El 12 de agosto de 1925 en Lugano, Suiza se disputaba la última ronda del torneo de candidatos que definiría al retador por la corona ante el gran Maxim Gudulenko. De todas las partidas la que concentraba toda la atención de los medios era la que se llevaba a cabo en el tablero número tres. De un lado estaba el húngaro Hugh Fikol y del otro el francés Jean Villenueve. Tikol iba con blancas y estaba obligado a ganar ya que en las posiciones estaba medio punto por debajo del francés. Éste con obtener unas tablas ya le alcanzaba para convertirse en el retador al campeón del mundo. La partida se desarrolló con la lógica y las necesidades de cada uno: Tikol atacando y Villenueve a la defensiva. Hasta la jugada veinte la partida se mantuvo en esa tesitura pero en la siguiente Villenueve abandonó sin que los analistas entendiesen el porqué cuando su posición no era netamente desfavorable.
Para el vigésimo aniversario de ese torneo, la revista francesa especializada Torre de marfil encargó a uno de sus periodistas a realizar una nota conmemorativa a aquel evento. A Alan Trivers se le ocurrió volver a juntar a los protagonistas de aquel match, pero se encontró con la rotunda negativa de Fikol a recibirlo, y que Villenueve, se había retirado a vivir a una casa de campo, y no sería nada sencillo dar con él. Trivers no se desanimó y si bien dejó al húngaro tranquilo, pensó que su compatriota no le haría tal desaire, si lograba encontrarlo. Después de varias llamadas a familiares y amigos, pudo conseguir hablar con Villenueve, quien luego de varios intentos aceptó juntarse con el periodista. Trivers hizo las valijas y partió de inmediato hacia la campiña. La casa del jugador estaba algo apartada del pueblo. Luego de subir por un sendero rodeado de vegetación llegó a la cabaña donde residía Villenueve. Pronto se dio cuenta de que el jugador no estaba acostumbrado a recibir visitas, y de que los modos de cortesía estaban en desuso en su anfitrión. Tras acomodarse en sendos sillones el periodista le consulto al jugador qué opinión le merecían sus pares contemporáneos. Villenueve replicó que había dejado de seguir las partidas desde que se había retirado. Le preguntó si se había vuelto a reunir con Fikol, y el jugador le dijo que no. Así hubo más preguntas y respuestas escuetas, y álgidas. Se dio cuenta de que no le sacaría ninguna información relevante para el periódico por lo que fue directo al punto. Ponderó sus condiciones de estratega y recitó de memoria algunos de sus encuentros más famosos. Villenueve no pareció sentirse halagado. Entonces Trivers evocó el torneo de maestros de 1925. Y aquella polémica partida con Hugh Fikol. “¿Usted cuando observa un encuentro se fija en los gestos de los jugadores?”. El periodista se sorprendió por ese cambio de roles. “Sí, pero tomarse la cabeza o reclinar levemente la silla hacia atrás se han hecho universales. Hasta algunos falsean su sonrisa para intimidar a quienes tienen enfrente; los gestos pueden ser muy engañosos”. Villenueve le dio un trago al vaso que tenía al lado (y que nunca había ofrecido al visitante) y se paró junto a la ventana. “Todos menospreciaban a Fikol, pero ese muchacho era capaz de lo más absurdo y de lo más increíble; se lo aseguro. Si usted recuerda esa partida, sabrá que era equilibrada cuando él avanzó el caballo para comerse mi peón. Apenas él realizó ese movimiento yo iba a tomar el alfil para eliminar a ese caballo, pero antes de que yo tomase la pieza, él chasqueó lo dedos, y yo me paralicé. Repentinamente se me nubló la vista y deje de visualizar el tablero y las piezas. Como usted ha dicho gestos de los jugadores hay muchos y se repiten. ¿Quién podría dejarse llevar por ellos sin saber si son veraces o falaces? Mi hermano mayor participó de la guerra del 14 y no volvió. Él fue quien me enseñó a jugar. Y lo he seguido en cada torneo que participaba. ¿Sabe qué es lo que hacía cuando estaba en un aprieto y parecía perdido, pero mágicamente daba con el movimiento indicado ? Chasqueaba los dedos, que era como decir: ¡Eureka! Y finalmente ganaba el encuentro. Cuando Hugh repitió el mismo gesto que hacía mi hermano. Pensé que lo tenía enfrente enseñándome a jugar, y abandoné porque sabía que no le podía ganar. Ahora que le he contado esto, puede publicarlo o guardárselo. Ya no me importa, solo quería compartir esto con alguien más.
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