Prólogo: 13 de Agosto de 2018
El hombre puso un peso de cocina de color rojo sobre la mesa. Tras poner un cuenco encima, lo encendió.
El peso marcaba 0 gramos. Un chico, posiblemente menor de edad, le trajo una bolsa y vació el contenido dentro del cuenco. 1200 gramos de marihuana. De interior. Hidropónica. Era de un color verde claro y olía muchísimo. Se ve que había sido cortada recientemente, lo cual reducía su valor. Le hacía falta un buen secado. Pero les daba igual que les pretendieran cobrar 2,5€ por gramo de una marihuana aún por secar. Ni que la fuesen a pagar. Se encontraban en Palma-Palmilla, un barrio malagueño. Marzo acababa de empezar, pero ya hacía calor. El aire acondicionado camuflaba la calina que hacía de manera espectacular. La casa estaba destrozada. Un póster de Cristiano Ronaldo tapaba una pared destrozada por puñetazos. Lo cuál resultó ser una tontería, porque la persona que lo ocultó, volvió a golpear esa misma pared. El póster estaba destrozado, y las marcas de los puños eran visibles.
‘Los vecinos deben estar hasta la punta de la polla de este pseudo-traficante.’– pensó Jaime para dentro. No era el primer palo que daba junto a Samuel y Dani el Canijo. En el coche, Fernando y Carlos esperaban mientras vigilaban la puerta. En cambio, Paco se estaba fumando un petardo en el piso de arriba, vigilando cualquier movimiento sospechoso que pudiera haber en la escalera.
Muy bien primo, pero ahora, ¿a cuánto tienes el polen? Enséñamelo primero, que me he traído dinero por si acaso. – Inquirió Samuel, con una sonrisa vacilona. El presunto dueño de la casa, un gitano de 42 años, entró en el cuarto de su hija y cerró la puerta. Se oyeron sonidos como si buscara en un armario.
Pues venga, ahora chavales. – Ordenó Samuel. Jaime sacó su pistola y apuntó a los otros dos gitanos que había sentados en la mesa, de unos 17 años.
Como gritéis os reviento la rodilla. – Pero uno de los dos se levantó, Jaime tuvo que dispararle en la rodilla, mientras, Daniel comenzó a golpear al otro muchacho repetidamente en la cabeza.
Samuel entró en el cuarto del hombre, y tras dispararle en la cabeza, empezó a guardar las placas de hachís en la bolsa de deporte que llevaba colgada a la espalda. Unas 200 placas, con un peso de unos 20 kilos, con un valor de mercado aproximado de unos 20.000€ vendidos al por mayor. Pero la intención no era venderlo de manera mayorista: Alguien se daría cuenta de que el producto era robado. Seguro. Y más robando a gente tan peligrosa. El objetivo del grupo era dividir las placas entre los seis participantes del robo. No es que tuviera TOC, pero a Jaime le daba coraje dividir 200 entre 6. El resultado era un número periódico: 33’33 placas para cada uno. Y eso le molestaba. Con un conductor menos, habrían sido 40 placas para cada uno. Pero la cosa ahora se había torcido. No hacía falta matar a nadie. Jaime se quedó en blanco, sin saber como reaccionar. No habían venido a matar a nadie. Y se encontraban en el territorio de la familia gitana más grande de Málaga: los Núñez. Salir de allí sería un auténtico infierno.
A Daniel no pareció importarle disparar en la cabeza a los dos menores de edad que se encontraban en el salón. A la niña, ahora huérfana, que se oía llorar desde la habitación de al lado, posiblemente durmiera en el dormitorio donde el hachís estaba escondido, y su presunto padre se hallaba fallecido en el suelo, frente a su cama. Con el rollito nazi de Dani, quién sabe si no se le pasó por la cabeza asesinar también a la pequeña. Samuel salió con una sonrisa, y le recriminó a Jaime que aún no hubiera agarrado la marihuana.
Eso no hacía falta, y lo sabes – Dijo Jaime, mientras guardaba la marihuana en su bolsa.
Le acabas de volar la rodilla a un niño de 16 años en el bloque de su puta familia. ¿Qué iba a hacer? ¿Darle un puto abrazo? Nos vamos de aquí, inútil de mierda. Prepárate que se va a liar fuerte. – Samuel agarró su arma con fuerza, tomó aire, y se preparó para lo que se avecinaba.
El tiroteo que se escuchaba en el pasillo así lo corroboraba. Se hallaban en una tercera planta, y coger el ascensor habría sido un suicidio. Los 3 salieron de la casa arma en mano, cubriéndose en las columnas desgastadas y mal graffiteadas que habían en la planta. Perladas como ‘Puto el que lo lea’ o el dibujo de un pene teniendo un orgasmo tenían al menos más gracia que ‘Camilo maricón’ o ‘Juan págame primer aviso’.
Los hombres que salían de las casas poseían pistolas y escopetas de doble cañón. Sus armas eran mejores que las del grupo, pero ellos no habían recibido el adiestramiento que ellos tenían. A Paco le habían echado del ejército por consumir cocaína fuera de servicio. Samuel era un psicópata cuyos padres le habían enseñado a manejar armas desde que era pequeño. Y Dani el Canijo era un ultra del Málaga cuyos mayores hobbies eran asesinar a hinchas del equipo contrario. El equipo estaba en las últimas: se rumoreaba que en la próxima temporada, bajaría a segunda división. Y eso a Dani le ponía muy nervioso. Lo bastante nervioso como para tener que remarcarlo en negrita.
La primera vez que Jaime usó un arma, fue junto a Samuel. Sucedió en la feria de Málaga de 2015. Samuel tenía la mala costumbre de echar MDA en las copas de sus amigos sin que estos lo supieran. Te lo pasabas genial, sí. Pero cuando en las fotos del día siguiente veías como tus pupilas resaltaban más que la luna llena que salía de fondo en la foto, te daba vergüenza que el muy subnormal las hubiera subido a las redes sociales. Y cuando echabas cuenta de los errores que habías cometido esa noche, te dabas cuenta de que podrías haber acabado preso, siendo padre, o haber muerto esa noche.
Jaime se encontraba exaltado, sin saber por qué. Las fotos del día siguiente le revelarían el motivo, pero aún no era consciente de el porque se lo estaba pasando tan bien esa noche.
Mientras se fumaba un porro, dos extranjeros, con pinta de alemanes, los cuales estaban en muy buena forma, se le acercaron. Esa marihuana debía ser buena, para que aquellos dos jóvenes se le acercaran.
Queremos comprar cocaína – Le explicaron, con una sonrisa. Claramente, ellos iban más drogados que Jaime. Aún así, el muy iluso tuvo la desfachatez de pensar mal de ellos por consumir droga. Él aún no había comenzado a consumir droga -o eso pensaba- y opinaba que no era hipócrita pensar mal de la droga y fumar porros al mismo tiempo. ‘No es lo mismo, vete a la mierda’ es lo que respondería si se lo echaras en cara. Pero cuando dio positivo en heroína al haber fumado un hachís más negro que el futuro de Dani el Canijo, se rio y se fumó otro.
Jaime los llevó con el resto del grupo. Llevarían a los ‘guiris’ -como se llama en Málaga a los extranjeros que acuden de vacaciones a la ciudad- a la Trinidad, otro barrio de Málaga, a comprarle 3 gramos de cocaína con una condición: Que uno fuera para Dani, que aquella noche estaba liadísimo. Cuando llegaron allí en un taxi, Jaime y Samuel subieron junto a uno de los guiris a comprar la cocaína. Entraron en casa del hombre, un latino de unos 22 años. El hombre les ordenó sentarse en el sofá con un desprecio incomprensible, esa no es manera de tratar a tres clientes. ‘Que pena que los camellos no tengan hojas de reclamaciones’ -Pensó Jaime, a quien se le escapó una sonrisa. Incluso se rio en voz alta. Pero todos estaban tan colocados que nadie le echo cuentas. Seguramente el colombiano iba puesto de su propio producto.
El alemán abrió la cartera. Todos vieron un fajo enorme de billetes de 100.
¿Qué me das por 1000 euros? – Preguntó el guiri. Con el tiempo que tardó el colombiano, lo más seguro es que estuviera rascando la pared para darle yeso a su cliente. Pero él sabía que tenía que estafarlo y darle la mayor parte a Samuel, y a él si que no le convenía estafarle.
Samuel entró en el cuarto, donde posiblemente el colombiano le daría a Samuel su parte. Cuando salieron del dormitorio, le entregaron lo suyo al alemán, y los 3 se despidieron del colombiano. Cuando bajaban por la escalera, Samuel sacó una pistola sin venir a cuento.
Dame el dinero, guiri de mierda. – Le ordenó Samuel. Pero el alemán sabía boxear. El uppercut que le propinó a Samuel en plena mandíbula así lo corroboró. Los dos forcejearon en el suelo. Pero cuando el alemán le hizo una palanca de brazo a Samuel, Jaime supo quién había perdido la pelea. El muchacho reaccionó rápido: agarró la pistola del suelo y le disparó dos veces en la cabeza a aquel alemán. Rápidamente, Jaime agarró la cartera del joven, ahora fallecido, de su bolsillo, y salieron corriendo. Samuel tardó un poco más: el muy avaricioso se había parado para agarrar la cocaína. Al salir del bloque, Jaime disparó al otro alemán en la cabeza.
No podemos dejar ningún testigo. Me voy a mi casa. Lo mejor es que cada uno volvamos por separado. Mañana nos vemos y repartimos el dinero entre los 3. – Jaime volvió a casa andando. Compartía piso en Nueva Málaga junto a una chica con la que se acostaba a veces, y dos camareros. No se atrevía a subir a otras chicas a casa mientras ella estuviera allí, así que cuando quería acostarse con otra, lo hacía cuando ella trabajaba. Él no trabajaba: la venta de hachís le reportaba suficientes ingresos como para tener una vida sencilla. No iba a trabajar 12 horas al día para cotizar 4, como hacía Carla, su compañera de piso. Lo tenía decidido: sería su propio jefe. Algún día. Pero ¿cómo? El muy idiota no sabía como iniciarse en los negocios. Se mentía asimismo con la excusa de que no tenía dinero suficiente para empezar un negocio.
Contó el dinero que había en la cartera. 9000 euros. Dividió el dinero en 3 partes. Mañana lo repartirían. Mientras, Samuel y Daniel se encontraban en la feria de nuevo, donde consumieron la cocaína, y lo que sobró, lo vendieron, para acabar en el puticlub más famoso de la ciudad: ‘El Bándalo’. La documentación la quemaría mañana, no quería dejar pruebas. Cuando se levantó esa mañana, Carla tocó en su puerta. Claramente quería que se acostaran. Después de hacerlo, en la cama de Jaime, se abrazaron y estuvieron compartiendo memes.
Jaime por un momento tuvo que disimular su sorpresa.
El ex combatiente de artes marciales Gunther Meyer hallado fallecido en Málaga. Se hallaba de vacaciones en la provincia andaluza con su mujer, hermano e hija. Presuntamente asesinado, fue hallado con dos disparos en la cabeza..
¿Presuntamente asesinado? Que irónico, joder. Tiene dos putos tiros en la cabeza -Pensó Jaime, antes de besar a Carla con intención de echar otro polvo. Una notificación de Instagram le interrumpió: Samuel había subidos fotos de anoche.
Samuel era un chico gitano de media altura, guapo, pero con cara de maldad. Y su cara hacía honor a su carácter. De alguna manera, al mirarle a los ojos, sabías que era malo.
Dani el Canijo, o Dani el Fibrado como a él le gustaría que le llamasen, lucía una cabeza rapada junto a unos abdominales excelentes contrastados con una esvástica tatuada. Desde luego, eso le quitaba cualquier clase de atractivo. Gracias a Dios que llevaba camiseta en la foto, si no, Instagram la borraría. Su pertenencia a los grupos ultras de fútbol, su adicción a la cocaína, y su gusto por la violencia, eran los ejes principales de su personalidad.
La foto había sido tomada por Carlos. Si los neonazis son racistas con los latinoamericanos o no, la verdad que es algo que a Jaime no le importaba. Lo único que le importaba, es que Dani tratara bien a Carlos. No admitía ninguna clase de intolerancia cuando estuviera él delante. Que esas cosas se las guardara para cuando se juntase con sus queridos grupos de ‘fútbol’.
Claramente, todos llevaban los ojos como canicas plateadas. Les había vuelto a echar droga en la bebida. La foto se acompañaba de una dedicatoria para Jaime en particular.
‘Aunque no seas de mi familia, sabes que eres mi hermano. Y tú sabes que la familia que no tuviste al nacer, la encontraste en nosotros. Da igual cuantos años pasen, siempre estaremos juntos.’
Estaban a punto de salir del bloque, cuando Jaime empezó a encontrarse mal. Le invadió una sensación de que ya había vivido ese momento, que algo malo estaba ocurriendo, que esta historia terminaría trágicamente. Se apoyó en una pared, mareado. Un gitano le tuvo a tiro, faltaron milésimas de segundo para que apretara el gatillo antes que Jaime. El hombre cayó al suelo fallecido, y vio como Samuel lo había tenido perfectamente a tiro. Si no disparó, es porque no quiso, claramente. Pero Jaime estaba demasiado mareado como para echárselo en cara. Se aguantó las ganas de desmayarse como pudo, y corrieron hacia el coche, esquivando disparos. Tras echar las bolsas en el maletero, Jaime cayó en la cuenta de una cosa: En un Toyota no caben 6 pasajeros. Caben 5. Volvió a sentir ese mareo. Volvió a sentir ansiedad: La habían cagado, claramente. La droga había destruido demasiadas neuronas en ese grupo.
Loco, ¿cómo mierda pretendes que vayamos 6 subidos en el coche? – Le gritó Jaime a los demás.
Pues muy fácil, gilipollas. Vas en el maletero. -Mientras se reía, Paco sacó su arma. Jaime aún se sentía paralizado cuando sintió un dolor enorme en la cabeza. Cayó al suelo. Sintió antes el dolor que el sonido del disparo en la cabeza.
14 de Marzo de 2020
Aquella mañana, Jaime se levantó a las 12.30, aún con resaca de anoche. Mientras se miraba en el espejo, odiándose asimismo, observando su cicatriz del disparo en la cabeza, que empezaba desde su frente, hasta el lado derecho de su cabeza, dibujando una bifurcación en forma descendente. Por suerte, no era demasiado fea. A Jaime le encantaban sus cicatrices: La del disparo del hombro que recibió en un robo de droga en 2017, cuando lo apuñalaron en la feria de 2014, o cuando se cayó por un barranco siendo pequeño: era un milagro que solo tuviera pequeñas cicatrices de cortes en las piernas de aquella caída.
Cuando sus falsos amigos le dispararon en la cabeza, y le dieron por muerto, lo introdujeron en el maletero del coche y después lo tiraron por los montes de Málaga. Es un milagro sobrevivir a un disparo en la cabeza, pero también lo es sobrevivir hasta llegar al hospital civil sin desangrarse. A veces se metía con la Seguridad Social, pero lo cierto es que aquel día se lucieron extrayéndole una bala de la cabeza sin matarle. Lo que no entendería jamás es por qué se molestaron en tirarlo en el monte en lugar de abandonarlo en el mismo lugar donde recibió el disparo. ¿Sería por si sobrevivía y podía testificar? Menuda gilipollez, porque sobrevivió, ¿Por si lo identificaban y lo podían relacionar con ellos? Otra tontería, su cadáver habría aparecido tirado en el campo y lo habrían acabado identificando. ¿Y si le habían perdonado la vida? ¿Por qué empezaba a cuestionarse estas cosas cuando estaba borracho? ¿Por qué tenía tanto asco de sí mismo? Tal vez eran cosas que era mejor no preguntarse. No es que sus ‘amigos’ tuvieran un coeficiente intelectual impresionante, si no, no serían unos drogadictos que roban y matan para mantener sus vicios. A veces los veía en redes sociales, y le hervía la sangre: no se habían molestado ni en borrar sus fotos con él. Alguna vez había visto a Daniel el Canijo pasar con el BMW que se compró tras el golpe que dieron juntos, y le hervía la sangre. Y se acojonaba. Cualquier día podrían volver y matarlo, sólo por diversión. Por no dejar piezas sueltas. Pero los conocía a todos lo suficiente como para saber que a esos psicópatas les molestaba que estuviera vivo. Y que eran capaces de amargarle la vida solamente por reírse de él un rato.
Cuando cogió el móvil, las notificaciones le abrumaron. 3 clientes le llevaban hablando toda la mañana, a esperas de que se despierte. Quedó con todos a las 13.45. Sacó el tarro de marihuana que tenía en el armario, y se dispuso a despachar a los 3 clientes. Unos 50€ de ganancias, calculó. Sí, en ese trabajo no tenía que hacer nada, pero ¿y qué? Ahora era un don nadie. Había pasado de ganar miles de euros al mes, a apenas ganar mil. Había pasado de tener un nombre, a no ser nadie. No había día que no pensara en arrojarse desde los edificios pijos que estaban construyendo junto a casa. La gentrificación se estaba yendo de las manos: Ya mismo tendría que prostituirse para poder compartir piso con Esther, su novia. Si la autodestrucción fuese deporte olímpico, él sería Muhammad Ali. Esperando a sus clientes junto al supermercado, una sensación de miedo le atacó. La primera vez que la sufrió fue justo antes de recibir el disparo, pero le había vuelto a ocurrir varias veces. No sabría decir cuántas. Montones de veces.
El modus operandi de Jaime era sencillo: Vivía en una apacible casa pequeña, vieja, y ya en su época construida con materiales baratos. La casa era una puta cueva, pero si estaba ordenada, había que agradecérselo a ella: Era la que estaba pendiente de las lavadoras, de la limpieza, de todo. Sí, Jaime hacía tareas de casa, pero no era lo suficiente avispado como para saber cuándo tocaba encender la lavadora, ni para recordar que había ropa que llevaba 2 días tendida en la azotea. Tanto Esther como él ganaban más del ‘salario mínimo interprofesional’, como se llama en España al salario mínimo. Pero lo cierto es que ni así, dos jóvenes españoles podían acceder a un buen alquiler, ni hablemos de una hipoteca. La cantidad de jóvenes españoles con una hipoteca iba cada vez más en descenso. Los años siguientes, la cosa empeoraría todavía más. Podían permitirse sobrevivir en esa casa destartalada porque Esther trabajaba diez horas al día, y Jaime, pues bueno, vendía droga. De no ser así, Esther viviría con sus padres. Para Jaime, era compartir piso, o vivir en la calle. No tenía familiares cercanos, y los lejanos, no querían saber nada de él. Los clientes le hablaban por teléfono a través de aplicaciones de mensajería. Él, con tal de que nadie supiera donde vive, andaba 15 minutos hasta el Burger King, situado en una rotonda enorme, cuya carretera comunicaba de manera directa el Puerto de la Torre, Teatinos, y todo el este de Málaga: en camino recto dirección este, podía llegarse al centro de Málaga de manera directa, con la playa como final del trayecto. Este era un buen lugar para verse con los clientes: Bien comunicado, con aire libre para ver cualquier suceso que pueda pasar, y con mucha gente alrededor: Si la policía le viera, pensaría que simplemente estaba saludando a un amigo.
El plan era sencillo: subirse en el coche del cliente, y que este lo llevara al gimnasio. Quería 150€, de los cuales Jaime se llevaría una ganancia de 40€. Él en realidad no vendía demasiado: Con ver todos los días a un cliente así, hablamos de una ganancia potencial de 1200€. Pero no todos los clientes eran formales como este: La mayoría eran niñatos universitarios.
Se subió en el coche del hombre. Lo recogió en un Peugeot antiguo, y se dieron la mano. El hombre era profesor de primaria, y no se le veía muy avispado. Todo el mundo en el barrio sabía una cosa: Si había logrado ser contratado, era por enchufe. La Iglesia tiene un acuerdo con el Estado, de manera que elige a los profesores de religión sin que estos tengan que estudiar ni realizar oposiciones. Pedro había pegado el braguetazo. No es que fuera listo, todo lo contrario. Eso sí: era buena persona, pagaba de forma puntual, y le hacía el favor de llevar a Jaime en coche donde le hiciera falta. Las cualidades que Jaime buscaba en sus clientes.
Iyo, no veas lo del COVID, ¿eh? Que paranoia tío. – Pedro fue el primero en romper el silencio.
Pues sí. Otros países como Italia ya están tomando medidas. Pero en este país de catetos harán las cosas tarde y mal. Acuérdate de lo que te digo. – Dijo Jaime.
Dale Carnegie escribió que en los empleos “El 15% del éxito depende de las habilidades, y el 85% de las habilidades sociales y el trato con la gente”. La única razón por la que alguien seguía llamando a un pringado como Jaime, es que era capaz de lograr algo de conversación inteligente. Él sabía que el silencio incómodo que se produce cuando le compras droga a alguien, puede reemplazarse por simpatía fácilmente. No hace falta ser maleducado, en ninguna situación en esta vida.
Déjame en el gimnasio por favor, que se me ha olvidado comentartelo. -Pidió Jaime
Cuando fue al gimnasio, lo encontró vacío. Ni así entrenó con ganas. Sólo quería llegar a casa y estar lo suficientemente bebido para no tener que pensar en nada. Unas dominadas mal hechas, sentadillas con una técnica demasiado forzada, y un poco de cardio. El gimnasio había hecho cambios en el cuerpo de Jaime: No los suficientes para compensar los estragos de un tío que empezó a beber alcohol con 13 años, pero sí los suficientes para disimular su alto porcentaje de grasa. Él se llamaba asimismo ‘Gordifuerte’.
Cuando regresó, Esther aún no había venido de trabajar. Como él decía: Mejor ser un desgraciado con depresión maníaca que se da cabezazos contra la pared al sentirse inútil, que hacerlo, pero teniendo que servir cafés durante el día entero, para un jefe que te paga solamente la mitad del día.
Cuando Esther llegó, estaba preocupada. Preocupada por el dinero, por el futuro. Por sí podían seguir manteniendo la casa. Jaime se rio.
Mira el telediario, gilipollas. Han anunciado el Estado de Alarma. – Dijo Esther.
El Estado de Alarma, impuesto por el gobierno del PSOE el 14 de Marzo de 2020, fue un tema polémico. Con una duración inicial de 15 días, pospuesto cada 15 días durante varias veces; arruinó a miles de familias, que no tuvieron de que trabajar durante meses. Si salías por la calle, la gente llamaba a la policía para chivarse de que alguien se estaba saltando el Estado de Alarma. Hubo restricciones al movimiento, que se fueron modificando conforme pasaron los meses, hasta llegar a lo que llamaron ‘La nueva normalidad’.
Jaime encajó piezas rápidamente: Si se cierran las fronteras, si se restringe la movilidad, si los comercios cierran: La demanda de hachís va a subir. La oferta va a bajar. El precio subirá de manera descomunal. Rápidamente, agarró el teléfono y le escribió un mensaje a Zahid:
‘Eh, he dado un poco de Economía en la carrera. Con el estado de alarma, el hachís va a ponerse carísimo, y va a tener mayor demanda. Compra TODO lo que puedas. Y déjame fiado TODO lo que puedas.’
Zahid respondió rápidamente: tan sólo un ‘Ven y hablamos’.
Tras llegar a casa de Zahid andando, con una mochila horrible a la espalda, Jaime le contó su teoría a Zahid. Este accedió a dejarle hasta 5 kilos prestados, por un total de 6000€. Con una condición: Que no fuese con una mochila tan fea cargando con semejante cantidad por la calle. Él mismo le llevaría el material a casa, esa misma noche. Jaime volvió a casa, y le avisó a Esther de que Zahid vendría después de cenar. Ella se lo tomó mal y se acostó. A Jaime le dio igual. Cuando Zahid vino, escondieron los 5 kilos dentro de un mueble de la cocina que estaba vacío, y bajaron a fumarse una cachimba. Zahid le habló del hachís: Tenía una pegatina de un mono, como de dibujos animados, que sostenía una Desert Eagle. Le enseñó un vídeo del costo. Se fiaba de él, así que cuando subieron a la casa, guardó el hachís, sin tan siquiera examinarlo antes. Jaime se bebió de paso una copa. Y otra, y otra, y luego otra. Cuando llegó a casa, se acostó y se durmió rápidamente.
Soñó que sus padres seguían vivos. Estaban en la casa de Sevilla que perdieron tras el asesinato de su padre: Con tal de robarle el coche, le dispararon tres veces en el pecho. Delante de su madre y él. Su madre terminaría suicidándose con pastillas un mes más tarde. Jaime terminaría en el centro de menores, al robar para poder subsistir. Allí conocería a Samuel, y lo demás fue historia. En el sueño, se hallaba estudiando Procesal junto a su madre.
Los profesores son unos capullos. En serio, creo que ni se molestan en leerse los exámenes. Ojalá hubiera tenido nota para ingresar a la UMA. O dinero para ir a una universidad privada. -Le dijo a su imaginario padre.
Levántate o mato a tu novia, hijo de puta – Le respondió su padre.
Despertó del sueño. Su novia estaba agarrada del cuello, por un encapuchado que sostenía una pistola. Jaime se levantó e intentó agredirle, pero un golpe en la cabeza lo dejó en el suelo.
No podía ni moverse. El desconocido no estaba solo: Venía con otro más. Otro seguramente estaría vigilando el pasillo, como así hacía él cuando daba palos de droga.
No pensaba decirles ni una palabra, y se dieron cuenta. Así que registraron la casa. Encontraron los 1120€ que tenía guardados. El tarro lleno de marihuana y hachís. Y peor aún: Los 5 kilos que había cogido fiados hacía escasas horas. Ni de coña iba a poder pagarlos. Lo mejor era que se tirara del balcón mañana, y problema resuelto. Le había fallado a Zahid, se había fallado asimismo por millonésima vez, y lo peor aún: Esta vez lo había hecho involucrando a Esther. Ella no merecía estar involucrada, y mucho menos ser asfixiada por un tío armado y encapuchado con un pasamontañas. Le pegaron a él, y le pegaron a ella también. No era necesario hacerlo, pero tal vez no sea extraño que dos hombres dispuestos a echar abajo una puerta a las 2 de la madrugada para robar todo lo que encuentren de valor en un piso, sean unos sádicos de mierda. Una cosa estaba clara: Habían entrado buscando droga. Este crimen era premeditado. Y la paliza, fue tal que se desmayó. Cuando se despertó, fue porque un vecino lo levantó del suelo.
Tengo que llevarte a urgencias, chico. ¿Qué ha pasado? – El hombre se mantenía sereno, pese a la escena. Su nombre era Juan, un hombre de 42 años divorciado, y que era policía nacional.
¿Dónde está Esther? – A Jaime era lo único que le importaba. Se soltó de su vecino, y procedió a buscarla. No estaba en ninguna parte, pero por suerte no había manchas de sangre de ella por la casa. Se ve que los ladrones tuvieron algo de tacto con ella. Sin embargo, notó que no estaba el portátil de ella. Ni sus zapatos en el pasillo. La ropa que había tendido ayer en el balcón, tampoco estaba. Ni su cepillo de dientes. Ni su maquillaje. Ni tan siquiera su ropa interior. Cuando fue a llamarla, el teléfono estaba apagado. Lo mejor tal vez era asumirlo: La muchacha había salido corriendo. Y tal vez ella tuviera razón: No le salía rentable estar con un desgraciado depresivo de 25 años que lleva 9 años diciendo que va a dejar de vender droga y conseguir un empleo estable.
15 de Marzo de 2020
Eran las 2 de la tarde, y Jaime por fin se atrevió a ir a comisaría a denunciar. Sólo por guardar las apariencias, para que al pobre casero le pagara una puerta nueva el seguro. Bueno, de pobre nada, porque si no, el que se iba a quedar durmiendo con la puerta abierta era Jaime.
Juan, el vecino, le hizo el favor de llevarlo a comisaría. Los habían parado por el camino con intención de multarles: El Estado de Alarma limitaba el movimiento de manera tal, que no se podía salir a la calle. Pero tenían una excusa para estar fuera: Dirigirse a comisaría a denunciar un robo a un domicilio. Nada más llegar, una estatua de una especie de ángel les daba la bienvenida, en el jardín de justo enfrente. Tras pasar por un control, y pedirle su documentación, fue atendido por un policía un poco inútil.
Por su experiencia en calabozos, tras una pelea en la que fue condenado a pagar 300€ de indemnización, Jaime llegó a una conclusión: los policías que trabajan en comisaría, están allí como castigo. No era normal que en la comisaría estuvieran los policías más incompetentes. Hablaban a los detenidos sin respeto alguno, y cuando algún detenido llegaba, le daban una colchoneta. No le avisaban de que el suelo de la celda compartida estaba llena de orina. Veían como el detenido se tumbaba allí, y simplemente se reían. A Jaime le pasó, pero a los siguientes detenidos que fueron llegando, les iba avisando. Podía ver en los ojos de los policías la decepción, después de que aquellas personas no fueran a tumbarse en orina. Al fondo de la celda, en una parte elevada, estaban tumbadas unas 14 personas. La conclusión de Jaime era sencilla: Si permitimos que en comisaría trabajen personas que están allí como castigo, nos encontramos con las personas más inútiles posibles ejerciendo labores de asistencia a los denunciantes y detenidos. Él además, también se amargaría después de estar aguantando detenidos durante horas. O tomando fotos para el DNI durante horas. Los policías pagaban con los detenidos el hecho de estar allí castigados. Cuando pasó por juzgados antes de ser puesto en libertad, el resto de detenidos y él se percataron rápidamente: Los guardias civiles que trabajan en juzgados son infinitas veces mejor personas que los nacionales que trabajan en comisaría.
Durante una hora conversando con un señor algo corto de inteligencia, finalmente, lograron redactar un documento:
‘En Málaga, siendo las 15 horas 7 minutos del 15 de Marzo de 2020, ante el Instructor y Secretario arriba mencionados.
COMPARECE: En calidad de DENUNCIANTE, quien mediante DNI 6969842, acredita ser JAIME ROCA JURADO, varón, nacido en Cádiz, el día 14/04/1994, hijo de SERGIO ROCA GUTIERREZ, con domicilio en Avenida Plutarco 18, de MALAGA, sin teléfono y:
MANIFIESTA: Que los hechos ocurridos el día 15/03/2020 en Avenida Plutarco 18:
Tres individuos entraron en la vivienda la noche del 15 de Marzo sobre las 2 de la madrugada, dejaron inconsciente al denunciante y se marcharon al no encontrar nada de valor en la vivienda…
A lo largo de unos 3 folios, una sarta de mentiras, el policía interpuso una denuncia que no valdría de nada, mas que para que el seguro pagara una puerta nueva al casero. Su preocupación era ahora otra: Tenía que mudarse. Había que compartir piso de nuevo. Y para eso, dinero. Para el alquiler y la fianza. Por suerte, tenía hasta el 1 de Abril pagado en su piso actual. Pero no tenía nada que vender a quienes ya le habían escrito al teléfono móvil.
Cuando Juan le dejó en casa, no tenía hambre. Sólo ganas de beber. Pero tenía que ponerse las pilas. Acudió a El Cuatro de Diciembre, un barrio situado en el centro. Allí había alguien que podía ayudarle: Cristina.
Jaime conoció a Cristina mediante una aplicación para ligar, antes de conocer a su novia. Perdón, a su ex. Resulta que cultivaba marihuana en Álora, y la vendía en el centro de Málaga, donde también tenía otra casa. El tarro que le habían robado a Jaime era básicamente producto que ella le había vendido.
Necesito tu ayuda. Me lo han robado todo. Tengo la teoría de que el precio va a aumentar ahora que no se puede salir a la calle. Hasta tengo suerte de que no me haya parado la policía de camino. Por suerte, llevo aquí una copia de la denuncia. Si me paran, pues digo que voy de camino a casa, que vengo de poner una denuncia. – Le contó toda la historia.
Cristina era una muchacha bajita. Lo que más le había gustado a Jaime de ella, era su pelo rizado. Por algún motivo, sus ojos color mierda le parecían preciosos. Se compaginaban muy bien en la cama, pero no se sentían atraídos como pareja. Pero como amigos, la relación entre ambos era intensa. Se querían mucho, y no habían perdido el contacto porque Jaime tuviera novia, todo lo contrario, siendo esto algo por lo que Jaime tenía peleas con Esther.
Yo no tengo nada para cosechar ahora mismo. Estoy seca. Pero si te la juegas conmigo y me acompañas a Álora, puedo comprar yerba allí. Un par de kilos. Te dejo medio fiado. Pero la condición es que me acompañes y vayas detrás con la yeti: Si la policía nos para, agarras la bolsa y echas a correr con ella. Me fío de ti. Sé que no vas a desaparecer con los 2 kilos. – Cristina le llevó hasta el parking de su bloque. Arrancaron el coche, y por desgracia, la policía los paró en el camino a Álora. La fotocopia de la denuncia sirvió como excusa, y los dejaron continuar sin multarles.
De todas formas he caído en algo: Durante el Estado de Alarma es ilegal restringir el movimiento. Eso se hace mediante otra cosa, llamada Estado de Excepción. Lo di en Constitucional. Seguramente todas las multas por estar en la calle se acaben anulando. Pero ya sabes, la noche en calabozos te la comes. -Jaime llevaba una hora con Cristina en el coche. Se dio cuenta de que no había tenido intención de besarla en todo el camino. Había estado tentado de engañar a Esther todo este tiempo: Uno no es de piedra.
Llegaron a Álora. Jaime llevaba todo el camino con ansiedad: A ver que clase de payasos iban a venderles eso. Pero todo lo contrario. Los hombres eran unos catetos que cultivaban marihuana en el mismo lugar donde cuidaban ganado. Había un edificio apartado, lo que cualquiera habría supuesto que era un granero. En él había un invernadero. O tal vez varios, quién sabe. Ante cualquier problema con la policía, el cateto lo tenía claro: ‘To esto es pa consumo propio caballero’.
Ya entrado en confianza, Jaime les habló de las sentencias del Tribunal Supremo al respecto: Según jurisprudencia, era legal hacer una cosecha al año. La cantidad máxima que se puede consumir en un año no estaba legislada adecuadamente, por lo que podrían salir absueltos por cultivar dos kilos fácilmente: Insistiendo en que se trataba de la cosecha anual de las 3 personas que vivían en esa especie de granja. Mientras no hubiera peso, ni nada que relacionara la plantación con el tráfico de drogas, no debería haber ningún problema.
Tu mario’
es listo Cristina, me ha caío’ bien la verdá’ – El cateto le ofreció fumar de un porro a Jaime. Él no quiso. -Hostia que encima no fuma. ¡Bien que haces xavá! ¡La droga e una ruina! -Exclamó el cateto, entre risas.
Er xavá’ no es mi novio. Y tiene boquita pa’ decirlo. ¿No crees? – Cristina miró a Jaime, mientras sonreía.
La verdad, es que con lo que me ha pasado, me he quedado soltero. Esther ha recogido sus cosas, me ha bloqueado de todos lados, y se ha marchado sin despedirse. Y no se lo echo en cara. -Jaime sonrió tímidamente.
Me molesta que no me lo hayas contado antes. Por dos razones: Me preocupa como puedes estar, ya sabes que soy tu amiga, y por otra parte.. -Le miró, de nuevo, con la bonita sonrisa que ella tenía. Jaime envidiaba a la gente que había podido hacerse un tratamiento dental. Se avergonzaba de su sonrisa, uno de los motivos por los que sonreía poco. Había quien lo tomaba por borde: Él se tomaba así mismo por inseguro.
Pues si tanto te molesta, podemos arreglarlo esta noche. En mi casa, o en la tuya, vaya. – La tímida sonrisa de Jaime le bastaba a Cristina. Los hombres se descojonaron, y empezaron a servirse whisky. Tanto Cristina como Jaime se bebieron una copa con los señores. Cuando empezó a anochecer, les dieron un abrazo y se despidieron.
Jaime fue todo el trayecto con una bolsa con los dos kilos abrazada a él. El plan era sencillo: En cuanto les parasen, el saltaría del coche con la bolsa en brazos y se perdería por el campo, con tal de que la policía no encontrase nada. Por suerte, no hizo falta. Por primera vez en todo el día, no había policía por la calle. A esa hora estarían cenando, como hace la gente normal.
Pararon primero en casa de Jaime. Guardaron los 500 gramos en un par de tarros, con la mitad en cada uno. Los escondieron bien. Jaime tocó en la puerta de su vecino. Juan lo recibió con un abrazo. A Jaime le hacía falta uno. No se había dado cuenta hasta ahora. Se aguantó las ganas de llorar. Pero su vecino lo notó.
Eh, cualquier cosa que necesites aquí estoy. Ya sé que vienes a decirme que vigile la puerta. Te he visto llegar con tu amiga. Y no soy imbécil. Sé que es lo que ha pasado: la razón por la que entraron en tu casa. Y te ayudaré a encontrar a esos hijos de puta. Te lo juro por mis niños. Pero tú eres un imbécil si sigues metiéndote en esos problemas, ¿me entiendes? – Jaime sólo pudo asentir. Mentirle a Juan a estas alturas era una falta de respeto. El hombre a estas alturas se merecía toda la sinceridad que pudiera darle. – Veo que te vas con una amiguita, ¿eh? Tranquilo, no le voy a decir ná’ a la Esther. Pasaroslo bien. Si os paran de camino, llámame a este número. Cada vez que te paren saltándote la cuarentena, déjame hablar con el policía por teléfono. – Jaime abrazó a Juan de nuevo, y siguió a Cristina hasta su coche. Ella condujo hasta casa, y Jaime se quedó a dormir. Les dijo a los clientes que había tenido problemas personales, y que mañana los vería a todos. Cristina hizo Tagliatelle con pollo, queso y espinacas. Es lo más delicioso que había comido en mucho tiempo. A Esther no le gustaba cocinar. Era más de salir a comer, y ahora ella lo pasaría mal, con el Estado de alarma cerrando los bares y la restauración.
Cristina en cambio, seguía una dieta. Le gustaba el tema de la nutrición, y eso es lo que estudiaba. Vivía de lo que conseguía cosechar en su otro piso en Álora. Sus hobbies, la nutrición y el deporte, le habían proporcionado un cuerpo muy bien trabajado. Toda su familia vivía en el pueblo, donde ella no tenía intimidad: seguramente los catetos le contarían a su padre que había ido con un tío a comprar la hierba. Pero le daba igual: sus padres ya habían oído hablar de Jaime antes.
Tras tener relaciones, procedieron a dormirse. El sexo entre ambos era la hostia: Podían estar la noche entera haciéndolo. Pero Jaime estaba cansado, había pasado un día de perros. Ella se quedó dormida antes. Él tardó mucho más en hacerlo: No había tenido aún tiempo para pensar. Tiempo para echar de menos a Esther. Tiempo para odiarse así mismo como hacía cada vez que estaba solo, desde que tenía uso de la memoria. Cuando conoció a Esther, esta le sacó de un pozo sin fondo. Se había descontrolado con la bebida (Si somos objetivos, realmente no se llegó a controlar nunca), todas las noches se acostaba a las 4 de la madrugada, para levantarse a las 14. Su rutina era esa: Levantarse, comer, ir al gimnasio, vender, cenar, emborracharse, y dormir. A eso había que añadirle tomar café con desconocidas antes de tener sexo sin protección, largas sesiones de Playstation y alguna vez que otra, estudiar un poco. Pero Esther logró cambiarle: Que tuviera un horario de persona semi-normal, que fuese productivo, que comiera sano, que bebiera menos. ¡Hasta usaba protección para tener sexo!
Te echo demasiado de menos -pensó- al menos ahora volveré a jugar a la consola hasta las tantas. Eso sí, mejor sigo usando condón. Gracias, Esther. – Pensó: ¿por qué limitarme a pensar en ella? Voy a escribirle.
Comprendo que te hayas ido. Si te dejo marchar, es porque aún no puedo cambiar para ser la persona que te mereces. No porque haya dejado de quererte, ni nada por el estilo. Al contrario. Estoy durmiendo con Cristina. No lo digo para que te enfades. Te lo cuento porque además de el amor de mi vida, eres mi amiga. Y no pienso esconderte nada. Tengo ansiedad. Mucha. No sé como va a salir todo. Aún no le he contado a Zahid que no podré pagarle. He sido tan egoísta que lo he olvidado. Dime: cuando lo solucione todo ¿volverás conmigo? Eso me preocupa más que ser asesinado, puesto que cada segundo que paso sin ti, es una tortura. La diferencia entre el asesinato y la tortura es esa: La tortura te mata lentamente. Te hace sufrir un largo tiempo. Por favor, despéjame mis dudas: ¿Es esto un adiós eterno? Prefiero que me dispares ya, a que me tortures sin saber cuál es nuestro destino. Te amo.
Soltó el teléfono, y la ansiedad le abrumó. Por fortuna, el teléfono sonó al instante.
Sí, es un adiós eterno. Déjame en paz. Tú estás durmiendo con una tía, y yo con un tío. Tú eres capaz de acostarte con otras mujeres y decirme que me quieres porque eres un mentiroso de mierda. Yo me acuesto con otro porque no te quiero. No me escribas más.
El pobre Jaime tardó una hora en conciliar el sueño después de leer eso.
16 de Marzo
Al día siguiente, Jaime le echó los huevos necesarios para llamar a Zahid.
Me lo han quitado todo. No sé que hacer. No sé como pagarte. Pero si me das tiempo, lo haré. Por las buenas o por las malas. -Jaime prefirió quedar en persona para hablar. Realmente, era un tema serio.
No te preocupes manito, todo tiene solución. Pero hay un problema: Los moros que me lo dieron van a querer intereses por pagar tarde. Cada semana sube el precio. Y los intereses que se pagan en este negocio son caros. -Zahid sonreía, aunque el tema no tuviera ninguna puta gracia.
Ya, imagino que los artículos de la ley contra la usura no me van a servir de nada en este caso. -dijo Jaime.
Mira: Hay algo que puedes hacer por nosotros. Mi hermano va a tener un juicio. Le pegó una paliza a un gilipollas que le adelantó mientras conducía con la moto y se puso a pitarle. Le partió el codo y poco más.. el caso es que hay un testigo. Y necesito que cambie de opinión, ¿sabes? Que diga que mi hermano actuó en defensa propia, ¿se dice así?
Sí, se dice así, pero la defensa propia en España es una mierda.. – respondió Jaime
¿Qué quieres decir? ¿Qué no serviría de nada pegarle un susto al testigo?
No he dicho eso. Dime dónde localizar al testigo. – Si era una tontería o no, a Jaime le convenía hacerle el trabajito a Zahid. Todo sea con tal de conservar la vida.
Zahid le dijo donde localizar al testigo: Trabajaba alquilando coches de alta gama en el polígono. Era el dueño del negocio. Felipe Sánchez. Un tío de 44 años que vio al estúpido del hermano de Zahid sacar un táser de la moto. Le dijeron donde localizar al tío: Donde vive, dónde trabaja. A qué gimnasio va.
El gimnasio: Descartado. Mucho público. Qué coño, si con el COVID lo habían cerrado. Su casa: Una urbanización pija llena de cámaras. Ni de coña. Así que probaría en su trabajo. Sí, nadie alquilaría coches debido al COVID, pero él tampoco era el dueño. Osea que los tenía que devolver a algún sitio, ¿no?
Jaime se dirigió a Miraflores. Si tenía que robar un vehículo, mejor no hacerlo cerca de casa. Robó una moto de 49 cilindradas y fue al local. Autos Sánchez. Efectivamente, había movimiento dentro.
Le daba igual que le vieran con la moto: Para eso había robado una. Tras abrir la foto que le habían pasado del dueño, lo vio dentro, dando órdenes. Esperaría que saliera.
Pasaban las horas, y Jaime no dejó de pensar en Esther. Pensó en escribirle. Cuando vio que aún no lo había bloqueado de Whatsapp, así lo hizo.
Estoy trabajando para que podamos volver a estar juntos. Te lo prometo, voy a solucionar esto y voy a cambiar. Le hago daño a todos los que tengo alrededor: Y más a mí mismo que a nadie. Pero cuando arregle esto, quiero dedicarme a otra cosa. Me da igual al qué. Te prometo que lavaré cada plato que sirvas en el trabajo si eso basta para que vuelvas conmigo. No me imagino formando una familia con nadie más que tú. Cuando esto acabe, pienso irme de viaje contigo. Disneyland, Sevilla, Miami. Donde sea. Pero tenemos que celebrar que he salido de este agujero-
En ese momento lo vio. Felipe Sánchez no se fiaba de nadie más que él para devolver un Lamborghini de color negro. Cuando salió del local, lo hizo pisando el acelerador de manera que el coche pegó una especie de petardazo.
No puedo culparle, yo sería aún más payaso que él si cogiera ese coche- Dijo Jaime en voz alta, como si alguien pudiera oírle. Lo de Esther le había tocado muy dentro. Culminó su mensaje de texto con un ‘Te quiero’, lo envió, y acto seguido arrancó la moto.
Si le veían con la moto, le daba igual. Era robada. Pero si le veían la cara, eso sí supondría un problema. Se las ingenió fácilmente: El gobierno había hecho un pedido de mascarillas a China ante la elevada demanda que había. Tanta, que superó la cantidad de mascarillas que había. No había mascarillas en ninguna farmacia. ¿La solución? Los ciudadanos elaboraron mascarillas caseras. Algunos improvisaron miles de maneras para taparse la boca y la nariz. Jaime había comprado un pañuelo en el chino, como esos que imitan las bandanas de las pandillas afroamericanas. Roja con patrones blancos: un cuadrado con un bordado, con unas manchas blancas en forma de lágrima en el interior.
A Jaime le costó seguirle el ritmo al Lamborghini. Un coche de 200.000€ superaba con creces a una moto de 500€, las cosas como son. Pero en un semáforo, Jaime decidió estampar la moto contra el coche. Las ansias de Felipe por cobrar el seguro, le garantizarían que se bajaría del coche.
Cuando lo hizo, el testigo, un señor gordo con una camisa blanca y un chaleco naútico de color negro, se bajó del coche pegando gritos.
¡Pero qué haces, niñato de mierda! ¿Vas drogado o qué? -El señor empezó a patear a Felipe en el suelo. Se había hecho más daño del que pensaba al caer. Pero no había pensado en la posibilidad de que Felipe además de gordo, estuviera fuerte, y fuera un hijo de puta capaz de golpear a alguien que acaba de estrellarse con la moto.
Jaime se revolvió como pudo para escapar de su agresor, y trató de derribarlo. Fue en vano. Aquel señor de 42 años desde luego iba más al gimnasio que aquel alcohólico de 25. Mientras trataba de agarrarlo por la cintura para derribarlo, el hombre le dio un codazo en la espalda que lo hundió en el suelo.
Pero Jaime recordó algo: No podía fallar. Si lo hacía, jamás recuperaría a Esther. Necesitaba salir de este problema para poder volver a abrazarla. Rodó por el suelo, se alejó, y corrió en dirección al hombre. El hombre lo esperaba, para volver a lanzarle al suelo. Era imposible que un chaval que pesaba 30 kilos menos que él, tanto en grasa como en músculo, lo derribara.
Pero en el último momento, Jaime saltó, y mientras giraba su cuerpo, le propinó una patada en la boca del estómago al hombre. Este cayó al suelo de manera inmediata. Jaime lo agarró del cuello, abrió la puerta del Lamborghini, y dispuso la cabeza del hombre encima del asiento del conductor. Empezó a cerrar la puerta repetidas veces, mientras la mitad del cuerpo del hombre se hallaba fuera del vehículo, pillándole el tórax con todas sus fuerzas.
Nadim Sapag. ¿Te suena? -Jaime lo agarró del cuello, y le propinó un bofetón. Lo lanzó contra el vehículo, y le miró a los ojos.
¡Hijo de puta! ¡Me has hecho una hernia! ¿Sabes quién soy? Voy a buscarte la ruina maldito cabrón. – El hombre trató de levantarse.
-¡Nadim Sapag, te estoy diciendo! – Jaime le pegó una patada frontal en la rodilla, tras la cual el sujeto volvió a caer al suelo- Mira, te voy a decir las cosas muy claras. Si a este señor o alguno de sus socios les pasa algo, va a haber gente que se enfade muchísimo. Y ya has visto que yo sé donde buscarte, Felipe.
¿Quién coño es Hasim Hasar? – El hombre miró indignado.
Nadim Sapag, puto sordo -Dijo Jaime, riéndose.
Ah, ¿ahora encima te ríes?
Mira. -Jaime se sentó junto al hombre- Te han llamado como testigo para un juicio. Si vas al juicio, van a verte la cara. No yo, solo soy un mandado. Te has metido en el berenjenal equivocado. Lo mejor es que no acudas a testificar. El sistema judicial es una puta mierda. Se puede manipular fácilmente. Cuando testigos como tú acuden a testificar, se afrontan a las consecuencias. Ya has visto que aún no se ha celebrado el juicio, y aún así, quien me contrató ya sabe quien eres. Y no es difícil encontrarte si pones tu apellido a tu local, ¿No crees?
¿Queréis que no vaya a declarar? Si lo hago, me denunciarán. Si miento, me denunciarán, ¿lo sabes, verdad? – El hombre empezó a llorar. Aún no se había recuperado de la paliza.
Mira, no es mi puto problema. Pero sé como podemos salir ganando todos. Cuando vayas al juicio, cuenta lo siguiente: Que el hombre debió joderse el codo en el mismo accidente. Y que el moro no sacó ningún puto cuchillo. Que eso se lo ha inventado el conductor del coche para intentar cobrar más por el seguro. Así, los moros no te perseguirán cuando acabe el juicio. Es más, deberían pagarte por eso. Pero si acudes y cuentas la verdad, van a darte un susto. Conozco tu dirección. Conozco tu gimnasio. Y puede que el próximo que vaya a buscarte sea un puto enfermo que no tenga en consideración pegarte un tiro delante de tu mujer.
¿También saben que le pongo los cuernos a mi mujer? -El tono del hombre revelaba su preocupación.
No, pero, ¿para qué coño me lo cuentas, imbécil? ¿No ves que trabajo con alguien que quiere extorsionarte? – Jaime se enfadó de verdad. Este tío era aún más tonto de lo que parecía.
¿Y por qué lo haces?
Porque soy un enfermo de mierda. Escucha, me voy de aquí. -Se escuchaban las sirenas de la policía local- La moto no es mía, es robada. Diles que el conductor se ha dado la fuga, que no tendría puto seguro o algo así.
Jaime echó a correr. Atajó por Cortijo Alto, para acabar cruzando un puente que lo llevó a comisaría. Allí, tiró el casco de moto y la bandana roja a un contenedor. Entró en comisaría, para simular que pedía explicaciones del robo en su casa, lo mandaron a la mierda, pero pidió un justificante de haber estado allí. Cuando la policía lo paró de camino a casa de Zahid, pudo utilizar la excusa de la comisaría: llevaba un documento que justificaba haber estado allí. No había autobuses, ni taxis, ni transporte de ninguna clase. Tuvo que recorrer todo el camino a pie.
Cuando llegó, tocó en el portero, y subió a casa de Zahid. Allí le explicó lo que había pasado.
Ya verás, que con esta muestra de buena voluntad, van a estar menos nervioso para que pagues. ¿Tienes chocolate en la casa?
No -dijo Jaime, cabizbajo
Perfecto, tengo más del que te mangaron. ¿Te quieres llevar medio? – Que Zahid le siguiera dejando dinero, era una verdadera muestra de aprecio.
¿A cuánto?
Mil seiscientos. -Dijo Zahid, con los hombros encogidos.
Lo sabía. LO SABÍA. El precio del hachís se había doblado en cuestión de dos días. Lo peor es que al menos, Zahid tenía. Pero es que en toda la ciudad se decía que no había hachís de ningún tipo. Jaime volvió a casa con la droga metida debajo del calzoncillo. Utilizó atajos de toda clase: Ando por el campo, por la carretera, por donde sea, con tal de reducir las posibilidades de ser parado por la policía. Cuando llegó a casa, tenía los huevos en el cuello. Se encontró la nueva puerta instalada. Su vecino Juan le dio la copia de las llaves. Cuando Jaime guardó el medio kilo en el armario, escuchó el timbre.
Se imaginó que era Esther. Ella le había dejado en visto. Claramente, no le iba a responder. Y no es que no tuviera tiempo: Hoy en día estamos delante del teléfono incluso cuando cagamos. Si fuera ella, la abrazaría. La perdonaría por todo. Que coño, le pediría él perdón.
El timbre volvió a sonar.
¿Quién es? -Dijo Jaime
Soy Juan. Tengo algo enseñarte.
Juan entró con otro hombre en la casa. El hombre vestía entero de negro, con un polo con patrones geométricos blancos, como si fuera de alguna marca cara de mierda, y un pantalón vaquero del mismo color.
Chico, soy el dueño del bar de abajo. Y tengo cámaras. Cámaras que enfocan la entrada de tu bloque- Dijo aquel desconocido.
El hombre sacó el teléfono, e inició un vídeo. La calidad del vídeo era tal que se podía hacer zoom en la imagen. De un Audi bajaban tres encapuchados. Pero había un conductor. Un conductor que no llevaba capucha alguna. Y tras hacerle zoom, se le podía ver el rostro.
El corazón de Jaime se encogió. Reconocía a esa persona. Una de las personas que él más odiaba en este mundo. Una de las personas con más odio en el corazón que se podía uno imaginar. Era El Canijo.
21 de Junio de 2020
El Estado de alarma se pospuso. Una y otra vez, cada 15 días, hasta el 21 de Junio. Jaime siempre se alegraba de que volvieran a posponerlo: Cuanto más tarde regresase el país a la normalidad, más tarde tendría que enfrentarse a sus problemas. Sobrevivió aquellos meses revendiendo droga de Cristina y Zahid.
Como Cristina no quería saltarse la cuarentena, y era ilegal quedar con tus amigos, Jaime pasó 3 meses horrendos. Sólo. Tuvo que hacer la mudanza él solo, nadie le ayudó. Sus nuevos compañeros de piso eran unos frikis, que no salían del dormitorio en ningún momento. Jaime se preguntaba si comían. Por el olor del dormitorio, en ningún momento se lo preguntó: No se duchaban.
Lo bueno e importante: No le hacían preguntas. Ni sobre su cicatriz, ni de cómo se ganaba la vida. Nada. Cuando un peluquero vino a pelarlo a domicilio, puesto que las peluquerías estaban cerradas, éste pensó que Jaime vivía solo. No era de extrañar.
El fin de la cuarentena suponía el regreso a la vida real. A enfrentarse a sus problemas, sí, pero también al gimnasio. Al sexo con desconocidas de Internet. A un descenso del precio de la droga, que le permitiera tener un margen de ganancia digno. Y más ahora, que cada vez le debía más dinero a Zahid. Éste no ponía pegas, pero dejó claro que más adelante tendría que pedirle más favores a Jaime.
Jaime habló con una chica por Instagram. Tras un café, la chica le acompañó a casa. Se acostaron. Era una muchacha de pelo castaño, que no estaba en forma, pero tenía un carácter bondadoso.
Jaime le ocultó en todo momento a que se dedicaba: De alguna manera, cuando decía que era estudiante, la gente daba por hecho que sus padres le pagaban los gastos. Pero si ella hubiera abierto su armario, habría gritado horrorizada. O se habría puesto aún más cachonda, todo puede ser.
“Mis padres llevan muertos 10 años” – Respondía a veces. Descubrió que con las chicas era mejor no ser así de directo. Lo tomaban como una bordería, cuando era un simple hecho objetivo.
La muchacha se fue, dejando sólo a Jaime. Lo que más deseaba en el mundo, es que esa muchacha hubiera sido Esther. Ver una película ahora mismo con ella. Saber que ha hecho ella durante la cuarentena. Pero ella no había respondido a su último mensaje. 3 meses habían pasado desde el robo, y que ella lo dejara.
Como le daba pereza ducharse ya, Jaime se dirigió al gimnasio. Aún había que entrenar con mascarilla, lo cual era una estupidez: Todo el mundo se la ponía debajo de la nariz, con lo que la medida no era efectiva. Algunas personas se referían a la mascarilla como ‘Cubrepapadas’.
Mientras hacía bici, los pensamientos le inundaron la cabeza. Si El Canijo, y sus amigos nazis eran los culpables del robo, al menos ya sabía de quien vengarse. Pero no se atrevía. No quería volver a entrar en esa espiral de violencia. Sólo quería recuperar a Esther y abandonar Málaga junto a ella. Cádiz, Huelva, Melilla, incluso qué coño, Murcia sonaba como un buen destino para huir de allí.
¿Para qué iba a servir huir? Jaime había perdido la cuenta de las veces que había empezado de cero, y todas las veces, terminaba de la misma manera: Delinquiendo con tal de no trabajar, como si vender droga pudiera considerarse ser un trabajador ‘autónomo’.
El móvil comenzó a sonar. Era Zahid. Jaime se levantó rápidamente de la bicicleta, y tras salir del local cogió la llamada.
Necesito un nuevo favor, Jaime. – Dijo Zahid, saltándose la parte donde saludas a la otra persona y le preguntas que tal está.
Y me imagino que no puedo negarme.
Puedes, pero no sé como mis primos se lo tomarían. – Le respondió. Tras un silencio incómodo, Zahid prosiguió:
Necesito que acompañes a un muchacho a comprar coca a la Palmilla. Es de la familia de los Santiago, y va a recomprar una coca que los Núñez le robaron a su familia. Quiero que ninguna de las familias se meta con la otra. Que no haya ninguna pelea.
¿Qué pintas tú en todo esto? -Preguntó Jaime
Pues bueno, yo he hablado con los Núñez para que se la dejen a buen precio al tío, y me llevo también una parte. Te paso su contacto:
Fali Gitano Añadir Contacto
Jaime habló con el tal ‘Fali Gitano’. Prefirió agregar su número como ‘Rafael Santiago’. Conocer su nombre y apellidos era útil por si la cosa se torcía. Por si el tío intentaba alguna estupidez y había que buscarle luego, por ejemplo.
El tal Fali, le dijo, con bastantes faltas de ortografía, que se verían a dos calles de la casa donde la compra tenía que realizarse. Cuando por fin se vieron las caras, se reconocieron al instante.
‘El Fali’, era un joven de 23 años, delgado, pero bien definido, de piel morena, raza gitana.
Se recortaba la barba de manera que sólo lucía pelo en los filos de la mandíbula, excepto en la comisura de los labios donde formaba una barba de candado, y llevaba el bigote recortado de manera muy fina.
Vestía de manera sencilla, y lucía tatuajes. Nombres varios, su propio apellido, el Cristo de los Gitanos en el antebrazo izquierdo..
‘Al menos no lleva la típica puta gorra con el gallo’ – Pensó Jaime
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