Con unas voluntades peregrinas, constantemente andando a los lados, he venido a pedirte protección de unos vientos malvados. He parado el movimiento con el laxo descansando desde las gradas. Congelado, al costado de los corrales. Invadido por las ganas de cabalgar.
Regalame un amor ecuestre.
Transformate en un potro lozano, de plateadas viceras. Como haces siempre, manten tu quijada 90 grados sobre la neutralidad del suelo. Permite que cada hebra de tu pelo reme con la cadencia del viento, a su ritmo, con brazadas continuas, con rubor, dejandose acariciar como el agua se deja acariciar del remo, que la toma y la mueve de un lugar a otro.
Por favor invoca todos los caballos de fuerza que sean necesarios para transportar el equipaje de memorias rotas a un establo desconocido, lejos de mi, perteneciente a otra granja. Que cada semental encienda un puro, y que cada puro encienda una esquina del establo, y que los equinos miren eso que sus ascuas incineran.
Permiteme montarme con rigida espalda sobre el caballo hermoso, caballo orgulloso, que corre a gran velocidad sobre unos pasos verdes que no conocen su destino. Pero cuyo destino queda lejos. A otro lado, de semejantes planicies pero de planes obstusos, y que me transporte en el lado contrario de la recta matemática donde habitan las ascuas de una vida común donde no se cultiva el afecto.
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