Xiana observó por la ventana abierta como el mar calmaba lentamente y con dificultad su ira. El sol tenue del atardecer nuboso se reflejaba a duras penas en las todavía convulsas aguas y el bramido furioso de días pasados dejaba paso a un rumor que en ocasiones volvía a ser impetuoso. Cerró los ojos sintiendo el viento en la cara…
Ahogada por su ausencia, despertó bruscamente. Palpó el vacío que había en su lecho después de una noche mágica que sólo dos jóvenes amantes pueden crear. La luminosa mañana entraba por la cristalera inundando la pequeña alcoba. Se levantó y una suave y fresca brisa marina la incomodó e hizo que vistiera su desnudez con la camisola de él, que yacía de forma descuidada en el suelo tosco. Le buscó por la casa.
La exigua luz procedente de un sol tardío y aguado entraba en el salón. Xiana paseó la mirada sobre el escaso mobiliario del pequeño salón y detuvo su mirada en la alacena. Se acercó quietamente al mueble y rebuscó en su interior hasta que tanteó el papel doblado que buscaba. Desdobló la cuartilla, se acercó a la ventana y comenzó a leer. Irrumpía a veces y a borbotones un viento tumultuoso y fresco del mar que zarandeaba su largo cabello negro y doblaba la hoja dificultando su lectura. Con desdén, Xiana se recolocaba el pelo y volvía a erguir el papel para avanzar unas pocas líneas más en la lectura, hasta que sus ojos se volvieron a cerrar…
Le halló sentado a la mesa junto al ventanal del escueto salón, con el torso desnudo y su cabello ensortijado. Escribía ensimismado. Los graznidos de las gaviotas y los sonidos del cercano puerto se aliaron con su intención y, divertida y taimada, se le acercó por detrás. Le sobrecogió al colgarse de su cuello. Le besó.
–¿Qué haces? –preguntó ojeando por encima de su hombro.
–Escribo una carta.
–Ya lo veo. ¿Pero, a quién? –dijo con tono de fingido recelo.
Doblando el papel en cuatro, él sonrió abiertamente y se levantó de la mesa.
–Ya he acabado.
La carta hablaba de noches inolvidables, de días felices, de recuerdos imborrables, de momentos irrepetibles…
–¿A quién? –insistió riendo mientras le pellizcaba el costado.
– A ti –dijo por fin zafándose de ella.
– ¿A mí? –preguntó sorprendida.
– Así es –afirmó mientras guardaba la carta en el mueble.
–¿Puedo leerla ahora?
– No.
– ¿Cuándo entonces?
La miró cautivado por su belleza durante unos segundos.
–Ya sabrás cuando –contestó finalmente.
Se abrazaron largamente.
–Ahora tengo que marchar; zarpamos en breve.
–Ya lo sé –dijo ella con tono desalentado–. Creí que habías marchado sin despedirte.
–Jamás. Ya lo sabes.
La carta hablaba de sueños rotos, de rehacer vidas, de continuar pese a todo, de reencuentros en algún lugar…
Fue solo unos minutos antes, al escuchar el tañer lánguido y abatido de las campanas anunciando el fin infructuoso de la búsqueda, cuando Xiana supo que había llegado el momento de leer aquella carta que Gael escribió hacía ya algún tiempo.
La carta finalizaba con dos deseos…
Terminó de leer la carta y la plegó cuidadosamente. Dispuesta a cumplir el primer deseo que Gael dejó escrito de no derramar lágrima alguna, se pasó con brusquedad y rabia el dorso de la mano por sus ojos vidriosos. El segundo deseo de Gael, la llevó a contemplar el mar inquieto a través de la ventana abierta, y se convenció para imaginarlo navegando por mares remotos de los que un día regresaría para así poder volver nuevamente al mar en un bucle infinito…
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