La Visita
Como lo hace desde hace algunos años camina por el parque. Siempre a la misma hora, siempre con la misma actitud. Le gusta sentir la luz del sol en la cara. El calor pálido fusionado con la fresca brisa de las horas tempranas. El parque se extiende como una alfombra bordada, delimitado por dos hileras de árboles en perfecta simetría. Cerrando la perspectiva está el edificio que tanto le gusta. Se le asemeja a una pared monumental. En su trayecto se cruza con algunas personas que llevan tiempo paseando en el mismo parque. Saluda a uno que al principio acostumbraba caminar con él, pero que con el tiempo se fue alejando. Menos mal, piensa, le cae simpático pero es demasiado dominante. Siempre quería que se cumpliera su voluntad. Recuerda las veces que le exigía caminar por los trechos soleados. Eso no es para él, déjenlo hacer lo que quiera porque nunca se mete en la vida de los demás. Pobre del que lo acompaña, no sabe donde se está metiendo. Sigue su camino y de repente siente que lo están observando. Con el rabillo del ojo distingue una figura que le dirige la mirada. Se voltea y ve a un hombre que se apoya de un árbol mirando el follaje y silbando como quien se hace el loco. El lo escruta con la mirada y prosigue. Vuelve a sentir que lo observan.
Por fin está frente al gran acceso. Una enorme escalinata que se introduce en el prisma de concreto por una abertura muy alta, lo conduce al interior. En los escalones encuentra gente conversando o en movimiento. Sonríe a algunos y se comenta que el blanco está de moda. Varias de esas personas le hacen gestos de simpatía, mientras que otras lo miran con ironía y burla. Adentro ya, levanta la vista y goza del enorme espacio de la entrada. Le oprime la altura, se eleva su espíritu. Entre gritos y golpes secos se rompe la magia que lo absorbe y es derribado por un cuerpo que vocifera airadamente. Unos hombres se lanzan tras la mole, y aturdido, él es ayudado a levantarse por algunas personas cercanas. Recuerda el golpe que se dio en la espalda al caer. Recuerda la cara pavorosa del extraño. También le viene a la mente algo referente a su hermano pero no logra aclarar sus pensamientos.
Mientras es conducido hasta la segunda planta intenta ordenar su mente y la confusión se va disipando. -A donde vamos ?- pregunta. Lo llevan a que descanse. Se ve pálido después de la caída. Creen que el golpe ha sido serio. Le van a avisar a su hermano para que venga a su encuentro, no es recomendable que camine mucho. -Mi hermano- piensa. Ya recuerda porque razón se dirigía al edificio. Va a ver a su hermano. Lo recuerda como un ser terriblemente egoísta y ambicioso, capaz de pisotear a su propia familia. Por eso terminó de esa manera. Para su hermano todo lo que él hacía estaba mal. Siempre criticando, siempre presionando. No entendía por qué tenían que meterse en su vida. Le vinieron a la mente las peleas insufribles que tenían ambos. El sometimiento, la sumisión. Su madre si lo comprendía, lo protegía. Se agarró la cabeza que le dolía. Sus acompañantes lo sujetaron creyendo que se iba a desmayar. No quería pensar más. Su memoria se negaba a recordar. Pudo haber sido el mal golpe.
De pronto se ve caminando a través de un largo pasillo tan blanco como la fachada. Es ancho y ofrece a los lados una serie de puertas. Uno de los hombres le hace un gesto y entra en un recinto rectangular con un gran ventanal al fondo. Adentro descubre un escritorio con su respectiva silla. También hay algo que parece una cama o sofá sin respaldar, y una poltrona. Las paredes están forradas de libros. Por las cortinas se cuelan los rayos del sol cubriendo el ambiente de luz. Ahora está solo. Se sienta en la poltrona. No piensa nada, sencillamente existe. Se siente bien. Sobresaltado abre los ojos al escuchar que la puerta se abre. Es uno de los hombres que lo ayudó a subir. Su hermano ya fue avisado y viene enseguida. El se pone de pie e intenta decir algo pero prefiere callar. El hombre sale. Un escalofrío recorre su cuerpo. Es un nuevo enfrentamiento. Levanta la mirada y pasea ante sus ojos algunos títulos de libros.
La puerta se abre, entra el hermano desaforado, precipitándose sobre él y emitiendo sonidos o quizás palabras inentendibles. El se aparta violentamente temiendo que ese animal le hiciera daño. El hermano lo estudia de pies a cabeza y ríe. Asomada en la puerta está ella. Aquella misma mujer con la que lo ha visto en los últimos años, y que le es vagamente conocida. El ve que se abrazan y que el hermano le menciona algo de que no está mal herido. Ella suspira y le dirige una mirada de ternura. Luego le pregunta por sus labores. El le responde secamente y continúa leyendo los títulos. El hermano le advierte sobre su actitud. El se voltea bruscamente y le recrimina que no siga con el teatro. Observa que ella se tapa los oídos. Ahora el hermano le extiende el brazo. Al apostar la mirada en la palma de su mano advierte que sostiene un frasco de pastillas. El hermano le ordena tomar una. El se altera e insiste en que nadie ejerce su influencia sobre él, es libre. Ella le recuerda al hermano su falta de delicadeza. Discuten sobre si es la única forma de que las tome, sobre su estado de cuidado. El siente que la fuerza del hermano se apodera de la escena y comienza a vociferar. Ya la época en que era aplastado y sometido pasó. Ahora nadie le va a decir lo que tiene que hacer. Ni su hermano, ni la gente de la calle, ni los doctores, ni los enfermeros, ni nadie. Es libre!. El grito retumba en la habitación y automáticamente calla a la pareja. Observando fijamente el frasco acusa a su hermano de drogarlo y sorpresivamente intenta arrancárselo. Forcejean. La lucha se desata y los dos hombres ruedan por el piso. Ella grita; se tapa la cara. El, ante el resquebrajamiento de sus valores, de su libertad, utiliza los dientes. El hermano gime pero sigue en la batalla. Ella corre hasta la puerta y pide auxilio. Tildando a su hermano de bestia inhumana, logra arrebatarle las pastillas, cuando varios hombres le saltan encima.
Una hoja seca y amarillenta baila al compás de la brisa. Se posa sobre la escalinata, a los pies de una pareja estremecida por la vida. Un hombre y una mujer descienden con paso sereno. Ella ofrenda lágrimas al destino por la mala jugada. La fortuna la unió a él en matrimonio y el infortunio lo transformó en lo que es de un tiempo para acá. El hermano, serio, se sacude la chaqueta. Mudos surcan el parque. Como todos los años, en el mismo día, se disponen a abandonar el hospital psiquiátrico.
Max Cabrera
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