Miradas, miradas perdidas que se encuentran en el aula. Intento evitarlas, clavar mi vista al frente, no mirarte de reojo, no pensar en ti, ni en tu figura, que asoma tras mi espalda ¿Pero cómo no mirarte, cuando noto que eres tu quien busca mi silueta? Mis ojos tratan de repeler el imán que poseen los tuyos y cada segundo resistiendo el impulso azota mi conciencia.

Sólo te oigo reírte, sentada junto a los tuyos, pero frente a mí, lo que hace que quiera mirarte aún más ¿Debería girar mi cabeza y no mirarte nunca más? ¿Por qué esos ojos verdes son tan intensos? Se clavan en mi piel, me destrozan la cara. Aún debo ser fuerte para soportar tu recuerdo, que puede doblegar mi cobarde alma hasta encontrarse con el más profundo suelo. En la vida han conseguido dejarme tan en vilo. Ese mar de esmeralda me arrastra contra corriente hacia ti; a la orilla contraria, a la mesa de enfrente.

Me quedo embobado mirando tu sonrisa, que se curva hacia un lado, y las comisuras quedan marcadas por unos preciosos hoyuelos que absorben el tiempo en derredor tuyo. Ríes y resuena en todos los rincones, los pájaros dejan de cantar para escucharte, las nubes despejan el cielo para que los pocos rayos de Sol que se encuentran perdidos por él retraten tu perfil e iluminen tu preciosa sonrisa.

Apoyas las manos en tu cara y tus codos revestidos en un jersey oscuro rozan la mesa blanca. Sonríes y recuerdo como hacía unos minutos ponías cara de concentración al tomar el lápiz y ponerte a escribir. Ojalá algún día pongas esa cara al pensar en cómo saludarme una mañana, es lo que hago cada día.

Como si hubiera sido un deseo, tomas una hoja y te pones a leer, tu postura cambia y tus piernas se cruzan bajo la silla. Tomas el café en la otra mano, pero no levantas el vaso de plástico. Dejas la hoja en la mesa y sueltas el café; en su lugar sostienes el lápiz y te pones a garabatear. Y digo sostienes porque no agarras el lápiz, no lo coges con fuerza, sino con precisión, poco a poco, con delicadeza. Cada movimiento de tu mano derecha queda acompasado por tus respiraciones pausadas y, como siempre, la armonía reina en cada acción tuya.

Te recoges el pelo en un moño, como haces siempre que quieres concentrarte, y la simpleza de ese pequeño moño lo hace perfecto a la vista de cualquier artista.

Debo apartar la vista, porque no puedo seguir mirándote. Resistir y bajar la mirada, eso es lo mío. Solo en momentos como este, donde me envalentono y levanto la vista, puedo captar toda tu belleza y me sirve de vacuna temporal para esta enfermedad que es el amor.

(Para mi valiente guerrera) MATÍAS

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