Esa mano arrugadita que se agarra a mí con fuerza cuando la cojo, esos ojos que brillan con la  ilusión de una visita, esa boca que repite veinte veces lo mismo y que, sin embargo, en otras ocasiones no es capaz de recordar ni su propio nombre completo; esa mente que se vuelve a la infancia, que huye del conocimiento inútil acumulado, que se refugia en sus momentos felices, quizás con el interés de ahogar los momentos duros y amargos que están en el rinconcito del recuerdo.

Ese cuerpecito, que a pesar de no haber sido nunca grande, cada vez se ve más pequeñito e indefenso, más cansado y fatigado, que lo único grande en él son su corazón, su alma y su espíritu.

¿Dónde se quedó tu energía, tus ganas de hacer cosas por los demás sin pedir nunca nada a cambio?

Quizás yo te quité  un poco de esa energía, yo te robé un cachito de tus ganas, para en este momento poder devolverte y agradecerte todo tu esfuerzo, sacrificio y trabajo, para que tu descanses y te despreocupes, para que tengas un poco de paz y tranquilidad ahora en tu vida.

No te levantes, no pienses, no hagas, no te esfuerces, no te sacrifiques más,…

…que ya estoy yo aquí para hacerlo por ti, mi viejita.

A mi madre.

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