Receta de Carne a la pimienta

Receta de Carne a la pimienta

Popular en todo el pueblo, Claudia y Marcela abrieron el restaurante diez años atrás, junto a sus dos chanchos gordos y rosados. Una vieja casa chorizo con techos altos, siempre fresca, con un patio trasero.

Hace unas semanas Soledad, una joven de caderas anchas ayudaba con la caja y tomando las ordenes. A partir de las ocho comienza a formarse fila en búsqueda una mesita, aunque sea a la ribera del baño. La mejor carne a la pimienta, como dicen algunos, de todo San Vicente.

A Claudia y a Marcela las unían muchas cosas, como la rutina mañanera de los mates en el patio y también un apetito insaciable por cortar carne. Por sentir el filo de la cuchilla despellejando cada fibra muscular. Los huesos y cartílagos se acumulan muy blancos en los dos baldes rancios de plástico rojo. Cuando son las 5 de la tarde, cada una carga del mango del balde y se lo lleva a su chancho.

Hacía una larga semana no recibían mercadería. Era una tarde calurosa y Marcela caminaba desahuciada a la esquina buscando la silueta del camión en el horizonte, con la esperanza de sentir, aunque sea en su imaginación, el olor metálico. Claudia, en cambio, escogía continuar cortando. Morrones, calabazas, dientes de ajos, cuanto más maníaco era el tamaño mejor. Su mirada abstraída en el movimiento repetitivo de la cuchilla subiendo y bajando a mucha celeridad. 

Los chanchos habían chillado todo el santo día, tenían hambre.

Cuando cayeron las primeras gotas de lluvia, la pregunta erosionaba la armonía de la cocina. ¿Qué iban a cocinar esa noche? ¿Qué se hace con tantas ganas?

No fue necesario ni un breve concierto, bastó con una sencilla pero vieja mirada entre ellas. Marcela trotó para el corral y Justa, ingenua, la siguió. Fue un movimiento seco y rotundo. 

La desvistieron, le despintaron las uñas y la acostaron sobre la amplia mesa de acero. Se pusieron sus delantales de pvc blanco y comenzaron a cortar animadas cada músculo, cada nervio de su cuerpo aún caliente. El picadillo de ojos lo tenia reservado Claudia.

Cuando los baldes estuvieron llenos, caminaron para el fondo, conmovidas, con la expresión de unas madres novatas el día de la primera papilla. 

A pesar del gran diluvio de aquel día había treinta minutos de fila de paraguas. Ellas, impolutas, parecía que bailaban mientras cocinaban. Ante la inminente pregunta de cuál era el secreto del plato, cantaban lo mismo, mucho amor y una antigua receta familiar.

Lucila Barbieri

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