Hoy falleció el hijo de una amiga, seis años nada más, contra todo orden natural de la vida. Y mientras escribo e intento acomodar mis pensamientos, me doy cuenta de que estos temas me empiezan a afectar más de lo que recuerdo, será la madurez, la edad, el trabajo de toma de consciencia que hago a diario, o una combinación de todo. Resulta indefectible pensar lo corta y frágil que es la vida, cliché pero cierto.
Y aunque la costumbre es cubrir este tema con un lúgubre manto de tristeza y sorpresa conjunta, también me pregunto porqué nos asombra tanto. Nos obsesiona tanto la muerte al punto que elegimos no creer en ella, mirar para otro lado, como quien dice. Nos esforzamos tanto en hacer de cuenta que no existe que nos terminamos olvidando incluso de vivir, y al final descubrimos que le estuvimos dando toda la ventaja para agarrarnos siempre desprevenidos, con la guardia baja. Nos preocupa más dejar de existir que llevar una existencia bien vivida. Nos terminamos llevando una vida sobrecargada de demasiados «debería».
Si uno se fija en la naturaleza, somos la única especie que atraviesa un duelo de una manera tan sufrible, nos puede llevar años superar la despedida de un ser querido. Tal vez la naturaleza es un poco más sabia de lo que pensamos, y trata la muerte de la misma forma que trata la vida, a fin de cuentas nada importa cuando se está ante el último suspiro. Todo ese esfuerzo por simular que no vamos a morir resulta en vano y terminamos negando nuestra propia naturaleza, somos finitos.
Lejos de querer cargar estas palabras con tono dramático, mi interés pasa por darnos esperanza de que todavía estamos acá, y mientras uno siga respirando sigue existiendo la oportunidad de reír y disfrutar una vez más. Tal vez la receta de la felicidad sea a la inversa de lo que nos enseñaron. Deberíamos mirar a la muerte directo a los ojos, recordarnos todos los días que ese puede ser el último tal vez sea una mejor costumbre, más sana y relajada, y nos haga mejores seres humanos. Yo creo que vale la pena intentarlo, no nos queda nada que perder y aún así tenemos todo por ganar. Y quién sabe, el día de mañana, cuando sea nuestro turno de despedirnos, encaremos ese último instante con curiosidad, o incluso con una sonrisa.
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