En medio de la mudanza y a medida que los trastos se desempacaban, bolsas y cajas iban quedando arrumadas en el patio, que cada cuarto quedara bien montado era labor de los padres, mientras tanto, el pequeño con lo que encontraba se entretenía; en una corta visita al patio encontró una caja grande que llamó su atención, traía un cohete azul pintando, eso hizo estallar su imaginación, como pudo la llevó al que sería su cuarto de juguetes y durante varios días con ella jugó. La caja era sumamente versátil, en contados instantes se transformaba en carro, nave espacial o en avión, en el interior de esta el niño compartía mil historias con sus figuras de acción, pero si se portaban mal, convenientemente la caja se convertía en una cueva, un escondite o una prisión.
Culminando con la mudanza, la madre empezó a recoger y desechar lo que ya no se necesitaba y sin percatarse que la caja en el cuarto de su hijo era su nuevo juguete, la corto para reciclarla; cuando el pequeño no encontró su caja, experimentó la angustia que se siente cuando algo apreciado se pierde, la buscó desesperadamente por toda la casa, pero lamentable no la halló, como último recurso fue a buscarla donde por primera vez la vio, para su infortunio, coronando un montón de cartones amarrados, la encontró, no podía creerlo ¿Quién había destruido su posesión más valiosa?
Entre llanto y enojo, reclamó a sus padres, que confundidos por su actitud, no entendían, pues ocupados por los quehaceres de la casa, no se habían dado cuenta que de aquella caja, su hijo era el dueño, la madre asumió la culpa y realmente se sintió mal por haber terminado con la existencia de la caja, pidió mil disculpas que no fueron aceptadas, buscó otras cajas para remplazar la anterior, pero ninguna era del agrado del pequeño, esa caja era única, él la había escogido, traía pintado un cohete azul, nada ni nadie lo iba a consolar; el lamentable suceso dio origen a una pataleta de proporciones mayores, que con la paciencia de la madre estaba acabando.
Buscando apaciguar los ánimos, intercedió el padre en la situación, tomó al niño de la mano y a su estudio lo llevó, para estar al mismo nivel, lo sentó sobre el escritorio y con tono consolador, estas palabras le dijo:
- Tu caja se ha ido y no va a volver, debes aceptar la pérdida, ahí tienes otras cajas, escoge la que quieras y juega con ella, lo mejor es no hacer enojar a tu mamá.
El niño que atentamente había escuchado el corto discurso, se bajó del escritorio y salió corriendo del estudio para seguir con su pataleta; gritaba, lloraba y en el suelo se estregó, su madre que tras una hora de berrinche, la paciencia había perdido, asió al pequeño de un brazo y fuertemente del suelo lo levantó, como apaleando un tapete para sacarle el polvo, de nalgadas el trasero le surtió, luego lo sentó en las escaleras, para que tuviera tiempo suficiente de meditar sobre su mal comportamiento; cuando el pequeño se pudo levantar, la nalgas le dolían, era el efecto del tiempo que estuvo sentado o a consecuencia del ablandamiento de carne que había recibido, tal vez una mezcla de los dos, lo cierto es que el remedio legendario del castigo, en el niño funcionó.
Los días siguieron calmados, pero en el interior del pequeño algo cambió, para él las cajas habían perdido su encanto, solo verlas le recordaban su tragedia, decidió que lo mejor era jugar con los carros comprados en almacén, eran más lindos y coloridos no tristes y aburridos como una estúpida caja color beige; más la quietud que en la casa reinaba, con los gritos del padre se rompió, airado a su esposa le reclamaba por el destino que había corrido su camiseta favorita; ¡estaba vieja y rota!, le decía su mujer, la corté para hacer paños era para lo único que servía; el hombre se rascaba la cabeza, los ojos se estregaba y a modo de retahíla a su esposa le peleaba, ¡eso es una pataleta!, se dijo el niño, que en silencio, desde el sofá miraba y el comportamiento de su padre identificó, tomó a su papá de la mano y al cuarto de juguetes lo llevó, para estar al mismo nivel, le pidió a su padre que se arrodillara y con tono consolador, estas palabras le dijo:
- Tu camiseta se ha ido y no va a volver, debes aceptar la pérdida, ahí tienes otras camisetas, escoge la que quieras y póntela, lo mejor es no hacer enojar a mi mamá, pues si la haces perder la paciencia, de nalgadas te va a dar y para que medites tu mal comportamiento, en las escaleras por un largo rato te va a sentar.
El pequeño que ya conocía el efecto del castigo, no quería que su papá al igual que él con las cajas, les perdiera el gusto a las camisetas y decidiera andar por ahí sin llevar una puesta.
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