«Ahora solo siento dolor, nada más.
»Espero que no exista ni el cielo ni el infierno. Porque en el cielo albergaría deseos de venganza que me harían indigno de estar en la presencia del Creador, de los ángeles y los santos. Y, ¿quién condenaría un alma como la mía al fuego eterno, que ya ha padecido en vida el sufrimiento de cada fibra de su cuerpo, sin descanso ni otra esperanza que la muerta misma? Espero también, que mi espíritu no sobreviva la expiración de mi cuerpo, porque en caso contrario, sería yo un alma en pena, sin poder tocar nada ni nadie, sin que mis largos lamentos puedan ser escuchados, viendo a mis enemigos morir de viejos, felices y satisfechos, mientras vago a través de los milenios, como una estatua invisible, sin poder cambiar e inamovible. Sin embargo, de una cosa tengo certeza, de que cuando aspire mi último aliento, me regocijaré, aunque dure un pírrico segundo, en ser engullido por la oscuridad de un sueño eterno, porque tengo que creer que los muertos no sueñan.»
Dijo alguna vez alguien en manos de un torturador.
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