—Niñas, hora de ir al colegio, dense prisa por favor—dijo la madre asomándose al cuarto.
Carla y Malena, se levantaron con suma lentitud pues a Carla, una película de terror la mantuvo despierta hasta tarde.
En un momento, Florencia debió entrar al baño para ayudarlas en su higiene ya que, el micro escolar llegaría en veinte minutos.
Una vez listas, se sentaron a la mesa. Carla tenía servido su café con leche y tostadas, en cambio a Malena la aguardaba un vaso de yogur con cereales.
—Apúrense por favor que de un momento a otro pasan a buscarlas.
Minutos después se escuchó la bocina del micro y salieron con prisa hacia la puerta de calle donde se despidieron con un beso a su madre. Antes de partir, Carla le pidió que no olvidara de tomar las pastillas. Cuando regresó a la cocina, Flor se encontró otra vez con el desayuno de Malena sin tocar.—Uno de estos días tendré una seria charla con ella— se dijo a sí misma.
Florencia se quedó sola en la casa pues su esposo estaba de viaje. Con cierto desgano, comenzó con los quehaceres domésticos, mientras escuchaba música. A media mañana sonó el timbre y fue hasta la puerta. Escudriñó por la mirilla y se encontró con una mujer que le parecía conocida, pero no llegaba a acertar quien era.
—Abre Florencia por favor, soy tu hermana Guillermina — se escuchó decir.
Cuando escuchó eso, abrió de inmediato, emocionada.Felices por el reencuentro, las hermanas se fundieron en un interminable abrazo. Reían, lloraban, se besaban, gritaban. Fueron hacia al living donde Flor le ofreció un té, algo que Guille rechazó. Pasada la euforia, la hermana perdida dijo.
—Flor; ¿Qué te parece si vamos a tomar un café, así conversamos y nos ponemos al día?
Su hermana comenzó a saltar de alegría. ya que le pareció una idea fantástica por lo que se cambió de ropas y en pocos minutos salieron hacia el shopping que se encontraba a pocas cuadras. Mientras caminaban y charlaban. Era notable como todos en la calle miraban a Flor.
—Debes estar preciosa hermana, todo el mundo te mira— dijo orgullosa Guille.
—Igual que tú, siempre fuiste más bella que yo— respondió Florencia y rieron con ganas.
Una vez en el shopping, Flor quiso ver unos zapatos en uno de los locales. Pidió los que quería y le molestó que la vendedora no le preguntara a su hermana.
—Oiga señorita, ¿Por qué no atiende a mi hermana también?
La vendedora, sin perder la sonrisa y arqueando las cejas, miró a Flor, luego hacia donde estaba Guillermina y le preguntó amablemente:
—¿Qué talle tiene usted?
—Ella tiene treinta y ocho— respondió Florencia.
La vendedora la miró y dijo.
—No tengo ese número. Lo lamento.
Molesta por la respuesta, Florencia, ofuscada, se fue del local. Al salir dijo.
—Estoy sorprendida por la mala educación de los vendedores hoy en día, ¿Puedes creerlo? Guillermina no respondió nada y siguieron caminando un buen rato. Decidieron regresar a la casa, pues se había hecho la hora del almuerzo.
—¿Qué quieres comer? Ya sé, no me lo digas, lo recuerdo.
—¡No puedo creer que te acuerdes, Flor!
—¿Cómo puedo olvidarme? Eres mi hermana.
—Bueno Guille, basta de sensiblerías; ponte cómoda mientras preparo la comida. El baño está por el pasillo, es la última puerta a la derecha.
—Muchas gracias.
Florencia estaba feliz por volver a ver a su hermana después de tantos años. Más de pronto, cuando quiso recordar el motivo por el cual se habían distanciado, no pudo.
Guillermina regresó a la cocina y comenzó a ayudarla. Fue entonces que Florencia le preguntó:
—¿Sabes que no puedo recordar hace cuanto que no nos vemos?
—¿No recuerdas el accidente Flor, has olvidado todo, todo de verdad?
—¿Qué accidente? — preguntó angustiada.
—Ok, te contaré hermanita… Fue hace veinte años… ¿Recuerdas que nuestro padre, conduciendo su viejo auto era un peligro? —Florencia asintió con la cabeza.
—Fue la noche en que una demencial tormenta se desató y él no tuvo mejor idea que apurarse para llegar a un motel de ruta. De pronto, un animal se cruzó en el camino y el viejo tuvo la estúpida ocurrencia de frenar para no matarlo. Consecuencia: nuestro auto dio seis vueltas hasta quedar en el campo, a treinta metros de la ruta, destrozado.Nosotras reaccionamos y nos dimos cuenta que estábamos atrapadas, cabeza abajo. Mamá y papá estaban muertos. Nos liberamos de los cinturones de seguridad y comenzamos a alejarnos pues el fuerte olor a gasolina indicaba que volaríamos por los aires si no lo hacíamos.Tú saliste corriendo y te alejaste lo suficiente, pero yo me caí, lentamente me levanté y empecé a correr. Pero ya era tarde. El fuego me abrazó con furia. Me encendí completamente, sentía como la ropa se fundía con mi piel, comencé a derretirme. ¡Y el olor inmundo a carne quemada fue lo peor! Tú mirabas, gritabas desesperada, desgarrada por el dolor… Estoy muerta Flor, solo tú sobreviviste.
—¡No, no, no, no, estás mintiendo! ¡Qué fantasía es esa! No recuerdo nada de lo que dices— gritó entre sollozos.
—Porque lo bloqueaste, tenías once años y para colmo te criaste con los abuelos que jamás te hablaron de lo ocurrido esa noche.
—¡Es mentira, estás enferma! — gritó con todas sus fuerzas.
—Está bien, tú lo quisiste, velo por ti misma.
Fue entonces que la imagen de Guillermina comenzó a desdibujarse hasta desaparecer y en su lugar apareció un cuerpo carbonizado por el fuego, de pie en el medio de la sala. El olor a carne quemada era asfixiante. El grito de terror alertó al vecindario.En ese momento llegó a la casa Gonzalo, su marido que corrió inmediatamente a abrazar a su esposa.
—¿Qué te pasa Florencia, por el amor de Dios?
—¡Guillermina! — gritó.
—¿Quién, tu hermana?
—Sí, allí está, parada en el medio del living, quemada.
—Tranquilízate por favor que allí no hay nadie; tu hermana está muerta, murió en aquel accidente. ¿Recuerdas? Flor miró los ojos de su marido, se quedó paralizada unos segundos y se echó a llorar. Cuando se tranquilizó, Gonzalo la ayudó a darse un baño y a recostarse en la cama.Se quedó dormida a los pocos minutos.Dos horas después, se despertó.Su esposo la ayudó a sentarse en el sillón del living para conversar.
—¿Estás mejor Flor?
—Si mi amor, no te preocupes. Ya recordé todo. Confieso que no estoy tomando las pastillas todos los días. Me olvido de hacerlo.
—Yo te haré recordar, quédate tranquila.
—Gracias… ¿Qué hora es? — preguntó.
—Faltan dos minutos para las cinco.
—Uhh, debo apresurarme. Están por llegar las niñas y no preparé la merienda.¿Gonzalo? Tenemos que hablar con Malena seriamente. Nunca toca el desayuno que preparo. No está comiendo bien— dijo y se fue hacia la cocina.
Solo en el living y preocupado, Gonzalo tomó el teléfono y marcó el número.
—Consultorio del doctor José Zorrilla. Buenas tardes.
—Buenas tardes María, pásame a José por favor.
—Hola, Gonzalo, como estás, aguárdame un instante por favor— dijo amablemente la secretaria.
—¿Cómo estás muchacho, como está tu esposa? — preguntó el médico con su voz ronca.
—Preocupado José. Florencia tuvo un incidente con la hermana muerta, pero lo que más me preocupa es que cree que Malena, nuestra hija. aún está viva…
Richard/2022
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