Al final del día siempre buscaba mi estrella, aquella que cada noche imaginé iluminando la oscuridad húmeda y terrosa donde habitaba. Percibía el sonido del agua en pequeños goteos sincronizados, filtrándose con calma tediosa en los surcos del sembrado. Era un sonido tan familiar como el olor agrio del estiércol o el crujir ansioso de los escarabajos limpiando el terreno, que lejos de molestar, hacían más liviana mi soledad.
El suave riego me mantenía limpia y en buen estado, pero no siempre era así; a veces, el agua llegaba en forma de tormenta e irrumpía a borbotones, violenta y desordenada, socavando los surcos del terreno hasta casi inundarlos. Era entonces, a punto de perecer ahogada, cuando mi apariencia se tornaba sucia, plomiza y arrugada. Muerta de frío, con el olor rancio de la humedad penetrante e inmersa en la más espesa oscuridad, buscaba la luz de la estrella que lograba calmar mi desazón. Al amanecer, los tibios rayos de sol sobre el sembrado terminaban sanándome. Pese a todo, los días de súbita tempestad, sin saber si lograría sobrevivir, consiguieron despertar mis sentidos, adormilados por la rutina del riego acostumbrado y previsible.
Enterrada en aquella penumbra lóbrega notaba crecer mi cuerpo torneándose a su antojo. Coronada de hojas perdí la redondez y terminaban ahora en puntas mis costados. Sentía también la picazón de algún tallo incipiente comenzando a brotar sin disciplina. No sé si era infeliz o no, sencillamente estaba allí.
Todo mi mundo se transformó en el instante en que una mano se hundió en aquel útero sombrío para sacarme al exterior. Fue tal el impacto que, extrañamente, allí, en la superficie, sentí que me faltaba el aire. El exceso de luz y la intensa tonalidad de color acabaron por desvanecerme. Antes de perder la conciencia pude escuchar: ¡Mira, papá, tiene forma de estrella, sirve para el Belén! Me han lavado en agua con lejía y limón para eliminar bacterias, también me dieron barniz y un spray repelente. Lo común de mi especie habría sido acabar en un guiso, acompañando en el plato a un tierno solomillo o untada en salsa brava, pero la naturaleza ha sido caprichosa con mi fisonomía y soy la estrella de un curioso belén de patatas indultadas por parecer ser otra cosa.
Ahora vivo en la luz, pero no he borrado de mi memoria el tiempo lúgubre de oscura soledad ni el olor rancio del estiércol que rara vez me abandonó. Ignoro si fue la naturaleza o mi sanadora estrella quien me transformó en lo que ahora soy. Colgada sobre el cielo ficticio de un belén, con el calor de los focos iluminando mí figura, de aquella época húmeda y terrosa tan solo echo de menos los escarabajos.
OPINIONES Y COMENTARIOS