
(Nosotros no lo recordamos, pero nuestros padres seguro que si.)
Seguro que fui egoísta, que di preocupaciones a mis padres, que los disgusté más de una vez y se preocuparon por mí más de cien veces; seguro que sintieron el vacío que yo dejaba cuando me iba o la distancia de una adolescente que sólo piensa en su mundo y no le importan nada los demás.
Lo siento ahora en mi piel de madre; siento la falsedad en una sonrisa, el interés en un gracias, el sobre esfuerzo en unas palabras amables, el abrazo fingido, noto su ausencia cuando esta presente, noto sus actitudes por conveniencia, noto la rebeldía que le ocasiona la inseguridad ante lo que le deparará la vida.
Recuerdo en mí el sentimiento de querer huir de todo, de querer salir corriendo sin mirar atrás; recuerdo tener miedo, sentirme insegura y sola, llorar a escondidas de noche ahogándome en la almohada y dudar cada día de todo y de todos; recuerdo despreciar a la persona del espejo y sentirme totalmente vacía por dentro.
Pero también recuerdo haber encontrado mi equilibrio y superado las arenas movedizas de la adolescencia; como un loto, que se cierra en el crepúsculo y se sumerge bajo el agua, pero que en algún momento, volverá a resurgir y abrirse cuando llegue el amanecer; pues ahí estaremos nosotros, como estuvieron nuestros padres, esperando juntos el amanecer en la orilla, hasta que nuestra pequeña flor de loto, vuelva a florecer.
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