Hacía tiempo que no tenía un despertar, por así decir…de miedo. Me tenía que ir y mi pololo dormía a mi lado. Hice el menor ruido posible para no despertarlo (había tenido un día agotador y cayó “muerto” a la cama). Era tarde, dentro de la casa no se escuchaba nada, ni siquiera su papá , que ve películas hasta las tantas. Tomé el teléfono, y me dispuse a pedir un taxi mientras guardaba algunas cosas que se me quedaban en el velador. Como nunca, se demoró más de lo habitual en contestar un taxista (alcancé hasta comer algo de la cocina). Al ver que se aproximaba, bajé hasta el primer piso del departamento. Mientras caminaba, pensé en el día que venía; ¡atención de perros! Que entretenido, si no fuera por los dueños, que en verdad ellos hacen difícil mi trabajo. Cuando llegué abajo no estaba el taxi y tuve que esperar, ¡qué horror! Muerta de frio me vi en la calle esperando. Pasaron los minutos y el frio que sentí no fue precisamente el acostumbrado en marzo, era más bien el de junio, después de varios días lluviosos. Estuve parada mirando la calle, extrañamente sola y fría. Pasaron unos minutos y llegó el auto, me subí y le indiqué hacia donde iba, el taxista hizo un movimiento con la cabeza en señal de que entendió y partimos. En un principio no me pareció extraño ni nada, hasta que lo escuché hablando por teléfono, no sé con quién, pero decía algo como “hoy no, hoy no es un buen día”. Llegamos a mi casa, pagué el taxi y se fue. Quedé sola afuera de mi casa, y un sentimiento de soledad me angustió. Mi casa estaba triste, sin luz, como nunca mis perros no salieron en mi búsqueda ni menos celebraron mi llegada. Estaba todo en silencio. Tomé la llave para abrir la puerta y mi angustia se acentuó aún más…. ¡Me sentí extraña! Caminé por el pasillo sin escuchar a nadie- cosa rara en mi casa, donde todos son muy bulliciosos, incluso a esas horas- llegué a la puerta de mi pieza y entendí mi angustia. no estaba sola. Ahí, frente a mí, estaba él esperándome.

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