Antes que densos nubarrones destiñeran el cobrizo cielo, cayó dormida la tarde sobre los cofres de los autos. Las farolas se encendieron y la pesada noche se desplomó con insólita inercia. Gotas gordas que parecían de aceite comenzaron a caer, una aquí… otra allá. Algunas tañían los autos y sonaban cual címbalo de timbre grave y armónicos agudos casi imperceptibles, pero persistentes, luego un breve silencio y después otra gota… fue efímero el preludio de cuencos desafinados, porque de manera abrupta sobrevino el aguacero, tan fuerte que opacó el ronquido de motores. También desapareció el ulular de sirenas, solo se escuchaba el fragor de la lluvia que parecía congelarse con cada rayo.
El tránsito casi se detuvo, Soledad, en el asiento del copiloto, puso cara de preocupación y el pequeño Rodrigo, que viajaba en la parte trasera, saltó hacia la ventanilla para admirar el suceso.
El impetuoso viento azotó los autos como si intentara volcarlos y éstos a su vez se balancearon suavemente, como si estuvieran en la mar en un día tranquilo. Los desesperados conductores olvidaron por momentos su torpe impaciencia y al parecer agudizaron sus sentidos. Es raro que el feral chofer marche en silencio, sin queja alguna, sin herir el claxon, como resignado al castigo de la espera. Así fue en aquella ocasión.
Las filas eran interminables y lentas, apenas avanzaban unos metros para luego detenerse. Vidar miró el reloj, pasaban de las siete, el cansancio se reflejó en su rostro, quizás pensó que llegarían muy tarde a casa, más que de costumbre.
Afuera solo se veían siluetas de construcciones, la comparsa se había refugiado, solo un indigente se mojaba en una banca mientras alzaba los brazos y gritaba al cielo algo que no podían escuchar los conductores, pensarían algunos que sus lágrimas se mezclaban con la lluvia, pero en realidad manoteaba furioso. La ciudad comenzó a inundarse y a emanar el característico olor a cloaca, Vidar siempre pensó que esta parecía una bestia grotesca y enferma, las calles simulaban arterias congestionadas, tanto que estaban a punto de ocasionarle un infarto ¿Qué sucedería cuando el tránsito se detuviera para nunca más avanzar? ¿Huirían todos del caduco y mal logrado sueño?
La lluvia aminoró y Vidar murmuró despreocupado que quizá había sucedido algún accidente, pero Soledad respondió que el espeso tránsito se debía al aguacero. Vidar alargó la mano hacia el reproductor de música, quiso oír “Same old blues” para que el hastío no lo matara de sueño ¿O quizás para sentirse más miserable? Pero Soledad se adelantó y sintonizó la radio, miró a Vidar y sonrió con dulzura como festejando la más pequeña de las victorias pero no la menos insignificante, entonces comenzó a tararear con despreocupación una vieja balada romántica que a Vidar le parecía tener tufo rancio de alcohol barato. Cuando era niño, antes que su padre muriera, en verano su familia costumbraba viajar a casa de parientes cercanos, a un pueblo petrolero en la costa del Golfo. Las aguas eran inmundas debido a los desechos que la refinería arrojaba al mar, su familia era muy alegre, pero la única diversión era embriagarse y jugar baraja mientras escuchaban baladas románticas, entonces moría de aburrimiento en el calor sofocante de la selva tropical. Vidar tragó saliva amarga, pues habían pasado ya más de seis horas desde la última comida y con profundo suspiro resignó su cuerpo al automatismo, presionar ligeramente el pedal del acelerador, quizás mover sutilmente el volante y casi de inmediato accionar el freno, luego la larga espera y repetir la operación. ¡Ah! Los esclavos afroamericanos podían ser libres mediante la música, pero Vidar…
En el asiento trasero, el pequeño Rodrigo desesperado preguntó por qué avanzaban tan lento y externó su deseo de llegar a casa. – ¡Ah! Si yo tuviera la misma perspectiva del tiempo que Rodrigo- Dijo Vidar y luego balbuceó – saborearía cada largo y lento minuto-. Pero el inmesurable tiempo, la eterna inercia helicoide, lo había condenado a vivir apresuradamente. Rodrigo olvidó por momentos su impaciencia y decidió jugar. Soledad que cantaba entusiasmada otra balada volteó hacia el pequeño y le hizo algunas advertencias.
La lluvia arreció con furia, calló pesado granizo que hizo retumbar los vidrios. El tránsito se detuvo, era imposible ver el camino. El ruido era ensordecedor, tanto que Soledad apagó la radio y dejó de cantar. Los cristales palidecieron y el pequeño Rodrigo dio un brinco de miedo, pero su madre lo tranquilizó y lo obligó a quedarse quieto. La violenta tempestad no persistió, quizás unos minutos y luego se calmó. Después sólo las expresiones de asombro: ¡Parece que ha nevado!
Escampó y aún pasaron minutos antes que los autos se movieran lentamente. Soledad volvió a encender la radio y sonó “Knockin’ on heaven’s door” con Guns N’ Roses. Aunque a Vidar en su juventud le había gustado esa versión, ahora la odiaba porque le recordaba la sensación de estar perdido desamparado, sin rumbo. Aunque era libre había crecido en la orfandad, cuando tenía trece su padre, con el cual nunca congenió, murió y su madre huyó con el amante que hacía tiempo tenía, por eso Vidar siempre decía que a su padre nuca lo conoció y que cuando nació su madre le arrancó el cordón umbilical con los dientes y huyó como una fiera recién liberada del cautiverio. La canción le recordaba a sus amistades, bestias felices en lujuriante embriaguez, que al igual que él eran parias, pasó con ellos momentos de desvelo, excesos y desenfreno que en su juventud consideró felices, pero ya no le parecía así, por ello ahora prefería la versión original, la de Bob Dylan. Soledad comenzó a dar opciones de rutas para llegar pronto a casa, Vidar sabía que sería mejor tomar la ruta que él ya conocía, sin embargo no lo expresó. Soledad conocía mejor la ciudad, ella siempre había sido más orientada y él, muy distraído.
El pequeño Rodrigo olvidó la reprimenda y comenzó a brincar en los asientos, jugó y rio en la parte trasera, mientras, el tránsito se detuvo.
Algunos automóviles chocaron debido al resbaladizo asfalto, a la imprudencia y a la desesperación. Entonces sonaron libres las bocinas, tan libres como el albedrío, el ruido se fundió en un terrible zumbido. Soledad y Vidar no esperaron a constatar los accidentes, presurosos tomaron una nueva ruta.
La ciudad era imposible, todo era desconcierto, filas interminables, autos varados calles inundadas, personas que buscaban transporte y el ensordecedor bullicio de cláxones mezclados con sirenas de patrullas y ambulancias. Vidar y soledad se resignaron a la espera, soledad resintonizó la radio y sonó Del perdón de Alejandro Filio, por un instante hizo que Vidar olvidara al pequeño Renault amarillo de enfrente. Soledad, al parecer, se distrajo de la búsqueda de rutas, porque comenzó a cantar. Vidar cantó con ella y por un instante sus miradas se entrelazaron en la nota final, mientras que una fugaz sonrisa del pasado invadió sus rostros.
La lluvia volvió a arreciar, Soledad con desespero dijo: – El problema es que vamos para donde todos van, es la hora pico- entonces le indicó una nueva ruta a Vidar, pero por falta de visibilidad este tomó otra calle, el reproche no se hizo esperar. El pequeño Rodrigo los miró asustado y quiso intervenir, su madre aspiró una gran bocanada de aire y exhaló un suspiro, -no es nada- dijo.
En minutos la lluvia se transformó en llovizna. La ruta que tomó Vidar también estaba congestionada, aunque avanzaron con menor lentitud. Soledad olvidó la radio y Vidar aprovechó el momento para poner “Coming back to life”, entonces su inexpresiva mirada cambió, sus facciones se relajaron y apareció una sonrisa casi imperceptible, parecía flotar con cada nota de guitarra, se dejó llevar. Su espacio comenzó a latir y a llenarse de aroma a tabaco seco y sándalo, pudo oler la mañana cuando el cielo es turquesa con breves pinceladas de nubles blanquecinas y cobrizas y percibir el cálido aliento del sol en su frente, sintió la vieja satisfacción de tener aquella única pero limpia camisa que luciría por la noche en la conferencia, pudo saborear el café del pasado y hasta el hambre, que no importaba pues tenía el estómago repleto de satisfacción. Mientras tanto Soledad escudriñaba su dispositivo y se preguntaba ¿Será mejor esta ruta? ¿Será mejor otra? La música sonaba: “Lost in thought and lost in time while the seeds of life and the seeds of change were planted outside, the rain fell dark and slow…” Vidar se miró en el espejo para reafirmarse como ser sublime, pero no se reconoció, no, no eran sus ojos ni su piel, no se recordaba así, las manos comenzaron a temblarle y su frente a escurrir sudor frío. ¿Quién era el hombre sentado en la máquina con dos desconocidos en la fétida ciudad al borde del colapso? El corazón quería salírsele del pecho con cada respiración tan corta y agitada que no alcanzaba a ventilar su cuerpo, su brazo izquierdo, entumecido, intentaba detener la sensación de vacío en el estómago al tocar el vientre, un zumbido grave en sus oídos comenzó a desquiciarlo. Todo parecía un sueño, lo único cierto para Vidar era que moriría. Quiso gritar del susto y salir huyendo, pero el solo de guitarra lo hizo recapacitar, lentamente comenzó a respirar y tranquilizarse hasta recobrar el control. Soledad que miraba hacia la calle miró la hora y exhaló su hastío.
De nuevo escampó, las grises nubes lentamente abrieron huecos que dejaron ver la solitaria luna, su reflejo decoró las charcas con bellas luces, un brillante satélite en cada una. Vidar recordó el poema de Sabines , pero sólo fueron instantes maravillosos, porque después el cielo volvió a cerrarse.
Vidar puso a Billie Holiday con “Gloomy Sunday”, luego a Chris Stapleton con “Tennesee Whiskey”, a Etta James con “At Last” y al cantar Gary B. B. Coleman “The Sky is Crying”, Vidar se remontó a su más viejo recuerdo a aquella puerta blanca de doble hoja que al abrirse dejaba ver esa polvorienta calle de tierra donde sus hermanos sucios corrían felices, pudo sentir el viento húmedo que anunciaba la lluvia e inhalar una bocanada de olor a tierra mojada, escuchó las risas y sintió la misma serenidad del pasado. Pero la Tierra no se detiene, así como el tiempo en la carne y en la mente.
El tránsito seguía aletargado, Vidar acalorado abrió la ventana y un viento frío se coló entre él y Soledad sólo para dar en la cara de Rodrigo. Soledad reprochó el acto y Vidar que sentía ahogarse cerró la ventana. Soledad abrigó aún más a Rodrigo quien cayó dormido súbitamente, entonces continuaron su camino en silencio.
Gotas gordas que parecían de aceite comenzaron a caer, una aquí… otra allá. Algunas tañían los autos y sonaban cual címbalo de timbre grave y armónicos agudos casi imperceptibles, pero persistentes, luego un breve silencio y después otra gota…
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