Era la noche ordenada cuando regresé.

Cada espacio silencioso era contra el azul que canta;

la luz era ya un pesado fruto

que se colgaba de mis manos y ojos y párpados,

el breve espectro me decía “poesía”

¿vas a mentir sobre tu vida?

¿es ya el final de la noche, día, piedra y páramo?

Mira el mundo, la palabra adornada

aún hay barcos todavía y playas y ruedas y luces.

y me respondía, si

aún hay esa llamita azul sobre mis párpados.

Y mi sombra vestida camina

y esa luz recién sembrada va de pie en la chacra,

aún no se opacan tus – mis – ojos.

Una vez oí “son hermosos tus ojos”

y me sonrojé al borde de la sangre y del mirlo,

quizá después oí: “me gustan tus labios”

y palomas y nardos salieron flotantes de mis uñas;

el crimen no hace al testigo,

pero la poesía hace ciertos dioses.

Regreso donde se suspenden las hojas y las calles

arden como palomas aldeanas;

regreso a la orquídea del vicio, al lote de nubes

a ensanchar mi colección de sílabas;

a vestir a este país estéril de corceles del sueño.

Abordo mi regreso así:

La noche la tarde una y otra vez y otra noche y otra tarde,

la noche de alardes dormidos en los campos ebrios.

Tú – yo – tenemos los ojos callados de espuma

frente a un mar sin barcos y sin monedas.

Tus ojos de cosecha

tus ojos de bosque ensanchado

tus ojos de himno

tú, campesino del mundo

tú, señor de la intemperie

tú, espolvorea harina sobre todas las cosas y devuelve

a los espejos su apellido.

Tú que gritas. ve y devuelve su crin, soy yo.

Tú al que gritas en el espejo, soy yo. Ese tú ahora soy yo.

Escribo como animal del aire

como espasmo de color de un ángel del este

mi voz que enciende el día

bebo ojos de luna

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