Primera noche
Anoche se acercó a mí. Note su aliento cálido en mis labios. Su cabello rozaba mi frente erizando cada poro. Me susurró palabras ininteligibles, oscuras. Pero entre ellas oí un frío—: Deslízate…
Bocarriba, como estaba, abrí los ojos (¿o ya los tenía abiertos?) y vislumbré los suyos entre tinieblas. Levitaba justo encima mía.
—Acércate —me dijo. Y yo, como un tonto, quise besar la carne que ni siquiera podía comprender. Pero me retiré de repente porque me dio miedo.
Esta mañana estaba acurrucado a un lado de la cama. Sentía un frío helador que nada tenía que ver con la temperatura de fuera, y recordé que, al apartarme, sus cabellos cortaron mi sien como cuchillos incandescentes. No voy a mirarme al espejo, temo ver las señales en mi cara…
Segunda noche
De madrugada, tras la puerta, donde la sombra nunca desaparece, volví a verla. Me miraba fijamente, erguida, pero ya no me daba miedo.
Me mantuve frente a ella largo tiempo, y no sin dudar acerté a preguntarle—: ¿qué haces aquí? —No me contestó, solo acercó su cara para que viera mejor aquellos ojos negros. En ese momento supe que jamás me abandonaría. Gire la cabeza un instante y al devolver la mirada a su sitio ya había desaparecido. Pero el olor… ese olor intenso continúa.
Ahora no sé deambular por casa sin mirar tras las puertas. ¿Estaré volviéndome loco o solo es que la añoro?…
Tercera noche
—¿Qué te traes entre manos Tyler? Ya no me buscas, y sabes que si no lo haces no puedo aparecer…
Su voz martillea mi cabeza como mil badajos en mil campanas. Me gusta el tono pero no la fuerza, y no quiero contestarle. Si aparece, me daña. Si no da señales, descanso pero intranquilo. Parece mi némesis y aun así me atrae su presencia.
He pensado que es mejor no hacerle caso, pero aunque no la vea, sé que está. Esos arañazos a lo largo de la pared me ponen nervioso. Cada noche hay más, y no quiero preguntarle por qué lo hace. Intuyo que sus cabellos rozan cuando deambula aprisa por el pasillo, pero puede que utilice otras «armas» para llamar mi atención.
Está decidido. Mañana conversaré con ella por muy horripilante y a la vez atrayente que me resulte su aspecto. No puedo olvidar esos profundos ojos… ¿negros?, o tal vez simplemente vacíos…
Cuarta noche
Llevaba todo el día y toda la noche buscando su presencia. Le llamé hasta la saciedad. Le reté gritando sentado en el centro de la cama. Incluso dejé todo el piso en completa oscuridad, donde ella se mueve libremente.
Desesperado decidí dormir. Y, como siempre, me acurruqué en mi rinconcito, bien arropado. No tardé mucho en notar cómo estiraba de mi manta y me dejaba el cuerpo al aire. Para ese entonces el olor era ya espeso.
Ni encendí la luz. Sabía que la tenía enfrente. Y noté la caricia en mi mejilla de unos dedos congelados y ardiendo a la vez.
—Ya podemos conversar —le dije. Pero ella no articuló palabra. Se limitó a mirar a mis ojos frente a frente, muy cerca. Lo supe porque podía respirar en su aliento de nuevo.
Esta mañana he amanecido tiritando, la ropa de cama en los pies hecha jirones. Pero sé que hemos hablado. Ya sé lo que necesita de mí, y yo por fin reconozco su nombre…
Última noche
La llamé una vez más. No tuve que insistir, porque ella ya comprendía que debía mostrarse.
Había apagado todas las luces y colocado una silla frente a mí. El frío y su aroma anunciaron la venida. Y sin apenas darme cuenta se aposentó mirándome de nuevo fijamente. La tenue luz de la luna, que se colaba por la persiana casi cerrada, irisaba sus cabellos, revueltos, y dejaba entrever la forma de sus extrañas mejillas.
—Querida mía, odiosa presencia, amiga, contrincante, amante… Hoy ya me decido, sin temerte, a decir lo que hace tiempo pienso. Te he necesitado tanto como te he temido. He convivido con el terror de no conocer bien tus reacciones. Y he deseado que desaparecieras, probablemente menos que tu compañía.
» Hoy te despido. No sé si solo por un tiempo. Pero a sabiendas de lo que buscabas en mí, no te lo puedo permitir. Ya no vendrás, porque sabes que si no te busco no apareces. Dejaré las marcas de tus paseos nocturnos para recordarte, pero las heridas que me has infligido sanarán.
Permanecimos, enfrentadas las miradas, muchos minutos. Ella ni se inmutó al principio. Pero al rato acercó lo que pueden ser unos labios y me besó dañando mi boca. Hicimos el amor por última vez (espero) y se desvaneció lentamente en finas volutas de un humo aromatizado.
Pronuncié su nombre por una sola vez, la última, y fue para despedirme.
— Adiós, Tristeza, adiós…
FIN.
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