Por días y días no había visto otra cosa que tonalidades infinitas de verde. Campos sembrados, plantas, pastos, hierbas, arboledas, arbustos, prados, valles, jardines…. Cerraba los ojos y seguía viendo puro verdor, como si mi piel hubiera absorbido el color repetido, como si mi cuerpo se hubiera mimetizado con ese verdor invasivo que lo cubría todo y todo lo abarcaba. También parecían enverdecidos mi corazón y mis pulmones; verdes se sentían la sangre y el aire que entraban por ellos. Soñaba sueños de colores verdes. Y hasta ese dolor inmenso, acariciado por el verde, parecía más benigno.
Verde origen, verde fecundo, verde siempre. Verde volver a verte.
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