Hay pocas razones para temer al infierno ortodoxo y pocos son quienes le temen, salvo quizá aquellos que de forma bizarra se consideren rivales amorosos de Dante, en cuyo caso su salud mental es digna de cuestionamiento… aunque tras pensarlo por un instante… ¿Usted ha conocido a alguien así, doctor? Suena bizarro, pero mentiría si no dijera que me interesa.
¿Le conté que una vez conocí a un imbécil que aseguraba con cada fibra de su ser que Borges lo había plagiado? Su argumento era que la imaginación era un espacio tan grande y complejo que cabía la posibilidad de que las ideas pudieran ser robadas antes de concebidas…
¡Pero me desvío de tema! Maldigo con cada minúscula porción de mí ser esta infame verborragia, posiblemente consecuencia de haber sido hijo único.
Retomando mi planteo inicial, he pasado las últimas quince semanas pensando en nuestra última sesión juntos… ¿La recuerda? Sí, seguro la recuerda. Ustedes los psiquiatras anotan todo, o al menos pretenden hacerlo… ¡Pero vuelvo a desviarme!
Mi punto es que ese día estuvimos hablando mucho respecto al infierno, y no es para menos pues su sola idea me perturba de maneras que no se imagina. No logro comprender a las personas que viven su vida sin temer al destino que les aguarda después de la muerte.
A menudo mi madre solía decir en un tono innecesariamente conservador “Cuando el río suena es porque agua trae”, y esa idea se ha afianzado en mi cabeza de manera peligrosa, y es que si por tantos años la gente ha temido al
infierno, no puedo terminar de sentirme cómodo con la idea de que la única razón tras el temor de la sociedad frente al infierno en realidad haya sido solo como parte de una estrategia de control eclesiástico, si no que por el contrario manejo la… idea/teoría de que existen ideas que vienen intrínsecamente arraigadas a los humanos desde nuestra más temprana concepción. Una concepción que dicho sea de paso, considero que inicia antes de la concepción física. Una que se da cuando nuestra alma es forjada.
Pondré a consideración de usted, mi estimado doctor, un ejemplo que posiblemente se le haga familiar: La Perfección. Y es que seamos honestos…
¿Alguien sabe a cabalidad que es la perfección? Es curioso. Si mañana le pedimos a una persona que imagine un animal completamente nuevo que no comparta características biológicas con ningún otro ser vivo que conozcamos, esa persona se quedaría en blanco.
Pero sin embargo aún así tenemos en nuestro vocabulario un adjetivo que somos incapaces de usar… ¡La perfección! ¿Por qué? ¿Qué cosa es la que ameritaba ser descrita con semejante palabra? Mi propuesta es que si existe el adjetivo, por consiguiente debe existir algo que pueda ser descripto por el mismo… ¿Verdad? ¿No sería lógico? ¡Desde luego que sería lógico!
Y es que creo… ¡No! Aseguro, que existe en este mundo algo que puede ser descripto con semejante palabra: DIOS.
Sabemos que la palabra perfección existe, porque sabemos que algo puede descripto con ella y ese algo es nada más ni nada menos que Dios, la única fuente absoluta e indiscutible de perfección. Sabemos que eso es así porque lo sentimos, en la forma más primitiva de nuestra existencia conocemos a Dios. Perfección es por tanto una palabra que viene tejida desde un plano de existencia divina en nuestra alma…… y eso mismo es el infierno.
Tememos al infierno porque en algún lugar de nuestra pobre, miserable y efímera existencia, sabemos que es real. Sabemos que la posibilidad de que algo nos aceche después de la muerte está ahí… ¿Pero qué es ese algo?
Es esa la interrogante que me ha consumido… ¿A dónde está el infierno?
¿Cuál es la senda que debo evitar para no caer en él? Mis ojos se cristalizan cuánto más lo pienso y el desvelo me consume.
Mis ojos recorren de manera inquietante a las otras personas y con justa razón… ¿Y si este es el infierno? ¿Y si estoy en el infierno? Doctor, póngase una mano en el corazón y júreme que este lugar no es el infierno y que no estoy aquí para pagar por pecados que no recuerdo. Júreme usted que no es un demonio destinado a torturarme… ¿Puede hacerlo? ¿Hay alguien acaso que pueda hacerlo? ¿Qué me garantiza que no me mienten?
Mientras más lo pienso hay una idea que me perturba… ¿Y si el infierno está en los otros? El juicio individual de cada persona que nos conoce, nos condena de un modo u otro. Nuestras acciones existen solo sí hay otro para juzgarlas y condenarlas… ¡Vivimos por otros! La sociedad es el otro, las acciones existen solo para afectar a otro y como resultado, el infierno recae en las otras personas.
Son ellos. Cada uno de ellos, sus patéticas miradas que me juzgan y me atrapan. Y me aterra, me aterra pensarlo… ¿Hacía donde podré llegar si sigo de este modo? Ya no enfrento solo el miedo de que esta existencia, ya de por sí bastante molesta sea un infierno en sí… ahora vivo bajo el temor de que cada persona sea un infierno que estoy condenado a habitar en tanto decida seguir adelante………
Pero no… no puede ser así… ¿Es posible que haya un infierno mayor que nos aguarde incluso después de la muerte, doctor? Perdón. A veces mis ideas se superponen y mi discurso se pisa… ¿Le ha pasado eso? Es molesto, pero no puedo evitarlo. Siento que si me quedo quieto o callado voy a ahogarme con mis pensamientos, necesito expulsarlos. Necesito
contradecirme o de otro modo correré el riesgo de jamás redimirme ante los ojos de Dios, ¿Verdad? Si Dios valora la redención por encima de todo, debo redimir mis ideas constantemente. En algún punto tras tanta redención quizá logre dar con aquello que Dios quiere y entonces tenga su favor…
Perdón.
Estoy desviándome. Me siento errático, iracundo incluso… ¿Cómo no estarlo? Hay demasiadas cosas de las cuales temer ahora mismo…
Pero entre la incertidumbre nebulosa de mis ideas salen algunas conclusiones lógicas, cuánto menos. Lo que quiero decir, doctor… es que quizá realmente he encontrado la razón de mis temores y le he dado nombre…
¿Conoce usted la historia de Fausto, doctor? Si, la conoce. Es ese clásico personaje del folklore alemán. Aquel que vende su alma a cambio del saber bajo la promesa de que al morir, le aguardan solo las tinieblas…
A veces vuelvo a leer esa vieja historia y no puedo evitar tener una interpretación distinta. El convenio popular dice que quien vende su alma al diablo pasará la eternidad en sufrimiento, representando a aquellos que recurren a artimañas poco éticas para triunfar y eventualmente deben afrontar las consecuencias de esas acciones. Mi interpretación es sin embargo distinta…
¿Y si el infierno no es lo que vienes después del pacto? ¿Y si el infierno real empieza con el propio pacto en sí…?
Si lo pensamos de forma detenida, podemos entender que el infierno que enfrenta Fausto es la crítica a la que es sometido por otras personas ante la venta de su integridad moral… ¿Pero si fuera distinta? ¿Si fuera el propio Fausto quién se engaña a sí mismo?
Quiero explicarme bien, pero no encuentro palabras. He bautizado a este fenómeno como… “Complejo de Fausto”, un término que hace referencia a la idea de vivir bajo la promesa de que una acción determinada va a conducirnos al infierno o a mal puerto sin notar que realmente la condena como tal, es la que ya estamos atravesando. El infierno real no son los otros y tampoco se encuentra en el futuro. No es algo a lo que aspiremos, no… Fausto CREE que el infierno es su destino eventual, al grado de que está seguro de ello. Pero como toda creencia es potencialmente errónea, y la realidad es que en este caso esa idea lo es, pues el verdadero infierno es el temor a la incertidumbre del infierno en sí mismo.
Mientras se cree que uno avanza en un camino inevitable al abismo, uno recorre el abismo.
Quien padece del complejo de Fausto cree que es Fausto, pero la realidad es que el infierno ya está siendo transitado……..
¿Lo entiende, doctor? Creo que he encontrado el infierno… creo que puedo verlo. Está aquí, no está en otros. Está en nosotros y en nuestras acciones, el infierno son las reacciones posibles ante los verbos.
Todos quienes temen, quienes creen que avanzan al infierno son atrapados de forma inevitable por el complejo de Fausto… ¿Qué opina de eso, doctor?
¿Qué opina de esa idea? Quizá mi explicación fue torpe pero la realidad es que al final del día es solo una teoría, no lo sé.
Me despido con el mayor de mis afectos. Después de todo, esta será la última de mis cartas. Mi conclusión final es que efectivamente hay un modo de escapar del complejo de Fausto, y es transitar el infierno hasta el final y solo así, llegar al purgatorio.
No soy Fausto, soy Dante. Y solo transitando hasta el final lograré dar con el purgatorio. Solo yo comprendo mis palabras, pero supongo que usted sabe eso mejor que nadie, ¿Verdad, doctor? Tantos años, tantas teorías… y al final del día, todo se resume a esto. Un viaje interminable.
Tenga buena vida, doctor. Y evite el complejo de Fausto.
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