Cada fin de año mientras todos brindan, se saludan, se besan y celebran, yo pienso en la máscara del diablo. Hoy no es diferente.
Desde aquel viaje a Ecuador vestirme de rojo para recibir el año, se convirtió en una tradición personal.
Nadie lo nota, pero hace cuatro años que espero el primer día de enero con este color.
Mis dos amigas y yo, veníamos haciendo una especie de gira, habíamos pasado por Chile, Colombia, Argentina y llegamos a Ecuador el treinta de diciembre.
Ni Aurora, ni Mónica, ni yo sabíamos absolutamente nada de este país, llegamos al hotel, y después de pasar por la ducha y una siesta corta, salimos a recorrer.
El primer día del año, estábamos caminando y Aurora como siempre no paraba de tomar fotos, cuando la música en la calle nos llamó la atención. Nadie nos había hablando de que podríamos encontrar algo así.
Al volver a casa semanas después supe que se trataba de la diablada pillareña.
El rojo era dominante en las calles, la música, y la alegría, nos invitó.
Entre el tumulto perdí a las chicas, pero no era algo que no hubiera pasado en otro de nuestros viajes, seguro las encontraría al volver a la habitación pensé, y así sucedió.
Yo estaba fascinada viendo como bailaban aquellas personas de rojo con máscaras endemoniadas.
En el alboroto uno de los enmascarados me tomó del brazo y me hizo bailar.
Yo no podía parar de reír. A pesar del disfraz pude ver que sus ojos eran intensamente negros, y viendo sus manos, supuse que aquel joven
probablemente tendría unos quince años menos que yo, o sea no creo que llegara a sus treinta.
Miro la pared con una copa en la mano, esa pared donde cuelgo recuerdos, una guirnalda chilena, plumas de Brasil, dos sombreros mexicanos, un mate argentino y más arriba adornando mi mural, la máscara del diablo.
Seguí bailando con aquel chico, e intentaba adivinar como seria su rostro. Fui yo la que lo invitó a apartarse del grupo, él simplemente me siguió.
Casi anochecía y mi curiosidad no paraba de crecer. Al igual que mi interés.
Aun tengo en mi mente la música de esa noche.
Un poco bailando y otro poco caminando, fuimos a un corredor con muy poca luz, y algo lejos de la gente.
Quise verle el rostro, pero se negó. Le dije que no podría irme del país sin besarlo.
Sin quitarla, subió la máscara un poco nada más, me apretó contra su cuerpo y me besó, fue un beso largo, intenso, apasionado, un beso que aun recuerdo con detalle, nada más que un beso, pensarán algunos, pero la intensidad de este sigue apoderándose de mi.
Se volteó a mirar hacia la fiesta, y dijo que debía irse. Le pregunté su nombre, y me susurró al oído, soy el diablo, y se rió.
Le pedí que me dejara un recuerdo. Giró se quitó la careta la puso en mi mano y se fue.
Nuca pude verle la cara, ni supe su cómo se llamaba.
Fue un momento, algo que podría haber sido insignificante, pero el misterio lo convirtió en mucho más por lo menos para mí.
Hoy salgo a recibir el año con mis amigas. Estamos en casa planeando nuestro próximo viaje. Aurora dice que nos está faltando Paraguay, Mónica que preferiría Perú, y yo, como cada fin de año, estoy vestida de rojo, bebiendo
champaña y recordando, como si fuera una adolescente inexperta, aquel beso del diablo.
OPINIONES Y COMENTARIOS