descargar varias andanadas sobre los buques enemigos
desde una prudente distancia, decidió que el sacrificio de su
escuadra solo serviría para perder varias unidades más. Por tanto,
resolvió la precipitada retirada de todas las que se encontraban
bajo su mando. Sin embargo, el San Francisco de Asís rompió la
formación ignorando sus órdenes para obedecer las consignas de Luis
Antonio Flores, quien se fue directo hacia la batalla tratando de
proteger con su fuego a los navíos que estaban recibiendo un mayor
castigo.

Enseguida
siguieron su estela el Neptuno, de Cayetano Valdés, y el Rayo,
comandado por el brigadier Enrique McDonnell, continuando así su
valeroso ejemplo, y también secundaron a los españoles los
capitanes del Héros e Intrépide, señores de Poulain e Infernet,
maldiciendo todos los hombres de esas tripulaciones la cobardía de su almirante. Dumanoir emprendió su huida con las cuatro unidades que le quedaban, hasta
que el comodoro Richard Stracham les dio caza a la altura del Cabo
Ortegal, llevándoselos apresados al puerto de Plymouth. Allí murió
encarcelado en 1807 el capitán Guillaume Jean-Noël la Villegris,
comandante del Mont-Blanc, de setenta y cuatro cañones, víctima del
maltrato y las duras condiciones a las que lo sometieron los
británicos.

No
obstante, el ejemplo de dignidad de Luis Antonio Flores y del resto
de los españoles no sirvió para darle la vuelta a la situación, y
sobre las 17:00 horas de la tarde de aquella funesta jornada, el
fuego ya había cesado en la mayoría de los buques de la Combinada.
Fue el momento elegido por el vicealmirante Federico Gravina y Nápoli, herido en un brazo que al final le costaría la vida, para enarbolar la señal de reunión y luego la de retirada, en una
entena del magnífico Príncipe de Asturias, tratando así de salvar
los restos del naufragio y no dar mayor satisfacción al enemigo.
Pudieron seguirlo en su llamada los navíos San Justo, San Leandro y
el Neptune francés, a la vez que la fragata Thémis acudió en su
ayuda y lanzándole cabos, ayudó al remolque del gran navío español
de ciento doce cañones, sin que los británicos pudieran impedírselo
a ninguno de ellos. Sobre todo, gracias a que los vencidos todavía
tenían baterías y artilleros con los que mantenerlos a raya.

Tras
la estela de su capitana, siguieron su rumbo el San Francisco de
Asís, Rayo y Montañés, este último con su heroico comandante
Francisco de Alsedo ya fallecido, dando protección a los franceses
Pluton, Héros y Argonaute que, hallándose en tan malas condiciones,
no pudieron superar el fuerte temporal que se desató en la bahía de
Cádiz al término de la batalla y se hundieron en las inmediaciones
de Sanlúcar de Barrameda y el Puerto de Santa María, al igual que
le sucedió al Rayo. Allí siguen todos sumergidos y convertidos en
pecios heroicos, lo mismo que el soberbio Santísima Trinidad, el
único navío de cuatro puentes de su época, que había sido
apresado por los enemigos como trofeo y se hundió cerca de la punta
del Camarinal.

Después de su liberación, el conde Dumanoir fue sometido a un consejo de guerra
por su cobarde actuación en Trafalgar, resultando degradado y caído
en desgracia. Pero más adelante, desaparecido el Imperio
napoleónico, el gobierno de la Restauración le perdonó y pudo
reingresar al servicio de la Marina de guerra, en donde volvió a ser
ascendido a causa de la falta de jefes y oficiales, aunque el
deshonor le acompañó por el resto de su vida y fueron muchos los
jóvenes oficiales franceses que se negaron a servir a sus órdenes.

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