Cada vez que un amante me decepciona cometo el mismo error. Revisar el Facebook de Fabricio. Solo tiene esa red social, lo sé bien porque lo busqué por todos lados. Maldita sea, debo dejar de soñar con algo que no va a pasar nunca. Además, ya pasaron diecisiete años desde la última vez que nos vimos, nuestros mundos son opuestos. Él muy opus dei y yo tan feminista. Pero; una palabra suya bastaría para que mandara todo al diablo, mis creencias e ideología para seguirlo hasta el fin del mundo. Porque se que él no renunciaría a su credo ¿o sí? Un calor abrasador, hace que el ventilador en su máxima potencia arroje llamas ardientes sobre mi desnudez. Vuelvo a pensar en él, que ahora cuenta con cincuenta años. Pensé que, por ser viejo, estaría feo y arruinado. Para mi sorpresa, sigue siendo hermoso y perfecto, un espécimen de hombre igual que diecisiete años atrás. Entre las fotos de su Facebook, veo que formó una familia bellísima. No me dan celos, al contrario; me alegra que sea feliz, o eso parece. ¿Él pensará en mi como yo en él? A veces me tienta mandarle un mensaje, un simple hola, pero desisto. Lo mas probable es que me diga ¿vos quien sos? Y no podría tolerarlo. Si le dijera amor mío pienso siempre en vos, seguramente me diría ¡loca no se quien sos! Y así en todas mis conjeturas, él no me recuerda. Aún, si lo hiciera, es del opus dei. Ellos no se divorcian. Por lo tanto, con buena suerte podríamos hablar solamente. Mi cabeza fantasea con él y no puedo evitar masturbarme. Tal vez, escribo sobre él para que de alguna manera y si el destino así lo quiere me lea y sepa que jamás dejé de quererlo. Reviso nuevamente su Facebook, pienso que hubiera pasado o que hubiera sido si…
Recuerdo, aquí sentada en mi escritorio, la primera vez que lo vi. Por ser de acuario tengo la maldición de que siempre me gusta el tipo mas lindo de entre los lindos ese que esta fuera de mis posibilidades y no tanto por carecer de belleza o voluptuosidad sino por tener una nula autoestima y siempre sentirme el patito feo. Yo, hacia menos de un mes había empezado a trabajar para la empresa. Era mi primer trabajo tenía veintitrés años y era virgen. No por una cuestión religiosa sino por mi falta de autoestima. Los que se me acercaban me desagradaban y los que me gustaban como ya dije estaban muy por encima de mis posibilidades. Así que prefería no probar el fruto prohibido. Ahí estaba yo acurrucada en mi escritorio inexperta en todo sentido cuando de repente, escucho “hola, gente ¿cómo va todo?” mi corazón tembló antes aquellas palabras, que emergieron de una voz ronca, gutural tan masculina que todo mi cuerpo vibró por primera vez. Saqué como la tortuga mi cabeza del escritorio y me asomé a ver quien era pues en los días que llevaba allí nunca lo había escuchado. Cuando lo vi mi corazón y mis pulsaciones se aceleraron. ¡Por Dios! Ni Brad Pitt era tan hermoso como él. Mi supervisor se acercó a estrecharle la mano y darle un cálido abrazo, era claro se conocían. Nos dijo, que desde ese día Fabricio, seria nuestro nuevo supervisor junto con él. Fabricio saludó a los que conocía y luego empezó a saludar a los nuevos. Creo abrí los ojos como plato cuando se aproximó a mi para saludarme con un beso en la mejilla. Una tímida sonrisa se dibujó en mis labios y me ruboricé. El supervisor le dijo ella es Sofia Agosti empezó hace unos días con nosotros. Un gusto compañera nueva me dijo Fabricio, y se sacó los anteojos de sol para guiñarme un ojo. Mi cabeza estallaba ¡GUAU! que ojos verdes mas hermosos. ¿Podría ser más hermoso? Y en ese instante ambos supimos que habíamos hecho conexión. Yo había estado embelesada de un compañero de secundaria, pero con Fabricio fue diferente. Había lujuria detrás de nuestras miradas, algo que, hasta ese momento, jamás había sentido. Creo, que no trabajé en todo el turno ese día; porque, me lo pasé estudiándolo a él. Era alto, muy alto, los ojos verdes aceituna que ya mencioné, el pelo oscuro largo tirado hacia un costado, cara armoniosa angulosa de mandíbulas fuertes, labios carnosos, flaco con cuerpo de deportista, se le notaban los músculos debajo de la ropa “luego sabría que era jugador de rugby”. Lucia unos jeans sueltos, remera verde, zapatillas y anteojos de sol. Muy fachero. ¿Cómo es posible que después de diecisiete años lo recuerde con tanta claridad? Si debo ser sincera conmigo misma, ese día me enamoré para siempre. Solo que algunos amores no están destinados a ser. Sin planearlo ni preverlo, empezamos a conversar de una manera tan suelta, que era como si ya nos conociéramos de toda la vida. Ahí supe que él tenía treinta y tres años, ósea diez años mas que yo. Siempre tan caballero conmigo, un respeto que iba más allá de las formalidades del trabajo. Dia a día me enamoraba cada vez más. No quería irme de la oficina y contaba las horas para volver y estar con él. Tenía baja autoestima, pero nunca fui tonta y mi sexto sentido que nunca me engaña, más el radio pasillo de toda oficina, me confirmó lo que ya me imaginaba. Fabricio andaba con varias de la oficina. “-Como diría mi abuela”- con esa belleza casi inhumana que pretendías ¿que fuera monje? Por donde pasaba Fabricio dejaba una estela de bocas babeantes llenas de lujuria. Se corría el rumor de quienes lo habían visto u estado con él de que poseía un miembro viril del tamaño de un termo de medio litro o una botella de agua de las mismas medidas. Era en verdad un Adonis, un Dios del Olimpo. Empezaba a sentir deseos, la carne me quemaba, no paraba de fantasear. Se mezclaba la apariencia de él soberbia, mas los comentarios de las mujeres, y mi cabeza hervía. De inmediato, nos hicimos muy amigos. Quiso saber, ¿si me gustaba el helado? Yo le respondí que amaba el helado. Entonces, durante nuestro descanso pedíamos medio kilo y nos íbamos a la terraza a comerlo. Yo hablaba sin parar y él me escuchaba atentamente como si la que hablara fuera una mezcla de Afrodita y una catedrática. Había tanto deseo en nuestras miradas. Le hubiera comido la boca, pero no lo hice. En cambio, reía ante cualquier comentario que él hacía. Nuestras risas inundaban el aire, así como los edificios vecinos que llamaron para quejarse aduciendo que cogíamos en la terraza. ¡Viles mentiras! A veces creo nuestras risas eran una forma de coger sin hacerlo, porque había lujuria y excitación en cada sonido que exhalábamos. Me sentía, ante su mirada, la mina más linda y amada de este mundo. Una tarde antes de irnos, me propuso viajar juntos en el colectivo 65, él vivía en Bella Vista, provincia de Buenos Aires y yo en Belgrano, Capital Federal. Me pareció genial la idea de tenerlo un rato más para mí. Él se bajaba antes que yo, para tomar en la estación paternal el ferrocarril san martín y yo seguía hasta chacarita para tomar el colectivo 76. Íbamos todo el viaje conversando y riendo. Que feliz era. Las mujeres me miraban con mezcla de odio y envidia, el tan hombre y yo tan poca cosa. Encima ni cogíamos porque yo seguía siendo virgen. Me avergonzaba, mi cuerpo imperfecto, lleno de cicatrices que él parecía no notar y eso era lo que mas amaba de él que me hacía sentir especial, pudiendo estar con la mina que quisiera elegía perder unas horas conmigo. Otro día, propuso esperarme en la parada de colectivo, entonces iríamos y volveríamos de la oficina juntos. Yo le dije, pero; vas a tener que caminar hasta la estación de chacarita porque el ferrocarril te deja lejos. A lo que él respondió no importa. Así hicimos, yo llegaba a chacarita y ahí estaba él esperándome, apoyado en la parada del colectivo, soberbio con ese cuerpo de rugbier y los anteojos de sol. Era increíble ver lo feliz que se ponía al verme llegar. Nos dábamos un beso en la mejilla y nos subíamos al colectivo 65. En nuestras charlas a él le inquietaba que en pleno siglo XXI siguiera siendo virgen. Si, se lo había confesado. A él le contaba todo, había una naturalidad en nuestras charlas, nada me avergonzaba excepto mi cuerpo. Deseaba tanto que él fuera el primero y nunca se lo pedí. Otro día charlando, el me confesó que él y su familia eran del opus dei; si me hubiera dicho que era tratante de blancas, narcotraficante o terrorista no me hubiera impactado tanto. Y mi familia y yo somos ateos le dije. A lo que él puso cara de desaprobación. Ahí supe, porque a mí me trataba con tanta condescendencia, porque cuadraba dentro de sus canones religiosos, yo era virgen, alguien pura sin mancillar no importaba si era linda o fea. Las otras minas estaban para ser disfrutadas. O sea, si fuera religiosa debería haberme sentido halagada pero no lo soy, por lo tanto; me desanimó que me quisiese solo porque era virgen. Nuestra relación sin sexo era perfecta, porque no hacíamos nada y a su vez lo hacíamos todo. Nos tocábamos con las miradas. Puede sonar infantil o kish, pero nunca volví a sentirme así deseada y amada a la vez. Habían pasado seis meses, ni cuenta me había dado, mi mundo giraba alrededor de Fabricio. Ese día llegué a chacarita y no lo vi en la parada del colectivo, pensé estaría enfermo. Tomé mi celular Nokia y le mandé un mensaje, no tuve respuesta. Mi corazón tembló. Llegué a la oficina y me dijeron había reunión. Lo buscaba con la mirada entre todos los allí presente, pero él no aparecía. Un frio me corrió por el cuerpo. Un compañero, se dio cuenta que yo buscaba a Fabricio, pues era el único que faltaba. Me preguntó: – ¿Buscas a Fabricio? él respondió, renunció hace unas horas nos dijeron. Sentí las piernas flojas y una tristeza como nunca. La reunión finalizó y nos fuimos. Al tomar el colectivo 65, miré nuestros asientos vacíos y me largué a llorar. Un mes más tarde me reproché, lo imbécil que fui, al cortar el primer llamado y no responder los otros dos que me hizo. No supe como reaccionar. Me quedé viendo la pantalla del celular. Ahí supe con el corazón roto que todo había terminado, lo enterré en mi subconsciente y seguí con mi vida. Amante tras Amante amores de segunda, amores superfluos. Fugases e intermitentes que dejan un vacío, pero sacian la lujuria.
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