Me dirigía allí invitado por un conocido, uno de esos poetas errantes, viajeros, que recitan sus poemas a desconocidos y piden la voluntad. Tras callejear bastante di con el lugar, el Nido del Avestruz, un nombre curioso pues los avestruces que yo sepa no hacen nidos y de eso exactamente se trataba. Allí nadie tenía nido, vagaban de un lugar a otro por el mundo, hacían su parada en nido ajeno. Allí se reunían y se recitaban mutuamente. La entrada no invitaba a pasar. Una vieja casa molinera tildada como centro cultural. El título no iba desencaminado, pues sus paredes emanaban cultura, se respiraba la cultura de la calle, la cultura de los sin éxito; de los que aun sabiendo que nunca llenarán un teatro necesitan sentir el calor de los focos sobre el escenario. Anduve varios metros por un pasillo angosto. La pintura de las paredes desconchada y un tablón de anuncios. “Zumba para principiantes”, “Biodanza”, “Quiropráctico a domicilio”, “Masaje tailandés”, “Micro abierto”. A eso iba yo al micro abierto. Según me habían dicho, los domingos se reunían allí poetas, músicos y otros especímenes en peligro de extinción a darse calor bajo los versos de una vida perra. Continué por el pasillo con paso firme aunque algo mezquino, como no queriendo ser partícipe del lugar, marcando un muro entre los que allí se reunían y quien solo visitaba, o eso creía yo. A mitad del pasillo un patio, mojado, encharcado por las lluvias que arreciaban la ciudad desde una semana atrás. A la derecha dejé los baños, no quise mirar, por el aspecto del lugar los baños no serían mejores que los de cualquier estación de autobuses. Al finalizar el pasillo me encontraba en el salón de una casa. Una mesa camilla que desprendía el calor del brasero que había debajo. Dos personas sentadas a la mesa, en silencio, sin hablar, sin mirarse. Cuando entré me dirigieron una mirada, saludé sin esperar respuesta aunque enseguida la obtuve.
– ¡Hey! ¿Qué tal, señor?
¿Señor? Nunca me habían tratado de señor. Era una mujer rechoncha quien me saludaba, sentada en una banqueta que difícilmente podía soportar su peso. Respondí cordial pero distante, huyendo de una conversación superflua de barra de bar, aunque no estuviese en uno. Aquello era una mezcla entre salón, cocina y antro de mala muerte. Tras la barra, una señora de unos setenta años mirándome fijamente. Su mirada inquisitiva me obligó a acercarme y pedir algo de beber.
– Una cerveza, por favor.
La mujer sin mediar palabra llamó a quien parecía ser su hijo. Me sirvió una cerveza. La mujer continuaba inmutable con la mirada fija en mí. Pagué y me apoyé contra la pared cerca de una puerta que no sabía a dónde daba. No sabía si aquella gente pensaba en qué coño hacia yo allí o estaban conformes con mi presencia. Me sentía incomodo, pero a la vez era un lugar acogedor. Mirando las paredes descubrí varios carteles donde anunciaban empanadas caseras, algunos versos dibujados en las paredes, al parecer hace ya bastante tiempo pues la pintura había perdido su color, como todo en aquel lugar. En la pared contigua a la puerta sobre la que apoyaba mi cuerpo una pequeña librería. Curioso, me acerqué a ver los títulos que tenían. “La sonata a Kreutzer”, “El doctor Zhivago”, “Poeta de guardia”…
Cuando la señora advirtió que estaba ojeando los libros salió de la barra y se acercó a mí.
– Llévate los que quieras, aquí no hacen más que coger polvo. Hace años que nadie los lee.
– No, gracias repuse.
– ¿Qué pasa? ¿No te gusta ninguno?
– Qué va, hay títulos muy buenos y Gloria Fuertes me encanta.
– Aquí tenemos nuestra Gloria Fuertes particular, después le conocerás.
Extrañado, cogí mi cerveza y me senté cerca de la mesa camilla, tampoco había más sitio para sentarse así que me preparé para una conversación absurda con los dos tipos que allí había.
– Me llamo Lourdes. Comentó la mujer rechoncha.
– Yo soy Walter conteste.
– ¿Es tu primera vez? ¿Vas a recitar?
– No, yo tan solo vengo como público.
– Aquí nadie viene como público, si estás aquí es que eres poeta.
– Bueno, sí, algo escribo, pero nunca he recitado en público.
– Aquí tampoco lo harás, aquí no hay público, aquí somos todos poetas. De una forma u otra todo el mundo es poeta.
– Sí, quizás todos tengamos algo ahí dentro, solo que lo expresamos de distintas formas.
– Hay quien cierra los ojos a la poesía y se limita a la vista literal, otros nos ponemos una venda y miramos más allá.
En un principio pensé que la conversación sería tan vana como la pintura de las paredes pero esos conceptos de vista literal y esa forma de ver la poesía habían captado toda mi atención.
– ¿Y tú? ¿Vas a recitar?
– Sí, es mi cuarta vez, estoy nerviosa.
– Eso es normal yo estaría atacado.
– Son esos nervios que uno tiene al subir al escenario, esos nervios son los que me dan la vida.
La mujer dió un trago a su refresco y se levantó.
– ¿Si me disculpas…?
Se acercó a la librería y comenzó a ojear los viejos libros que hace unos instantes yo estaba ojeando.
En el otro lado de la mesa camilla un hombre delgado, de rostro picudo y nariz corva daba vueltas con el dedo a una copa con vino caliente. Tenía una tirita en la nariz y esa
parte del rostro amoratada.
– La puta policía fue, esos cabrones me pegaron una paliza por tocar en la calle.
-¿Perdona? ¿Hablas conmigo?
– ¿Hay alguien más aquí?Decía que fue la policía quien me hizo esto. Estabas mirando mi nariz, ¿verdad?
– Sí, disculpa si te ha molestado.
–No, tranquilo, a mí también me gusta observar. Así que eres nuevo aquí.
– Sí, bueno, estoy de visita.
– Todos alguna vez estuvimos de visita. Este sitio engancha, ten cuidado. ¿Vas a recitar?
– No, vengo como públi… es decir he pasado a tomar algo, quizás el próximo domingo recite algo.
Ya estaba haciendo planes para volver a ese lugar el próximo domingo. Quizá fuese verdad que ese sitio enganchaba. Cada vez me sentía más a gusto y el calor del brasero contrastaba con las húmedas y frías paredes de la estancia. Poco a poco el lugar se fue llenando de gente, no podría definir aunque quisiera el tipo de gente que allí se reunía. Me recordó a la cantina de Chalmun que había visto en la película de Star Wars, además el ambiente enrarecido por el humo del tabaco, el olor que desprendía la freidora donde la mujer mayor hacia empanadas y el vapor donde calentaba el vino hacia que pareciese otra galaxia, otro planeta dentro de la propia ciudad. Me mantuve sentado alrededor de la mesa camilla acompañado cada vez por más gente, todos desconocidos para mí pero conocidos entre ellos. La mujer rechoncha tonteaba en la barra con un hombre más joven que ella, con el pelo trenzado. De pronto el hombre de la cara picuda se acercó a mí.
– Mira, te enseñaré nuestro salón de espectáculos. Dentro de poco empezaremos la actuación.
Le seguí atravesando la multitud que se agolpaba frente a la mesa camilla. El brasero era el reclamo de todos aquellos ¿Poetas?
– Me llamo Alfonso dijo el hombre de la cara picuda.
–Yo soy Walter.
-¡Walter! Yo tenía un amigo que se llamaba como tú, un viejo roquero de los que ya no quedan. Lo último que supe de él fue que estaba en Ámsterdam tocando cerca del teatro central. El hombre me condujo hasta la puerta sobre la que yo había estado apoyado. Entramos en la estancia, que estaba helada. Cuando encendió la luz, ante mis ojos se abrió un mundo paralelo, una habitación alargada, dispuesta con sillas mirando hacia un escenario minúsculo al fondo de esta. Unos focos de luz roja muy tenue iluminaban un atril y varias guitarras. El resto de la sala quedaba en penumbra. Quizás fuese por eso por lo que decían que no hay público. Desde el escenario sería imposible distinguir a nadie sentado en las sillas. En cambio, desde la parte trasera podía ver a todos aquellos allí reunidos. Del techo colgaban pedazos de tela. Era un techo como de cuadra de pueblo o granero en el que se guarda la paja. Las paredes de piedra adornadas con algunas pinturas de tipo étnico.
– Este es el Teatro del Avestruz. Algún día actuarás en este escenario. Si quisieras podría ser hoy. Aún tenemos algún hueco para el micro abierto.
Por un momento me paré a pensar, pero no tenía allí ninguna de mis poesías. Quizá alguna foto, pero en ningún caso una de ellas completa.
– No he traído el material, para la próxima.
– Está bien, pero seguro que algo tienes por ahí.
Aunque tuviese alguna poesía no habría recitado, nunca lo había hecho en público y me daba una vergüenza terrible. El hombre salió al saloncito y aviso al resto de personas de que ya estaba abierto el Teatro del Avestruz. Fueron entrando uno a uno y tomando asiento. Yo decidí colocarme en la parte trasera, así podría observar a todos los asistentes. En pocos minutos casi todas las sillas habían sido ocupadas. La tenue luz roja del escenario no era suficiente, pero podía distinguir a la gente sentada en las primeras filas. El hombre de la cara picuda, perdón, Alfonso, se me hacia inevitable fijarme en la forma alargada de su cara; estaba en cuclillas frente a la mesa de sonido, retocando los micros y revisando las entradas para la guitarra. En la primera fila tan solo había tres personas, la mujer rechoncha que jugueteaba con un taco de folios entre sus manos, seguramente serían los poemas que leería más tarde. Se notaban sus nervios. En las sillas contiguas a ella no había nadie en cambio en el lado opuesto, dejando un pasillo en el centro había dos personas. Un hombre mayor con gafas negras de pasta, un aire intelectual y cómico que me recordaba a Woody Allen. Me imaginaba a aquel hombre sobre el escenario contando chistes políticamente incorrectos arrancando tímidas risas en el público. Pero aquel no era un lugar donde el humor tuviese cabida, aquello era la guarida de los llantos, de los sin éxito. O eso imaginaba yo. Junto a él, sentado de medio lado en la silla, ocupando esta tan solo parcialmente, un roquero delgado, muy delgado. Pelo negro, graso, que recordaba un erizo recién sacado del mar. Además, peinaba sus cuatro pelos negros hacia su frente, colocados con una precisión quirúrgica, sus cuatro pelos caían sobre su rostro dibujando un rastrillo. Sonreía y charlaba con Alfonso mientras este continuaba rodeado de cables y aparatos de reproducción. Tenía una imagen muy potente, seguro que una poderosa voz y bastantes kilómetros en esto de la vida. Di un trago a la cerveza para acabarla. Estaba ya caliente. Me levanté rápidamente antes de que el espectáculo comenzase y me dirigí a la barra a pedir otra cerveza. Allí continuaba la mujer mayor con su hijo al lado. Esta vez le pedí a él, pues la mirada de la mujer seguía siendo desconfiada y amenazante hacia mí. Tras pagar, me dispuse a volver al Teatro del Avestruz pero al girarme, mis ojos se cruzaron con los suyos. Una mujer, una mujer o una niña, no podía adivinar su edad. Labios rojos, rojo tragedia, unos ojos marrones muy profundos y una melenita por los hombros que movía con una sensualidad que no había conocido hasta ese preciso instante. Ella pasó de largo ignorando mi presencia, pero sabía o quería saber que ambos nos habíamos buscado con la mirada, solo que a veces el tiempo no se detiene como en las películas y las miradas no coinciden, así que de nuevo entre en el Teatro del Avestruz. Dentro aún no había empezado el espectáculo. Me acomodé en mi silla y tragué cerveza queriendo sacar la imagen de aquella chica de mi cabeza. En el Teatro del Avestruz hacia frío, nadie se quitaba la cazadora excepto el roquero de la primera fila. Los demás intentábamos entrar en calor a base de cerveza, vino caliente y brandi. Ya eran las nueve y media y aquello no había empezado. No podía retrasarme mucho, pues al día siguiente tenía quefirmar unos documentos acerca de mi último trabajo. Papeleo burocrático para poder solicitar una prestación por desempleo. La sala recuperó algo de luz cuando se abrió la puerta. Cuando ya casi mis ojos se habían acostumbrado a la oscuridad, alguien abría la puerta y de nuevo vuelta a empezar. Me giré para ver quién era, era ella, rápidamente me giré y mire el escenario. Noté cómo se acercaba hacia la fila en la que yo estaba y mis nervios crecían con cada golpe de tacón contra el suelo. Finalmente, los tacones cesaron justo detrás de mí, se había sentado en la fila posterior. Desde mi silla podía oler su perfume, su olor recordaba a esos días entre el invierno y la primavera en los que al salir a la calle te inunda la sensación de que llega el buen tiempo, te entran ganas de quitarte la cazadora pero los rayos de sol engañan y aun hace frío. Me encantaba esa sensación, si solo su perfume inspiraba todo eso en mí, enseguida pensé como sería el sexo con ella.Descubrí en mis pantalones una erección inmediata. Un lugar curioso para tener una erección, pensé, aquí, rodeado de los sin éxito.
– Bienvenidos todos una noche más al Teatro del Avestruz, me llamo Alfonso, como la mayoría ya sabéis, para comenzar hoy, nuestro primer autor seré yo mismo, para romper el cubito de hielo de tu wiski on the rock.
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