Otra vez me han tentado mis amigos. Mientras desayunaba sonó insistentemente el teléfono, había recibido una invitación para hacer deportes, es decir, jugar el acostumbrado partido de fútbol en canchas del parque antes de almorzar. Dudé un momento en decir sí a tan genial convocatoria, ya que finalizadas estas jugarretas siempre tenía problemas con mi madre. De inmediato vino la figura de mi abuela, la imagen de siempre, la de mi mejor amiga, quien me da la mayor seguridad para decidir ante situaciones difíciles como estas. Mamá como de costumbre preguntó quién me ha llamado y cuál fue el motivo de esta llamada. Yo respondí con seguridad tratando de dar, con la mayor normalidad posible, la información:
—Mis amigos… un compañero. Me han invitado a estudiar, a hacer el trabajo de ciencia.
Ella por su actitud manifestó haber quedado conforme con mi respuesta, felicitándome por la calidad de amigos que tenía.
Mis padres siempre han querido que privilegie mis estudios por sobre todo, que antes de los juegos, los amigos, y tantas otras cosas, tenga los máximos logros académicos, nada más. Nunca les ha agradado que me distraiga como la mayoría de los muchachos de mi edad; prefieren que ande y me comporte como adulto. Bueno, a estas alturas estoy acostumbrado a sus ideas y ya nada podría cambiar en ellos.
Nuestra familia vive en un barrio privilegiado de la ciudad, una casa que reúne bastantes comodidades y que además tiene la mejor vista por estar situada casi a los pies de un particular cerro. Papá a veces sintió deseos de irse a otro lugar; pero nunca encontró una casa igual a ésta, que reuniera las mismas garantías o algo parecido. Mamá por su parte, jamás se iría de este lugar ya que, aparte de gustarle el barrio, la casa está al lado de la de su mamá, mi abuela. Mi madre haría lo imposible con tal de mantenerse ahí. Yo por supuesto me he inclinado por la idea de mamá, más que por las cualidades de la casa o el barrio, por la cercanía con mi abuela, por tenerla de vecina, por estar al lado de ella.
Mi abuela fue mi mejor compañía, con ella llegamos a construir la mejor amistad, que se fundó básicamente en la confianza mutua. Nos sentimos ligados desde siempre; a veces incluso dudaba quien era realmente mi madre. Su dulzura, cariño, protección, y sobre todo su carisma, la hacían un ser muy especial. Cada vez que debía confiar algo, sin dudarlo, recurría a ella en primer lugar, sin necesidad de buscar otro ser protector, bastaba con ella. Había quedado viuda muy joven debido a que el abuelo había sufrido una de esas enfermedades incurables. Los demás hijos, es decir mis tíos, se habían ido a vivir al norte y otros al interior, por lo que mi madre fue la persona que siempre estuvo junto a ella; por esta razón nuestra cercanía.
El secreto mejor guardado que mantenemos hasta hoy con mi abuela, es nuestra pasada secreta, que llamamos a modo de clave: «atajo». Esta la mantenemos desde hace casi dos años y consiste en una pasada que hicimos para comunicar las dos casas. Un largo fin de semana, mientras mis padres andaban de viaje, hicimos realidad lo que habíamos planeado mucho tiempo antes, construir al fondo del patio, justo en el interior de las bodegas, en la pared común de ambas, una puerta o mejor dicho, una pequeña pared movediza que la mandamos a construir con un conocido carpintero de mi abuela, hombre plenamente de confianza y que, sabiendo que dicho acto no era nada malo ni menos un delito, hizo realidad nuestro deseo: la pasada secreta.
Mamá siempre fue de la idea de comunicar ambas casas, teniendo razones de sobra porque era su madre, estaba sola, podía sufrir algún accidente y muchas otros motivos; pero mi padre siempre se opuso, decía que aunque fuera su madre, estas eran dos familias y para el bien de la convivencia era mejor permanecer independientes, ingresar a ambas casas sólo por sus puertas principales. Harto habíamos conversado de este asunto, ya no era tema; la decisión estaba tomada, y mi abuela era de la misma idea de papá.
Después de haber recibido la llamada me dirigí de inmediato a la pasada secreta, fui donde mi abuela a comunicarle de la invitación para hacer deportes, ella de inmediato me apoyó para que fuera con mis amigos y se comprometió, como de costumbre, a lavarme la ropa deportiva, y también a ayudarme a hacer la tarea. Fui en busca de mis zapatillas, las que llevé muy escondidas en mi mochila. Después, luego de tener todo organizado para la tarde, me dirigí a mi habitación a trabajar silenciosamente en la tarea de ciencia que habían dado para desarrollar de forma individual.
Antes de pararme de la mesa, mamá quiso averiguar más sobre la citada tarea, conocer del tema específico y también al grupo de compañeros que participaríamos. Tratando de convencerla, le conté con lujo de detalles sobre el tema y le nombre a cada uno de los compañeros del grupo. Le hablé de las capacidades que poseía cada uno y por supuesto de mi experticia sobre los contenidos a desarrollar. Ella demostró orgullo, sintiéndose realizada por su papel de mamá, cosa que pude comprobar cuando señalaba que valía la pena sus constantes preocupaciones por mí, con el único propósito que llegara a ser el mejor estudiante. Bueno, a decir verdad, no me sentía mal por todo lo afirmado, porque siempre había tratado de ser un buen estudiante. Mis capacidades y constancia me habían hecho ser uno de los mejores alumnos del colegio, y si le mentía era por una cuestión tan personal que no merecía ni el mínimo remordimiento. Mi conciencia estaba tranquila, tal vez porque parte de esta conciencia era de mi abuela; ella me entendía y sabía que lo estaba haciendo no era pecado, sólo quería que fuera feliz, plenamente feliz –repetía–.
Acomodé la mochila y me despedí de mamá; papá llegaría más tarde del trabajo. Enseguida pasé donde la abuela, vacié los libros y en lugar de ellos puse el equipo deportivo que muy bien cuidaba ella. Dije adiós y me fui feliz en dirección al parque. Durante el trayecto me encontré con dos amigos que serían parte del equipo, la divertida conversación que llevamos y las tantas bromas que nos hicimos permitieron acortar el camino. Al llegar al parque, a ese amplio lugar, siempre sentía la misma sensación: alegría y libertad. Nos pusimos a jugar de inmediato, había que aprovechar al máximo ese momento. Hicimos tres equipos, a manera de campeonato, siendo los goles y el tiempo la principal regla para turnar el ingreso de uno y otro equipo. Esa tarde deportiva fue intensa. Por mi parte tuve una pequeña lesión, dejándome un hematoma en la pierna derecha. Mi preocupación en sí no era la herida, sino más bien que esta me pudiera delatar y así tener dificultades con mis padres. De nuevo… mi abuela, ella tenía siempre un equipo de primeros auxilios muy completo, además contaba con un amigo médico que recurriría en caso de mayor gravedad.
El regreso lo hice en transporte público para tratar de no exponer a demasiados esfuerzos mi accidentada pierna. Pasé primeramente donde mi abuela, quien me estaba esperando como siempre. No tuve necesidad de explicarle nada: hizo la adecuada curación, señaló el diagnóstico y me dio a tomar unos antiinflamatorios. Me aconsejó que si mis padres notaban algo extraño al caminar dijera que había sido una torcedura al ir de prisa por las escaleras. Enseguida me fui de inmediato a casa, quería llegar antes que mi madre. Dejé algunas señales para advertir que ya había llegado a casa, después me dirigí de nuevo adonde la abuela; pero esta vez a través de la pasada secreta.
Vimos con calma la tarea del colegio, echamos un breve vistazo a los contenidos de la investigación, la abuela había conseguido casi todo lo que necesitaba para este estudio, había ido donde su bibliotecaria amiga.
Cuando llegó mi madre se sintió tranquila porque mis evidencias demostraban que ya había llegado a casa y que me encontraría en alguna de las dependencias del hogar. Cuando regresó mi padre ya era hora de cenar, me dirigí al comedor caminando lo más normal posible, aguantando el dolor de mi pierna. Charlamos largo rato, hablamos de lo que nos había ocurrido durante el día, especial dedicación tuvo lo relacionado con mis estudios y, por supuesto, el trabajo de investigación. No se dieron cuenta de nada, ni de mi accidente, menos de la tarde deportiva.
Al dirigirme al cuarto divisé por los ventanales la habitación de mi abuela, estaba aún encendida; pensé en ella, en su generosidad. Le di gracias a la distancia, lo hice de manera silenciosa, a través de un pensamiento íntimo.
Como de costumbre los domingos voy a desayunar a casa de mi abuela, momento que aprovechamos para conversar libremente. Le cuento tantas cosas, especialmente lo que no puedo confiar a mis padres; este día no ha sido la excepción. Luego, como es habitual, la acompaño a la iglesia. Papá y mamá han decido esta vez hacer un viaje a la costa, yo no he querido ir porque han sido muchas las veces que viajamos a ese lugar. He preferido la compañía de mi mejor amiga, además, con este gesto en algo le retribuyo. Le regalo parte de mi tiempo, cosa que para mí no es ningún sacrificio, al contrario, disfruto plenamente del día junto a ella.
Esta vez, después de la iglesia nos fuimos a almorzar al centro de la ciudad, ella es fanática de las pastas y los helados, gustos parecidos a los míos; cómo no lo iba a ser si siempre he sido su sombra, tenemos el mismo paladar. Después del almuerzo me invitó a las tiendas del bulevar, las mismas en que compra mamá. Me llamó la atención cuando sacó su libreta con una lista de nombres de piezas de ropa, y junto a cada una de ellas, marcas, colores, tallas, códigos. Mi abuela quiso esta vez que tuviera repetidas algunas prendas de ropa, porque era bueno tenerlas duplicadas y de reserva, ya que con el deporte o alguna otra actividad, a escondidas de mis padres, sería nuestra salvación y así no pasaría los miedos que más de alguna vez vivió, teniendo que remendar, lavar e incluso reemplazar urgentemente poleras, pantalones, camisas, y tantas otras prendas de ropa. Terminamos cansados tanto elegir, hurguetear y comprar. Tomamos un taxi cargado de bolsas y… de regreso a casa. La abuela comenzó echando a la lavadora las compras con el propósito que dejaran de parecer ropa nueva. Me dijo que la lavaría frecuentemente para que así fueran perdiendo los colores de manera natural y se aproximaran a mis genuinas piezas de vestir. Nos fuimos enseguida a tomar un café y seguir conversando en la sala, a la espera de que llegaran mis padres pues se habían demorado más de lo de costumbre.
Cuando había oscurecido ellos llegaron. Como vieja costumbre, antes de ir a casa pasaron donde mi abuela. Nos saludaron e hicieron entrega de un regalo para cada uno. Sentí algo extraño en ellos. Presentí que pasaba algo. Papá dijo que nos acomodáramos porque tenía una buena noticia que darnos. A mi mente vinieron las peores escenas, quise tranquilizarme, mi cuerpo temblaba. Para salvar esta situación traté de respirar hondo. Acerqué mi mano a la de mi abuela y esperé la noticia de papá. Mis padres habían llegado de la costa, donde habían tenido la reunión que estaban esperando, la confirmación del traslado de papá. Nos iríamos al norte del país. Papá se haría cargo de la agencia internacional, todo un mérito para su carrera profesional. Mamá estaba feliz, mi abuela felicitó a papá por lo que esto significaba para nuestra familia, lamentando única- mente el distanciamiento que produciría esta situación.
Nos dirigimos a casa. Yo me fui triste, el color de mi rostro era otro, no sentía mis piernas, ni el suelo que pisaba. Me metí a la cama como sonámbulo. Sabía que mi vida cambiaría desde aquel momento. Medité mil cosas, traté de resignarme, de darme ánimo y sobreponerme a mi adversa realidad. Pensé en los tantos planes que se extinguían esa noche.
Así fue cómo, para cada situación que me complicaba, era mi abuela quien tenía la solución, muchas veces fue ella quien intuía los posibles problemas y se anticipaba a estos de manera oportuna y sabia. Fue ella quien me enseñó a disfrutar la vida y a encontrar la felicidad; desde ahora en adelante sería yo, solitariamente, sin ninguna ayuda, quien tendría que salir exitosamente de las distintas situaciones que a diario se presentan en la vida.
Mi mejor amiga quedaría sola, separados ambos por una gran distancia y con un vacío que nunca más se podría llenar. Estaba triste… desde ahora, en mi nuevo lugar de residencia y en los futuros escenarios, no contaría con ella… mi amiga… mi refugio… mi cómplice.
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