Vehemente

‑ Tengo un extenso camino por recorrer, lleno de espinas y de rosas rojas. Me interno en él, cavilando que las plantas de mis pies tolerarán dos o tres pinchadas.

Camino, y siento como estas espinas me penetran de manera tan dolorosa atravesándome la piel, no sólo la de mis pies, sino en todo mi cuerpo, a causa de mi torpeza y mi desequilibrio, desamparándome de aquellas hermosas rosas rojas cuando quise palpar sólo una, tan sólo una…

Mientras intento extraerme una espina, con ecpatía y sin piedad alguna viene otra a traspasarme, y en mi intento de levantarme, más se adentran a mi cuerpo. 

Mi piel, que de un color similar a estas rosas, no deja de llorar, esparciendo sus lágrimas, compitiendo por ser las de color más vehementes. No me queda más que hacerles compañía con las que desbordan de mis ojos, llenos de dolor y de angustia.

De mis labios, los gritos pretenden escabullirse, ya reducidos, ya sin vida…

Trato de encontrarte entre las rosas; entre las espinas; entre las lágrimas que fluyen de mi cuerpo; entre el dolor que brota de mis ojos. 

Pero…

No te encuentro, no te distingo entre el camino, y este abatimiento no desampara mi ser. Dime, ¿dónde estás?, ¿dónde puedo encontrarte?, ¿dónde está ese amor que conocí alguna vez?, ¿dónde está esa dulce y melodiosa voz?, que pronunciaba mi nombre y me acariciaba el alma.

¿Por qué ya no eres rosas?, ¿por qué ahora eres solo espinas?, ¿por qué te has convertido en mi vehemente dolor?…

 

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