(EN HONOR AL 10 DE SEPTIEMBRE, DÍA MUNDIAL PARA LA PREVENCIÓN DEL SUICIDIO).
MIL RECUERDOS.
Llegaron igual que relámpagos iluminando una gran tormenta, resplandeciendo en la densa oscuridad de mi alma, retumbando en mi memoria casi apagada, removiendo mis cimientos. Fueron destellos tan eternos como efímeros. Estiré mi mano intentando atraparlos, pero únicamente pude arañarlos.
El primer recuerdo… un ligero cosquilleo, una corriente eléctrica extendiéndose desde el roce tímido de su dedo meñique al mío. Sentados en la oscuridad del coche, con las fugaces luces rebotando en el interior, su mano se cobijó en la mía. ¿Son reales esos nervios, esa emoción? La primera vez que él tomaba mi mano y yo deseaba que nunca la soltara.
El segundo recuerdo… un vals, bailamos al ritmo de este, aunque la tonada fuese diferente. Era aquella canción que me dedicó cuando estuvimos de novios. Él iba vestido de blanco con una rosa en su solapa. Bailábamos abrazados, tan unidos que no quedaba espacio entre nuestros cuerpos, tampoco entre nuestras almas. No dejaba de sonreír y la emoción inundaba su mirada. Éramos dos convirtiéndonos en uno solo.
El tercero… ¡qué bella sensación! Mi vientre inflado moviéndose de un lado a otro, punzando, empujando, causando ligeras molestias. Había vida dentro de mí y estaba inquieta por salir. Su mano acarició la protuberancia que sobresalía de mi panza y con indecible ternura le susurró: ¡Tranquilo, deja dormir a mamá!
El cuarto… ¡que hermosa melodía! Un gorjeo cantarín. No era un ave, sino la risa de mi hijo. Se carcajeaba por las más simples cosas: un abanico que se cerraba y abría, despeinando sus pestañas, achinando sus ojitos, marcando sus singulares hoyuelos. Sus primeros dientes se asomaban haciéndolo ver como un pequeño ratoncito.
Mil recuerdos más… ¡tantos y tan hermosos!
Uno más… ¡Ah! ¿Qué estoy a punto de hacer? Seguro que esas cartas no bastaran para explicarlo todo. ¿Cómo podrían? Ni yo misma lo entiendo. ¿Qué era tan doloroso como para perderlo todo? No lo sé, parece que es lo único que no puedo recordar y aun así me devora y mutila.
El último recuerdo… el frío de la hoja atravesando mi piel. Se hundió suavemente, sin ningún esfuerzo, como el cuchillo en la mantequilla. Un olor metálico inundó mis pulmones. Mis venas comenzaron a arder y mis ojos no dejaron de escurrir. Mis brazos ya no respondieron, quise estirarlos para alcanzar uno de esos lindos recuerdos, pero ya no había nada, no veía nada, solo oscuridad.
¡No apaguen la luz que tengo miedo! ¿Hay alguna forma de volver?
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