Voy a cerrar por reformas.

Estoy buscando los poemas de mi vida de dentro,

los más tempranos.

He sido demasiado fugitivo para no encontrarlos

un día de estos, entre las malezas de cajones desbordados,

de los días intensos.

Las palabras que se han escondido de mí:

las adultas, las enormes, las recubiertas, las perfectas,

las que no tienen nada que decir,

las que emocionan y mojan de lágrimas las cosas que no te importan,

a veces las veo y me miran de lejos. 

Mi poesía es un código que pocos entienden, 

este es mi gran asunto inacabado.

Ya va siendo hora de cerrar.

¿Eres un robot …? ¿No quieres decirlo?

Perdona si lo eres y no te lo he preguntado al principio,

total, de todas maneras te iba a dejar entrar.

Yo ni éso.

Las olas, dicen, se aburren.

Parecidas.

Siempre rocas y arenas,

eterno ondular

de hinchadas mareas.

Los mismos quejidos,

siempre contra las piedras.

Una, otra y otra vez.

Estribillos sin virtudes.

Yo quiero ser lo que dicen,

ver sólo rocas y arenas.

Escuchar el cuchicheo,

de la espuma que navega.

Que corten mi suave piel,

las barcas llenas de penas.

Una, otra y otra vez,

quiero ser frecuentemente,

o para siempre,

esa ola que se queja.

Se han elevado en el aire,

mil temores diferentes.

Unos van con esa gasa grisácea en el cuello,

y los otros, reptando como serpientes.


Se acercan a mi lado de nuevo,

las mañanas de seda ligera,

el sereno brillar de tu frente,

y tu sonrisa que quedó grabada en mi mente.


Y en tu mirada serena,

se haya el cariño escondido,

cansado de haber extraviado el camino,

y que estés tú aún, cómo dormido.


Miedos y amores alados,

brazos qué abrazan de veras.

Tus besos de tierna granada en mi boca,

y yo flotando como una bandera.

Cuando paso por tu frente,

me doy cuenta de inmediato,

que seguro he de quererte,

y no sólo por un rato.

Tu jardín huele distinto,

es laberinto de amores,

es un locuaz ladronzuelo de las flores que yo he visto.

Acertijo titubeante,

rompe todos los instintos,

este amor desconcertante, paradigma del hechizo:

Cuando de pronto amanece y mi amor es sorprendido,

por la seda de tu risa,

resbalando hasta su oído …

encontraste de repente de rodillas, suplicante,

muy escondido y tembloroso,

mi fugaz adolescente.

Siempre he querido atrapar una grulla en pleno vuelo.

Separarla del viento con mis manos,

no ha sido nada fácil.

Las grullas aman el aire, viven aferradas a él.

Mi mirada les ponía nombres,

pero mis manos,

mis manos necesitaban conocer la bella monotonía de sus planeos,

ese presumir de superficies plumadas y resbaladizas,

conservando a la vez el lastre que frena el vuelo de las aves

cuando bajan y se posan, cansadas de cielo.

Las hace flotar, con la ingravidez de un planeta pequeño,

que les da, esa paciente lentitud que tiene la germinación.

Llegarán en este otoño, el atardecer de las estaciones.

Estos meses siempre por descubrir,

con sus tiempos ocres, de hojas embarruntadas,

donde hallo lo primitivo y lo eterno.

Los inicios y los finales han perdido mi interés.

Se parecen mucho los que he visto.

Prefiero, para mi asombro,

las noches de los inviernos,

con su oscura luz,

fina y cortante,

y sus extrañas flores negras.

Apenas había visto a través de mis ventanas, estas calles intactas,

que no reconozco desde hace algún tiempo.
Sus dos filas de árboles que apuntan al cielo,

unos frente a otros, separados por concretos,

imponen testarudas distancias.

Comparten la misma cantidad de pájaros, la misma cantidad de hojas secas,

e incluso, los mismos mutismos nuevos,

todos ellos, ajenos a mí.

Dan ganas de subirse a sus cimas verdes,

y gritar como si estuvieras en una tormenta,

¡….quiero ser yo de nuevo…!,

y romper en retazos esos silencios limpios e incompletos,

que hacen también de mí, un objeto deshilachado.

La paciencia es un tesoro blanco que he encontrado en estas noches de inestimables soledades,

que saca por fin de mí,

un extraño agradecimiento.

Ya vendrán los días de ir a las profundidades de la lluvia y cantar,

con todas mis fuerzas,

desde el fondo,

junto al sonido del agua rota,

canciones de reencuentros.

¿Tus abrazos madre?,

¿ese amasijo de seda?, es mi entusiasmo.

Atan mi barco de vela, en tu puerto de regazo.

¿Y esa risa que retosa, que empapa toda tu boca?,

salpica y moja mi coraza rota.

Y por las leves hendiduras

entran también tus manos, como un rebaño asustado.

Corretean por mi pelo,

y lo hacen mil caminos con tus dedos.

,

Madre, aún no puedes marcharte.

Ven, pon tu frente sobre la frente mía.

Busquemos un lugar quieto, es muy fiero el resplandor.

Tú descansa, que cuando estés casi dormida,

atraparé aquella nube,

la sujetaré en la proa de este banco de madera,

y nuestro mar será para siempre,

una sombra entera.

Cuando despiertes mañana,

estaremos navegando.

Yo llevando este timón.

¡Que la sal hiera mis manos!,

¡que vengan afiladas velas!,

¡que las sogas estén de parte de las enormes mareas!

¡Lucharé contra las rocas

y sus puntiagudas piedras!

¡Que descansen los nudillos,

de tus dedos castigados!,

que tus oídos no escuchen

el batir de las tormentas.

Si supieras,

hoy es un día en que estado pensando en mí.

No te miento,

a veces pienso que no soy un poeta.

Aunque me gustan los cuervos y el mar,

y esa seda resbalosa,

que suelen mostrar los murciélagos,

al unirse a la noche,

con ese volar, tajante y sagaz.

No exagero,

a veces pienso que soy un poeta,

cuando en silencio,

con la ventana entreabierta,

voy juntando largo tiempo,

bajo la luz desvelada de mi lámpara led,

palabras que son muy viejas.

Me levantaré unas horas antes,

quiero sorprender algún verso rezagado que me dé una pista.

¿Con qué oídos estoy escuchando,

y con qué ojos miro el camino por donde vendrá tu poesía?

Los pájaros vuelan sentados en el viento sin mirar si quiera debajo, entonces,

a quién podré preguntar:

¿Y de dónde viene? ¿En qué roca se posa?, ¿con las mismas palabras de antes?, …

Es que el pasado es tan terco y tiene tantos años.

Dejaré que me golpee el agua fresca, como antes.

Quiero desperezarme e irme al amanecer, con el rigor y el paso justo,

de cuando sabía dónde podía oler tu alma,

dónde te podía encontrar,

donde hallar cualquier perdón.

El amar ya no se lleva.

Es demasiado lento,

demasiado arriesgado.

Excesivamente costoso y ordenado.

Incluye además de etéreo y eterno;

jurídico, predecible y procreador.

Montones de dogmas y doctrinas para un mismo beso.

Es en fin, demasiado ideológico,

incluso hasta comprometedor.

Mejor sólo conmigo mismo,

y así no perder de vista,

mi lugar antiguo,

solitario, serio, silencioso, árido, pálido,

posiblemente eterno también,

aparentemente conservador…,

y en cambio, a veces,

deliberadamente libertino.

IX

Ya no estoy secuestrado en ti.

Hoy comienza el pasado mío,

que sí guardaré en un cofre ordinario.

Ya no tengo que salir de tu vientre,

cada día, haciendo aguas,

pálido, delgado y ensangrentado,

solo, con mi llanto de gato en celo,

mis patas mojadas,

escondido debajo de un coche negro.

Ya no tengo que inventarme una ciudad,

con un santo de piedra en lo más alto,

con los brazos abiertos,

mirando con sus córneas de concreto,

hacia dónde caerá cuando sepan que está muerto.

Ni dormiré casi en el suelo,

sobre un encaje sucio,

contemplando por la ventana, un sol decadente,

que yo creía,

que doraba mis horizontes…

Hoy ya no.

Voy a dejar pasar la lluvia dentro de mí,

y ver si en verdad se vuelve río,

y que me salten de paso,

salmones en el pecho,

viajen por mis arterias a saltos fríos,

suban hasta mis bordes,

y me salpiquen de espuma y algas, hasta no ver.

Conozco el milagro de niebla y hielo,

que acusan de ser lo mismo.

Pero envolverme en raíces mojadas y lodos hambrientos,

que se nutran de mi piel,

ya no es cuestión de decidirlo en voz baja,

ni preguntarme si será como quedarse dormido, bajo el peso de unas piedras,

esto es otra cosa.

«Luna adoptada»

Miro la luna que ha quedado,

en un rincón de mi techo, fuera de la razón.

Es una niña perdida,

y es también tierra antigua,

que sin querer,

por sus miedos,

mancha las noches de todos,

con gotas de plata mojada.

Que no puede obviar,

su sospechada historia.

¡Que más da!

¡Dejadla en paz!

Sólo quiere la lealtad de la noche,

sólo pide que cruja el camino,

para saber si alguien se acerca,

y quiera por fin,

venir a buscarla.

Me atrevo mandarle mis dos poemas más queridos. Escoja usted y perdone. Si escogiera uno de entre los dos, no me perdonarían ni ellos , ni yo. Si no fueran de su estilo de poesía, lo comprendería y estaría agradecido igualmente. Gracias por su rápida respuesta.

“El dulce cariño”

Esconde la noche su llanto,

esparce el rocío su brillo,

se despierta mi cariño.

Yo no sé si lo entretenga

o desate con la magia

su libertad deseada.

Tengo miedo que se marche,

y en la parte de la tarde que anochece,

llegue, busque y no lo encuentre.

¿Qué le digo yo a mis dedos

que secuestran sus cabellos?

¿Cómo digo al tropel de nuevos versos,

que ha llegado el triste invierno?

¡Ay cariño casquivano!,

no te marches!,

de mi lado tendrás siempre fiel mis manos.

Inventaré roces nuevos,

Y cuando abras los ojos,

Y la noche se haya ido,

Y el rocío sea opaco,

cual valiente Sherezade,

te tendré algún cuento nuevo.

Cuando paso por tu frente,

me doy cuenta de inmediato,

que seguro he de quererte,

y no sólo por un rato.

Tu jardín huele distinto,

es laberinto de amores,

es un locuaz ladronzuelo de las flores que yo he visto.

Acertijo titubeante,

rompe todos los instintos,

este amor desconcertante, paradigma del hechizo:

Cuando de pronto amanece y mi amor es sorprendido,

por la seda de tu risa,

resbalando hasta su oído …

encontraste de repente de rodillas, suplicante,

muy escondido y tembloroso,

mi fugaz adolescente.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS