Cuando Las Tripas Atacan

Cuando Las Tripas Atacan

M M

01/11/2022

Cuando las tripas atacan,

en medio de la carretera,

sea a pie, o en bicicleta,

siempre es la misma carrera.

No hay vallas ni barreras,

que no puedas alcanzar.

Caminas desesperado,

el trasero bien apretado,

buscando el primer atajo

donde tus penas desahogar.

Pero no hay que masturbar,

el placer que se siente,

cuando las tripas revienten,

en el lugar apropiado.

Tu cuerpo frío y agobiado,

Sudando, miras a todos lados

como loco, atormentado,

buscando un buen escondite.

Pero no es un desquite,

que en el momento perfecto,

cada vez se ve más lejos,

donde tirar el perro muerto.

Cuando ya el dolor no aguantas,

abre el telón un poquito,

y salen dos o tres peitos

con un aroma que alborota.

Para no botar la sopa,

vuelves de nuevo a cerrar;

y es cuando acaba de empezar,

otra escena que te embroma.

Pues es ahí donde asoma

apareciendo de repente,

muy inesperadamente,

un compañero que tortura:

Aquel perro realengo,

que sin ninguna cordura,

huele y huele sin cesar,

más abajo de la cintura.

¡Ah perro!, ¡Ah perro!

gritas con desesperación,

pero aquel sinvergonzón,

ya no le importa un dron.

Y con mucha devoción,

sigue y su nariz asoma;

y es que por nada del mundo

deja de gozar su aroma.

Cuando por fin llegas

al lugar de los lamentos:

¡qué alegría, qué contento!

y un nerviosismo te impulsa,

correteas más violento,

y das un grito de: ¡Aleluya!

Mas al abrir la puerta,

sientes como una explosión,

y un calientito que te baja

por dentro del pantalón.

¡A carah! no aguantaste,

dejaste botar la sopa,

pues termina ahí el embarre,

y vete a lavar la ropa.

Esto que aquí he contado

no es un caso fortuito,

pues le pasó a un amiguito,

no muy lejano, por cierto.

Entienda usted la moraleja,

que no es tanta ni mucho menos;

que no comemos lo que somos,

pero somos lo que comemos.

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