Cuando
llamaste para contarme lo sucedido, todo aquello me sonó como nota discordante
y desafinada, demasiado grave, demasiado estridente, demasiado sonora.

como algo
que no es propio de ti, sin embargo, cruzaste esa línea que muchos piensan y sólo
algunos cruzan.

Y me
preguntó qué sentías, qué pensabas, que temías, qué te llevó hasta ese lugar
del que ya nunca volverás.

Ese abismo
interior te acabó atrapando de tal manera que la única salida liberadora fue
saltar al vacío.

Esa
oscuridad te agarró tan fuerte que ya nunca quisiste escapar.

Esa
oscuridad se convirtió en tu manta para el frío, tu consuelo en los momentos de
baja frecuencia, tu amiga inseparable, tu aliada incondicional, tu solución a
ese caos que te devoraba ferozmente.

Ese desierto
que habitabas o que ya habitaba dentro de ti, te convirtió en un errante de tus
propias cadenas.

Un errante
de tus propios demonios.

Un errante de
tus propios fantasmas.

Esa emoción
se fue apoderando de ti y cada vez te parecía más atractiva, más salvadora, más
convincente y más conveniente.

Y llegados a
este punto ya sólo veías una única opción y la cogiste decidido a descansar por
fin, a liberarte de esa presión, de esa carga que te iba consumiendo, que te iba
devorando, que te iba apagando.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS