Eva al Alba (Capítulo 8)

Eva al Alba (Capítulo 8)

Tyler J. D.

01/12/2022

—Si va a apretar el gatillo hágalo ya. Me liberará aunque no lo crea. —Pepe está asustado. Nunca le han encañonado con un arma.

Del lagrimal de su ojo izquierdo resbala hasta la comisura del labio una gota salada. En el derecho de Eva ocurre exactamente lo mismo. Ambos observan con curiosidad y extrañeza la fina estela que deja la lágrima en el otro, porque los dos están emocionados y dejan escapar sus sensaciones en humedad como si estuvieran frente al espejo, aunque no exactamente por la misma razón.

Eva baja el brazo y va atenuándose el dolor (el del hombro en tensión y el otro) al ritmo acompasado de la imposibilidad.

—No puedo matarte. No mereces ese descanso. —Se miente a sí misma porque sabe que simplemente no puede hacerlo.

—No lo hice señora. —Y la segunda lágrima rezuma temblorosa a punto de seguir el camino de la primera.

—Lo hiciste, pero te perdono —le espeta soberbia porque el orgullo es el único juicio que va a ganar en su vida, y lo sabe—. Nunca pude hacer daño ni a una mosca, aunque tú seas menos que eso.

—Pues a mí me cuesta perdonarla a usted por no sacarme de aquí. Hasta con los pies por delante estoy deseando hacerlo. Le repito mil veces que solo me arrepiento de seguirla, pero no de eso; no lo hice señora. —Y rompe a llorar desesperado porque no sabe qué más desea: que esa mujer se vaya o que le arrebate la vida de mierda que lleva.

—¡No me llames señora ni una sola vez más! ¡Ya no lo soy! —Y arrojando al suelo el arma que aunque hubiera querido jamás habría usado, da media vuelta y se marcha del lugar sin mirar ni una sola vez atrás.

Eso debió ocurrir así más o menos…

…Pero no pasó.

—Apreciamos delito de homicidio y declaramos a la acusada culpable. Pero nos atrevemos a indicar al juez que debería aplicarse una pena acorde con las circunstancias atenuantes observadas, dado que no hay antecedentes que hagan pensar que la condenada pueda volver a cometer delito parecido.

—Agradezco el veredicto al jurado popular, pero de la condena, advierto, se encarga la judicatura, a la que no debe interferirse con opiniones, sesgos o influencias ajenas a los hechos que se juzgan. Marcho pues a deliberar y se levanta la sesión.

Eva lleva dos meses en prisión. Contrariamente a lo que tantas veces vio en las películas, nadie la ha hostigado, no la han intentado violar y ni siquiera ha habido reproches. Tampoco vítores más allá de algunas desconocidas caras aprobatorias.

Lleva mal la condena porque recuerda las lágrimas de aquel hombre justo antes de morir. Hubiera deseado que la nueve milímetros se encasquillara, pero no ocurrió. No sintió el más mínimo alivio por su acción y no hizo lo que se espera tras cometer un delito de muerte; ni huyó de la escena ni fue capaz de marchar a comisaría a entregarse. Se sentó en el suelo mirando el reguero de sangre y se desplomó poco después golpeando el suelo fuertemente con la cabeza justo delante de los ojos inertes de aquel hombre.

Es curiosa la cantidad de recuerdos, pensamientos o imaginaciones que pueden agolparse en las décimas de segundo que transcurren entre la primera sensación de mareo y el desmayo más profundo. Es lo que ocurrió a Eva mientras, ya en el suelo, iban cerrándose sus ojos delante de aquella escena aterradora…

—El agua está rizada Eva. No quiero acercarme al borde. —Alba está extrañamente asustada y permanece en pie antes de la entrada al embarcadero.

—Cobarde. Es nuestra costumbre y nunca hemos tenido miedo a hacerlo. Ven tonta, que no pasa nada.

Alba tiene 15 años y ya no disfruta como antes de las vacaciones en el lago. Ve a su hermana feliz, pero de una forma que transmite poco. De hecho, la propia Eva lleva tiempo contándole que duerme mal y que incluso hay algún extraño sueño que la inquieta. A la pequeña todo esto le preocupa pues siempre mostró mucha sensibilidad hacia su hermana, más allá del miedo obsesivo por todo que le ha ido infundiendo su sobreprotectora madre. De ahí que disculpe las estremecedoras miradas que recibe de su cuñado de un tiempo a esta parte, que no sabe, ni quiere, explicar a su hermana.

—Anda, boba, que no te va a tragar el agua. —Y alarga el brazo hacia atrás para animar a Alba a acercarse al borde, pero ésta ya se ha ido…

—Tienes visita —avisa la funcionaria.

—¿Es él otra vez? Dile que se marche. —Y Eva sigue a su libro como si nada.

Adrián lleva algún tiempo intentando contactar con ella sin conseguirlo y cada semana se acerca a la prisión a ver si hay suerte. Algo le tiene nervioso desde que Eva está encerrada. Duerme mal, tiene pesadillas, siente angustia e incluso cree haber visto alguna vez cosas demasiado extrañas como para creerlas. Inconscientemente es como si necesitara confirmación por parte de Eva de que efectivamente acabó con la vida de aquel pobre hombre, que ya nadie va a poder descubrir lo que hizo.

Curiosamente está empezando a salir menos. Siente cierta paranoia y solo se encuentra a gusto en casa. En cuanto tiene oportunidad corre a refugiarse en ella y está empezando a hacer las compras por internet. La tele se ha convertido en su mejor amiga y el sofá en el regazo más acogedor del que solo se levanta para cubrir sus necesidades más básicas.

Pero hoy, a la vuelta de la cárcel está menos seguro que ningún día. El regazo acogedor no lo está siendo tanto y mira más alrededor que a la caja tonta. Se levanta pesadamente y se acerca temeroso a la ventana. Y allí abajo está de nuevo. Pepe le mira fijamente desde la acera de enfrente y levanta el brazo para señalarle inquisidor con el dedo.

—Vete, demonio, ¡VETEEEEEEEE! —Y rompe a llorar exactamente como hizo el fallecido justo antes del disparo…

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS