Ella me ofreció un cigarro, siempre supo cuando necesitaba alguno, o al mejor yo utilizaba su amabilidad para tener otro momento intimo con un futuro problema pulmonar, como sea, ahí se encontraba, no sabía si me amaba, pero había pasado tanto tiempo en su compañía que, si no estaba encaprichada conmigo, diría que se complacía con mi miseria.
Joven de no más de 20, ojos claros, delgada, pálida, melena oro. Una sonrisa que muestra superioridad no tenía nombre, a lo menos eso pensé cuando se lo pregunte y ella solo me respondió con un ‘’llámame como quieras’’, puedo decir que en el momento en que la conocí no tuve la mejor impresión de ella, hasta ahora no puedo describirla más que como una niña caprichosa, demasiada inteligente.
Ella sabe los botones que hay que presionar para que yo haga lo que ella quiera, hasta el cigarrillo que llevo de mis manos a mis secos labios no lo podría descartar como un chantaje para que le abrace en el sofá y recostados quedarnos los dos ahí mientras vemos pasar el tiempo. (Quien quisiera que lo abrase cuando mi camisa apesta a tabaco, lo odio, pero no puedo parar, a pesar de mis pensamientos a ella más que molestarle, parece que le complace el olor de mis prendas, como si de un fino perfume se tratara, demonios chica, esa es la camisa que no me eh cambiado en dos días).
Termino el cigarro, desde mi balcón, miro el paisaje de un otoño que recién comienza, entro en casa y la veo paseándose, sintiendo que las ganas abandonan mi cuerpo, solo quiero un vaso de agua, me toma de la mano y me lleva al dormitorio, se queja de todas cosas que no hice el día de hoy, como lavar los platos, tender la ropa o sacar la basura. No da tregua, veo las horas pasar y los comentarios acerca de mi persona y lo descuidado que me he vuelto, van y vienen, a pesar de saber palabra a palabra lo que va a decir, no parece para que vaya a parar, miro la luna, suspiro y ella me ofrece un cigarrillo, yo sonriendo como un carbón, lo tomo y ella me devuelve el gesto como si dijera te tengo.
Tengo que decir que la conozco muy bien, una temporada de mi niñez estuvo conmigo como si fuera un perro faldero, siempre que quería divertirme tenía que cargar con ella y tan caprichosa como siempre, hizo lo imposible, para arruinarme el día sujetándome de la mano, entorpeciendo todos los movimientos que trataba de hacer, solía platicar con ella acerca de mis notas, de la soledad que a veces sentía, o como ese amigo se fue para no volver, a veces ella hacia comentarios hirientes en respuesta, y en otras ocasiones me consolaba como si de un dolor compartido habláramos.
Desapareció poco antes de entrar a la adolescencia, o no se vivía tan rápido que no me di cuenta de que estaba ahí, pase buenos ratos sin ella, aprendí lo que era que una chica digiera que me amaba y nunca me dejaría, conocí a los amigos de los que realmente parece que nunca te separaras y los primeros indicios de algo a lo que podemos llamar vocación y que veía como auténticamente algo a lo que quería dedicarme toda la vida.
Un invierno no tan frio como los de los últimos tres años volvió, me encontraba devastado, la vida había dado muchas vueltas y mis ganas se habían perdido en algún giro, me miro y vio que ya no era el niño que le tenía miedo a que sus padres lo regañaran por las notas y yo la vi, como ala única que estaba ahí, por primera vez me ofreció un cigarrillo sonriendo con aires de superioridad y yo devolviendo el gesto dije, me tienes.
Aún no está acabado, pero quiero saber que opinan.
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