Berenice esperó sentada en un banco de la estación de trenes. La noche cayó sobre la ciudad y sobre su alma. Ante el frío que entumecía sus delgadas piernas la esperanza era su único abrigo. «No vendrá, que idiota he sido», pensó. Sus ilusiones agonizaban tras cada minuto que transcurría, el invierno era frío en el aire y en su corazón.
De pronto el calor regresó, parado junto al andén, lo vio.
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