árbol de la vida

No me acuerdo cómo empezó. Sólo me acuerdo como terminó. Todavía tengo el gusto en la boca y cuándo me toco la frente aún me quemo la mano. Mi corazón algunas veces late fuerte cuando pienso en lo poco consciente e imprudente que fue pretender que podías quererme. Bebiste mi sangre e incluso así decidiste dejarme. Dejarme en la puerta de tu casa. En el taxi. En tu interminable lista de espera. Fui tan real y transparente para ver si podía asustarte. Jugaste con cada una de mis leyes morales y quebrantaste algo en mí que pensaba que era impenetrable. Cuando llegué a casa, con bolsas de comida chatarra para llenar el vacío de tus palabras, miré a mamá. No tuve que decirle nada. Ella misma entendió el dolor tan propio de alguien quien no esperaba nada y a pesar de todo logra estar decepcionada. Era tarde como para que me bombardease con preguntas pero mi cara larga y cansada daba más respuestas que incógnitas no resueltas. Esa fue posiblemente la última vez que lloré en sus brazos como la niña que alguna vez fui. Solo que ahora mamá ya no me puede alzar y se limita a escuchar porque ya estoy lo suficientemente grande como para saber que no, que no va a pasar. “En el árbol de la vida siempre una fruta está mordida”. Pudiese ser que hablase con la verdad y que al fin y al cabo no pertenezca a un caso extraordinario y particular; sin embargo, ella sabe que a mí los árboles me sientan muy mal ya que nací un invierno tropical.

Tallé con fuerza cada parte de mi cuerpo para sacar la suciedad de estar tan sola por creerte. No pasarían noches, no pasarían meses, en los que durmiese sin pastillas que me noqueen mi mente. Que frenen mis pensamientos al dente en los cuales tu voz resuena en distintas frecuencia por cada lado de mi cabeza repitiendo una y otra vez premisas de mierda.

Escarbé en esas bolsas de frituras porque era la forma más mundana y corriente de equiparar el dolor que provocaste desde el día uno que llegaste. Como un proceso de autodestrucción evolutiva en el que el más fuerte muere sofocado entre presas sin garras ni dientes. El augurio más real y ardiente es una mezcla entre anhelar lo ajeno y perder aquello que realmente jamas fue nuestro. De otra forma, la afición sería intolerable, capaz de no volver a alejarse. Puede que te pudras en vida, puede que mamá no diga mentiras y en el árbol de la vida solo florezcan espinas.

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