Él lo sabía, él lo supo siempre, desde el principio de los tiempo, desde el momento de la mismísima creación; supo que estaríamos juntos, supo de nuestro amor eterno; sabía que era lógico que nos volviéramos a encontrar una y otra vez, en cada nueva vida, en cada época vivida, en cada reencarnación de nuestras almas. 

Supo que seríamos criaturas imperfectas, con defectos y carencias, pero que nuestro amor siempre sería la herramienta adecuada para arreglar cualquier desastre; que nuestro amor sería el pegamento perfecto para unir nuestros pedazos rotos; supo que nuestras almas elegirían estar siempre juntas.

Y él lo sabía, porque él fue el culpable de todo.

Cupido, ese Dios caprichoso que jugó con nosotros, que supo desde siempre todo lo que nos pasaría, que cuando nos volviéramos a reencontrar, una y otra vez, en diferentes cuerpos, con distintas personalidades, en otras épocas; sentiríamos que no podríamos estar separados, ni vivir el uno sin el otro.

Cupido, el Dios que envenena la sangre de las personas con sus flechas tóxicas de amor; porque él fue quien lanzó sus fechas doradas directas a nuestros corazones; y por todo eso fue, que él lo sabía.

Dedicado a los envenenados de amor.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS