Tengo todo resuelto. Sí, completamente resuelto. Había planificado este momento desde hacía varias semanas. No ha sido fácil… y cómo iba a serlo si vivo rodeado de los más dinámicos amigos y que al mismo tiempo, juntos formamos un solo cuerpo. Guardando distancia y viéndolo todo objetivamente, concluiría sin la mayor duda: es el mejor equipo de jóvenes que he conocido, los mejores amigos.

Cuando pequeño siempre había escuchado hablar del término amistad, de lo grandioso de este valor, y que al mismo tiempo lo sentía tan idealista e inalcanzable, casi como una utopía. Bueno, en honor a la verdad, escasas veces tuve los mejores ejemplos y experiencias respecto a la amistad, en cambio hoy la vivo a cada momento.

He querido estar solo porque ya era tiempo de registrar para siempre las mejores vivencias de mi vida, evidenciar detalles y grandezas únicas que no son fáciles de encontrar ni siquiera en las mejores familias o en sacras congregaciones.

Mis amigos salieron por este fin de semana, muchos a casas de sus familias, es decir fuera de la ciudad, otros, de paseo por la costa. Mi excusa para quedarme en casa fue porque debía preparar mi exposición para la liga, reunión programada para el próximo fin de semana, compromiso que de verdad tengo y que espero desarrollar luego de narrar las vivencias que me convocan esta noche.

Antes de sentarme a escribir, salí a dar una vuelta por cada rincón de la casa, asegurar cerraduras de puertas y ventanas; también, aproveché mi doméstica caminata observando cada habitación, oliendo la atmósfera propia del hogar, saboreando cada recuerdo que ha tenido como escenario estos cálidos espacios y, al mismo tiempo, meditar y meditar, previo a ubicarme estoicamente junto al viejo escritorio y comenzar con mi relato.

Prendí incienso en mi habitación, con mis favoritas aromas, mirra Bombay, de la mismísima India, inspiradas en Tagore, Gandhi y alcanzadas también por el Dalai Lama, mi trilogía preferida de siempre, mis favoritos e inspiradores que guían a cada momento mis pasos y decisiones. Acerqué también un sirio anaranjado que complementó mejor el ambiente y que me permitirá concentrarme con mayor facilidad, y plasmar así, en hojas, situaciones íntimas de mi vida.

Cuando comencé a elaborar en mi mente las primeras ideas, dudé en iniciarlas tan así. Titubeé. Primero –me dije–, debo empezar desde antes, es decir, desde los orígenes de esta maravillosa casa.

Bueno, mi familia es originaria de un pueblo al interior de la zona central del país, y como toda vieja familia, la nuestra tiene también sus raíces en la tierra, en la agricultura. Mi abuelo paterno fue durante toda su vida un hombre muy esforzado, de gran coraje y perseverancia. El aporte de su inteligencia lo había llevado a producir de la tierra las mejores siembras y de sus praderas, el mejor ganado; teniendo a cada momento disciplina, sentido común, un tanto de austeridad y por supuesto, también, hábito de ahorro económico. Entre sus propiedades logradas estaba esta, la casa de la capital, que había adquirido tempranamente, cuando aún era un adulto joven.

Es una confortable residencia, ubicada en uno de los mejores barrios del casco antiguo de la capital. Su adquisición no había sido hecha con la intención de rentar con ella, por el contrario, la había comprado para que fuera un bien y con esto hacer más cómoda la vida. Muchas veces le escuché decir que principalmente serviría para que sus hijos pudieran venir a estudiar a los mejores colegios y universidades de la ciudad, y fuera también su hospedaje permanente para cuando viajaba a hacer sus trámites y compras obligadas, aprovechando al mismo tiempo, entretenerse; sí, porque la vida no podía ser puro trabajar, recalcaba de manera jovial.

Desde que me vine a estudiar a la secundaria, esta residencia ha sido mi mejor hogar, al que mi abuelo sabiamente le había llamado «El Consulado», porque era nuestro refugio fuera de nuestra tierra natal.

Cuando cumplí los dieciocho, y mi primer año de Universidad, el abuelo en una íntima ceremonia familiar me nominó cónsul, es decir el encargado y responsable de su casa, entregándome simbólicamente las llaves y pasándome la habitación contigua a la suya, todo un privilegio por lo que esto significaba. Me dio este título, tal vez porque siempre tuvimos la mejor relación, fui su fiel acompañante, y porque además, físicamente teníamos un parecido, cuestiones que me llevaron a percibir –vanidosamente– ser su nieto preferido.

El año antes de fallecer le acompañé a la notaría. Grande fue mi sorpresa cuando, de manera confidencial, me heredó esta propiedad, con una cláusula de caballeros: jamás venderla. Sí, porque para mi abuelo su lema era: «Las propiedades se compran, jamás se venden».

La casa está ubicada en el sector oriente, a los pies del más alto cerro de este lugar y a escasas cuadras del más antiguo parque de la ciudad. Su línea arquitectónica delata a primera vista que es de comienzo del siglo pasado, con una forma muy particular que la hace resaltar favorablemente entre las demás casas de su alrededor. Es muy amplia: ocho dormitorios, sala de estudio, biblioteca y todas las demás dependencias de un hogar convencional, distribuidas en sus dos pisos. En su segundo nivel posee un tradicional balcón que invita a contemplar hacia un lado la cordillera y al otro la terraza privada, que en época estival es el lugar favorito para estudiar y tener las más amenas charlas. El patio interior es otro espacio único y mágico, donde la vieja palmera, ubicada exactamente en su centro, es la responsable de convocar a la vida social y entretenciones al aire libre. Este es el consulado, nuestra residencia, y mucho más… fraternidad, refugio, calidez se perciben en cada rincón.

Sabemos que todo ser humano tiene esa involuntaria necesidad de ser gregario, de buscar a sus iguales para hacerle frente a la vida que le ha tocado, siendo para algunos más fácil que para otros. Aunque cada uno en su intimidad lleva sus alegrías y tristezas –porque en definitiva, existencialmente somos seres solitarios–, nuestra vida exterior, nuestra vida social, hace necesario compartir, convivir con los otros, permitiendo con esto, hacer más fácil nuestra misión que a la que obligadamente tenemos que hacerle frente y que sin duda sentimos como un deber, como nuestra tarea: hacer nuestra vida.

En casa vivimos siete jóvenes, todos venidos de provincia. Tres de ellos han sido compañeros desde la secundaria, el resto los he conocido en la universidad, donde se ha iniciado esta amistad que, talvez por nuestra parecida formación e intereses, la han hecho consolidarse prontamente. Somos estudiantes universitarios, la mayoría de pregrado; los menos, como yo, trabajando y al mismo tiempo estudiando un postgrado.

Una comunidad, sí. De verdad somos un grupo de amigos muy cohesionados que cuando la situación lo amerita o de acuerdo a las circunstancias, estamos alegres o tristes. Si alguien necesita ayuda, bastará con pedirla, los demás se encargarán de brindar el apoyo requerido, sin importar momento, lugar o circunstancia; sin medirse en generosidad, sacrificio o solidaridad. Compartir lo que tenemos y también lo que no tenemos es nuestro lema; como queriendo decir que somos de entrega permanente aun en los buenos y malos momentos, en escasez y abundancia. Hasta el momento no falta nada, al contrario, se generan y multiplican día a día los más nobles valores a los que se podría aspirar. Cada día que transcurre es un momento único que pasa a formar parte de la memoria colectiva del grupo, llegando a ser ese legado que evidencia los más sólidos valores que nutren el espíritu, especialmente en aquellos momentos no muy llevaderos que a menudo están a la vuelta de la esquina.

Cada uno de los quehaceres domésticos, como el aseo, lavado, comida, y tantos otros, iguales a los de cualquier casa, los realizamos colectivamente, de modo que casi no sentimos esas rutinarias tareas, porque cuando hay entrega, cuando todos se preocupan en cumplir, la tarea es fácil, no existe cansancio. Además cuando alguien tiene un compromiso y se le hace difícil efectuar alguna específica tarea, esta es realizada al instante, de manera casi mágica por otro, sin siquiera tener la necesidad de pedirla.

Nuestra casa es un hogar abierto, a él llegan algunos compañeros y compañeras de estudio; también amigas y pololas, pero estas últimas, dentro de un marco de decoro y discreción, donde el respeto por el otro y por nuestro hogar hace que se produzca aquella madura libertad, tal como si fuera una casa de las más conservadoras familias, talvez porque todos provenimos de hogares bien constituidos, donde los valores se sienten como algo natural, intrínseco a nuestro ser. Es decir, las reglas nacen de manera espontánea, sin tener que redactar una suerte de reglamento o decálogo de comportamiento, como ocurriría en cualquier residencia colectiva de jóvenes.
Los gastos de alimentación y mantenimiento de la casa son compartidos por todos, claro que nuestra generosidad ha llevado que ten- gamos mucha consideración con la situación económica de cada uno, cancelando por tanto, una mensualidad proporcional a cada realidad familiar. Esta situación ha llevado a consolidar incluso más la unión del grupo porque, entre otras cosas, se ha creado una bonita oportunidad de ayudar al otro, fortaleciendo el espíritu solidario y en los otros el valor de la humildad en aceptar este preclaro acuerdo.

La cooperación mutua ha dado como fruto mayor seguridad en cada uno de nosotros, especialmente al momento de enfrentar las múltiples actividades propias de un estudiante. Cada cual hace su aporte, ayudando al otro, de acuerdo a sus capacidades y al dominio que posee en ciertas materias, lo que ha permitido que a todos nos vaya bien en la universidad. Para el estudio no hay limitaciones en nada, todo está disponible, todos están dispuestos a colaborar con el otro; como norma hemos dejado a diario un tiempo para esto, el que se complementa y enriquece con el trabajo en equipo y obviamente se hace más intenso en aquellos períodos de certámenes y de finalización.

Con nuestras familias estamos comunicados casi a diario, mantenemos muy buenas relaciones producto de la confianza entregada, y que han sido avaladas por la formación recibida en cada seno familiar. Nuestros padres nos conocen demasiado y a cada uno de los integrantes de esta casa. Todos hemos tenido oportunidad de compartir con las distintas familias, especialmente cuando acompañamos a nuestros amigos a sus hogares en período de vacaciones. Están tranquilos por haber demostrado siempre un buen comportamiento, se sienten muy contentos y realizados al saber de nuestros éxitos académicos y personales.

La diversión, como en todo grupo de jóvenes, es parte de nuestra cotidianidad, la que va por la música, mucha música; también por el deporte. Cada uno canaliza sus gustos sin ninguna limitación, salvo la de las prioridades, que están en sintonía con la necesidad del momento, es decir, primero son los estudios, las responsabilidades laborales, después la diversión. A fiestas, bares y discotecas también acudimos, especialmente cuando hay algo que celebrar o bien, cuando sentimos el deseo de distraernos y divertirnos como cualquier joven.
Con las personalidades de cada uno pasa algo peculiar, por supuesto son distintas y únicas, permitiendo que se complementen en plenitud. Pero, al mismo tiempo, talvez por lo intenso de la convivencia y la maravillosa amistad, las hacen verse parecidas, lo que ha favorecido la tolerancia, y como consecuencia se ha producido esta excelentísima convivencia.

Nuestra amistad nos ha llevado a fundar un hermético grupo de estudio de literatura, filosofía y por supuesto, otros temas emergentes. Hemos invitado también a bien escogidos amigos. En total somos los siete de casa y tres venidos de fuera. A este grupo hemos acordado por unanimidad llamarle, un tanto en broma y muy en serio: Liga de Pensadores Incorregibles (lpi), tal vez porque somos críticos, rebeldes a tantos sistemas y formalidades que corroen a la sociedad intelectual, a las instituciones artísticas y tantas otras entidades ligadas a la cultura, donde la mayoría de ellas caen penosamente en la superfluidad, haciéndolas sucumbir en una vorágine avasalladora de frivolidad y por supuesto, de vanidad. Nosotros, en cambio, estamos suscritos únicamente a las ideas y verdades, formales sólo de nuestra informalidad, en el buen sentido por supuesto, considerando como motor fundamental la disciplina, constancia y el método, mucho método.

La variedad de carreras hace que nuestros conocimientos se amplíen, logrando enriquecer el diálogo, generando puntos de vistas distintos. Esto permite generar una visión más completa de cualquiera de los temas abordados y todo lo que ello significa; además se suman como ventajas, estar rodeados de personas con intereses y expectativas parecidas, todos insertos en una misma realidad social y cultural. Valioso, o mejor aún, valiosísima oportunidad, única e incalculable.

En este momento estamos a punto de publicar una revista con características muy particulares, entre otras, independencia a toda prueba, autogestión y por supuesto mucha creatividad. Tenemos bastantes trabajos desarrollados, entre otros, ensayos, opiniones, estudios y creaciones, como para publicar, al mismo tiempo, más de una veintena de números sin ninguna dificultad.

En la liga –lpi– nos reunimos para hacer estudios de distintos autores y sus respectivas obras, cada cual es libre de plantear sus puntos de vista, hacer críticas, argumentar con los más serios antecedentes, relacionando todos estos con los más variados temas. También existe una parte de la reunión donde un integrante debe elegir un tema libremente y exponerlo a los demás.

Las reuniones las hacemos el último viernes de cada mes, al momento en que comienza a caer la noche, acompañada de exquisitos bocados y algún licor. El lugar es la privada sala de estudio, espacio muy íntimo, con antiguos muebles y decorado con originales pinturas, donde resalta en la parte superior de la chimenea, el retrato del abuelo: ¡Qué mejor lugar para cobijar a esta pléyade y su fructífero trabajo intelectual!

En estos momentos alcanzo a oír nítidamente los campanazos del viejo reloj ubicado en el pasillo central, anuncian las cuatro de la madrugada, cuestión que me indica que debo ir terminando esta íntima narración de tan singular experiencia que estoy viviendo. Debo dar paso a las horas que quedan antes del amanecer, para comenzar a preparar mi exposición para la liga.

Mañana, desde la tarde comenzarán a llegar mis amigos, vendrán con nuevas experiencias, que como siempre, compartirán con la mayor confianza y con lujo de detalles de acuerdo a sus personales estilos. Vendrán felices de sus hogares y paseos, cargados con mucha energía para enfrentar las intensas semanas de estudio que se aproximan; pero nuestra excelente convivencia hará más llevadera esta ardua tarea.

De lo que estoy seguro es que cada día que amanece me siento seguro, acompañado con mi otra familia, la del consulado, y en la que siento además, como otro integrante, la presencia de mi querido abuelo. Con el tiempo creo haber copiado inconscientemente tantos gestos, palabras, pensamientos; hice mía parte de su generosidad, sencillez y visión de la vida, por lo menos así me lo han hecho saber muchas personas; pero yo aún me siento distante de su gran nobleza, creo que nunca alcanzaré a ser aquel hombre con tan fabulosas cualidades.

La amistad… Sí, la verdadera amistad presente en todo momento, a cada momento; en cuerpo presente, tangible, real en este acogedor hogar: El Consulado; integrado por el mejor grupo de amigos que he tenido y cuya amistad, estoy seguro, perdurará por siempre, aún después del día en que cada uno tenga que partir a hacer su propia vida.

La amistad, plasmada en el apoyo permanente, en la complicidad a toda prueba y en la confianza segura… Todos los valores a la vista y de una sola vez. La fórmula es una sola: La vida es bella si queremos que así sea, nada más.

A continuación, y antes que llegue la mañana, pasaré a escribir de inmediato el tema que presentaré para la liga la próxima semana:

EL ACTO DE ESCRIBIR

Aun sabiendo que la computación, los pequeños o grandes medios de comunicación masiva y la gran demanda audiovisual han limitado sus espacios destinados al arte y la cultura entiéndase esta última en su sentido más humanistay a la producción literaria, en sus diferentes géneros, en beneficio de la vanidad mediática o farándula, y con una realidad tradicionalmente adversa para hacer fructífera la creación literaria y la industria editorial, todavía persiste un grupo de editoriales y creadores que a pesar de esta fatalidad aún no se dan por vencidos. Año a año en algunas ciudades importantes se efectúan ferias del libro, donde es posible observar un mundo distinto al que nos tienen acostumbrados a ver los medios masivos de comunicación social. Cada 16 de enero se cumple un año más hasta ahora, más de cuatrocientos añosdesde que el Ingenioso Hidalgo emprendiera sus aventuras en algún lugar de La Mancha. Hoy sus hazañas son sustituidas por un grupo de editoriales, escritores y otros jóvenes incorregibles, como nuestra ligaque con una actitud quijotesca, van desafiando los nuevos molinos: el atractivo poder del desarrollo audiovisual y la superfluidad temática que nos entregan a diario los medios de comunicación.

Cuando analizamos la historia literaria, cuando leemos la riqueza que han dejado insignes escritores, hace bien impregnarse de su sabiduría, no únicamente de su legado literario, sino además de su pensamiento y de lo que ellos en particular han dicho sobre la escritura:

Miguel de Unamuno señala: «Trato de alentar a los jóvenes a que se dejen de cepillos y barnizados de la superficie del lenguaje y se preocupen de decir las cosas de sustancia o de gracia; a que no pierdan el tiempo en si tal o cual voz es o no genuina y, sobre todo, se metan en el idioma más de lo que algunos hacen».

Azorín dice: «El estilo es claro si se lleva al instante al oyente a las cosas, sin detenerle en las palabras. Retengamos la máxima fundamental: derechamente a las cosas. Si el estilo explica fielmente y con propiedad lo que siente, es bueno».

Víctor Hugo proclama: «Martillemos las teorías, las poéticas y los sistemas. ¡Echemos abajo este viejo enyesado que oculta la fachada del arte!

¡No hay reglas ni modelos! O mejor, no hay más reglas que las leyes generales de la naturaleza que se ciernen sobre todo el arte, y las leyes especiales que, para cada composición, resultan condiciones propias de cada tema».

Pablo Neruda manifiesta: «El poeta no es un “pequeño dios”. No, no es un “pequeño dios”. No está signado por un estilo cabalístico superior al de quienes ejercen otros menesteres y oficios. A menudo expresé que el mejor poeta es el hombre que nos entrega el pan de cada día: el panadero más próximo, que no se cree dios. Y si el poeta llega a alcanzar esa sencilla conciencia, podrá también la sencilla conciencia convertirse en parte de una colosal artesanía».

La escritura, la creación es un acto casi sobrenatural. El tesoro, sus palabras. La generosidad del idioma repleto de términos, de infinitas grafías que nos expresan; de elocuentes palabras que caen una por una en el papel y forman ese pensamiento, esa idea que desea manifestar nuestro ser interior. ¿No es acaso el escribir un acto mágico? Sin duda lo es. Más de alguna vez me han preguntado por qué escribo, mi respuesta ha sido la misma que me ha correspondido entregar a mis amigos, a algunos lectores y a tantos alumnos. Por años en las aulas cuando hemos analizadocon la rigurosidad de los programaslos diferentes géneros literarios, he dicho: una necesidad. Sí, se escribe por gusto; más que eso, por necesidad. Se escribe porque hay algo que decir, nuestra obligación. También pienso se escribe porque hay muchos que quieren leer. Y de verdad creo en ello. Mi experiencia a través de algunas de mis publicaciones así lo ha demostrado y con creces, lo que ha servido de aliento para seguir haciéndolo.

En particular me gusta muchísimo el poema «Leerán algún día» del gran escritor Roque Esteban Scarpa. He aquí un fragmento de éste:

Escribo para alguien que me espera 

No sabe que me espera. Cualquier día

Encontrará la palabra quieta con su ansia 

Y le dirá mi sentido a su sentido.

Quizá resbale por ella y no la entienda

Hay que respetar al tiempo: 

Él sabe madurarnos 

puede que la verde palabra bajo su sol grane

o que al alma tierna le urjan gravedades 

sonrisas entreveradas desde los grises, 

alguna ortiga de ira que la irrite

un moho triste que contenga salvaciones (…) 

Algún día, alguien leerá lo que no he escrito 

pero su apariencia lo moverá a lo eterno.


Ahora quiero manifestar mis pensamientos no sólo a través de este discurso, sino además, por medio otros escritos que han llegado a mis manos de manera fortuita y que me interpretan a cabalidad, son de esos textos que han sido escritos por un amigo de un amigo y tienen ese carácter íntimo, familiar:

Agradables visitas

Hoy tocaron a mi puerta las palabras, 

venían contentas, alegres a verme… 

les dije que eran bienvenidas.

Eran tantas que tuve que abrir mis ventanas 

para que pudieran entrar prontamente.

Venían alegres, como dije; 

pero algunas venían tristes…

que fueron las últimas en entrar.

¡Me gustan las palabras!

Las alegres y también las tristes…

Ministerio de las palabras

I. Cuestionamiento

¿Y dónde fueron a parar?

¿Dónde las llevó el pensamiento? 

Ahí, en la memoria,

en libros amarillos, 

en los recuerdos. 

Y se han ido.

No están.

Palabras que endulzan el alma, 

dialectos oscuros que atormentan, 

palabras que emergen sin pensarse:

¿Dónde están?

…en tumbas, en avisos,

en procesiones se ven.

¿Dónde están las que susurré al oído?

¿Las que dije al pasar, sin pensarlas?

Muchas grabadas en tinta sobre mil páginas,

otras talladas en árboles urbanos. 

Muchas prendidas bajo la epidermis y sobre los sueños,

o bien, detrás del alma…

En blanco

Sobre inmaculada hoja, 

bajo inútil mano, 

lapicero lleno de tinta:

ni una sola idea, 

ni una sola palabra ha brotado de mi conciencia.

En blanco el papel, 

en blanco mi mente. 

Cabizbajo, dormitando sobre mi escritorio
han huido furtivos los vocablos; 

remolinar de conceptos me marea 

embriagándome de ineptitud.

Ni siquiera un cuadro o ventanal 

alrededor que me inspire; 

además, marchitos, casi resecos, 

cuelgan pétalos en el florero.

No están, se fueron,

las ocurrentes palabras 

que algún día abundaron 

como gotas de lluvia intensa.

Mi hoja escrita de blanco, 

llena de ninguna idea, 

vacía de palabras…

transparente, verdadera.

He mirado hacia los ventanales, se acaba de asomar a mi vista la primera la luz de la aurora, es un nuevo día. Mi cuerpo reclama su lecho, quiere descansar.

Mi espíritu está satisfecho, he anotado en cada una de las hojas dispuestas mi mejor experiencia: la verdadera amistad; también el compromiso pendiente para con mis amigos: el tema para la liga.

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