1. No puede hablar de moral el cobarde; y es cobarde aquel que encubre sus actos mediante la evasión de los recuerdos. Aunque tales recuerdos hagan dudar de que tan consciente se era al realizar el acto, se pone de manifiesto la conciencia de lo sucedido al recordarlo. No es tan sólo el acto como tal lo que define la cobardía, sino lo sucedáneo, el arrepentimiento o la justificación. Uno puede negar que era consciente al violentar a otra persona, pero recuerda el acto, por lo que nada le impide pedir perdón. No hay condicionante más allá de la cobardía que pende del individuo.
2. ¿Qué pasa cuando el pasado es visto sólo como una mancha por borrar? Sin aprender del mismo no se avanza, pero tampoco tiene sentido avanzar si esa mancha oscurece el horizonte.
Borrar la mancha sería como esperar que el suicida limpie el rastro de sangre una vez ratificada su esencia. No puede mejorar aquel que dejó de ser. De igual manera, el deseo de borrar el pasado es un atisbo de la negación esencial. El olvido o su intento, es un acto de cobardía; y la cobardía, antítesis de la vida.
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3. Otro intento y otra farsa a la que el paso del tiempo le quitó el valor… el tiempo, de eso se trata; su paso y el desencanto sucedáneo son indicios de verdad. Ahora entiendo porque dicen que la verdad duele. La misma viene con el paso del tiempo, y este con una tormenta de arena que borra las huellas, arrollando el monólogo que dio sentido a la vida.
La verdad necesita del paso del tiempo; y el paso del tiempo denota la inmanencia del desencanto con respecto a la vida. Pero ese desencanto, como gota de humildad en un desierto de dudas, puede devenir en el fango que ahogue nuestros pasos en casos de no ceder a nuestra vanidad; o en un oasis en el cual asentarse, si reconocemos nuestra finitud y la falta de sentido como consecuencia de un intento burdo por elevarnos por sobre el orden del cosmos.
4. El instante se pierde por la ilusión de un bolsillo lleno. Jugamos con el tiempo porque se ve a lo lejos el reflejo de la hoz. Pero a su paso, y mientras el reflejo se apaga paulatinamente, va dejando huella un corazón herido: el tiempo desperdiciado.
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5. La utopía no tiene nada que ver con el hombre; sólo da sentido a la marcha del rebaño. Se desea la perfección, cuando, en realidad, el hombre vale por su imperfección.
En primer lugar, para alcanzar la perfección todo debería de ser previsible; pero todos sabemos, o al menos aquellos que hacen un mínimo esfuerzo por conocerse, de lo impredecible de nuestros actos cuando el sentimiento los rige. La perfección implicaría reconocer la razonabilidad de todo, pero el todo esta comprendido no solo por la razón sino también por el sentimiento que, como mencione anteriormente, da entidad a lo inexplicable de nuestros actos. Por un sentimiento la gente da su vida, y no así por la razón. En todo caso, a través de la razón uno justifica el asesinato, más no da su vida.
Es más, si miramos con atención lo que nos rodea, veremos que aquello a lo que damos valor y que, por consecuencia, da valor a nuestra vida, se caracteriza por su imperfección: la familia, amistad, la belleza representada a través de la naturaleza y el arte, etc. Cuando las juzgamos desde la razón, las banalizamos y el vacío nos invade.
Asocio esos aspectos de la realidad con la imperfección no porque los considere así, sino en oposición a la supuesta perfección que se idealiza desde la razón. La razón juzga, siendo que el amor, la belleza y demás, pulsionan; es algo que se siente, más no se razona. Uno puede usar sus capacidades intelectuales para describir esa realidad, pero la explicación se reduce a eso: una «pulsión», algo «desde dentro».
Los pasos en falso, los errores, son los que nos hacen crecer. Es decir, es la progresividad, que requiere de la imperfección, aquello que le da valor a nuestra vida. Porque, ¿qué sería de mi sin los errores cometidos? Que no todos son necesarios, pero incluso aquellos que no lo son representan una carga en el presente; algo así como una cruz cuyo peso me recuerda como no debo actuar y que me lleva a pensar en la redención.
El merito se devela como parte esencial de nuestro desarrollo. El mismo, como se dijo, requiere de la imperfección, ya que supone mejorar; y para hacerlo, se debe ser imperfecto. La imperfección es una condición para nuestra felicidad.
El merito dando valor a nuestros actos y lo inexplicable/irracional dando valor a la vida, entre otros factores, son los argumentos que me llevan a descreer en las utopías.
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6. Ante una vida mediocre, están los vanidosos que hacen falso alarde de sus vivencias y los humildes que callan siendo consecuentes con lo poco que valen. En ambos reina lo aparente. No se busca un cambio de fondo, sino que se enfocan en las formas.
Igual de mentiroso es aquel que, en el intento de ser consecuente, se expresa con el silencio. se autoengaña al pensar que la solución yace en la uniformidad de sus actos. Es alguien que sigue practicando sus gestos en el espejo, cuando, en realidad, se trata de romperlo. No es autentico; sólo podrá serlo si se preocupa por llegar al fondo.
7. El miedo al fracaso convirtiéndome en un fracasado. El hecho de soportar la humillación termina naturalizándose por el miedo de no culminar los estudios, de no conseguir trabajo, de ser despedido, y un infinito etcétera. Hechos que, en su consecución o en su pertenencia, representan algo digno. Pero, si el trayecto hacia tales metas estuvo repleto de privaciones y vejaciones, ¿qué tiene de digno? Se supone digna la meta, pero su trayecto implica sumisión. No hay dignidad alguna en la sumisión; justamente, como señala Camus, es en la rebelión donde el humano expresa su esencia. Ser digno implica ser consecuente con la esencia; o por lo menos, con lo que uno siente. De ser así, no creo que sea el deseo de muchos la humillación constante. En todo caso, uno puede soportar todo ese sufrimiento para, alcanzado el objetivo, convertirse en parte de aquellos que, aprovechándose de su poder, hacen abuso de autoridad; abuso que forma parte de la humillación mencionada. En pocas palabras, implicaría traicionarse, ser hipócrita.
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