Y mientras intento dormir puedo sentir cómo se sienta en la orilla de la cama; he olvidado la primera noche que llego y se poso ahí, rígido y con un aura de decepción y angustia. Nunca es igual, cada que me visita es una figura y una voz distinta, pero siempre la misma pregunta.
—¿Por qué no lo has hecho aún?
Siempre la misma sensación, el mismo peso sobre mi pecho, el mismo acelerar de mi corazón. Lo único diferente son mis respuestas, y digo que son mías, aunque simplemente las haya robado de algún post motivacional, alguna cita de algún libro o simplemente las haya escuchado en alguna otra conversación.
Simplemente murmuro en voz baja. —He sentido ese dolor antes, no es algo que me gustaría mis amigos experimentaran; mis mascotas nunca entenderían porque un día simplemente nunca volví, porque un día no llegue para acariciarlos; no soy lo suficientemente valiente para hacerlo.
Alguna vez leí en un texto, me quería pegar un tiro, pero me faltaba el arma y el valor. Una cita tan simple, tan corta y a la vez una emoción que no he podido soltar en meses.
Todas las noches me pierdo en pensamientos y ansiedades que para cuando vuelvo a mí, se ha ido, me ha visitado, ha hecho su pregunta, y se ha ido. Se ha ido, pero siempre sé que la noche siguiente me volverá a visitar.
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