Abuelita, yo no creo en eso.

Abuelita, yo no creo en eso.

Yrene Sanjaime

03/08/2022

Camino por el diminuto pasillo de la entrada de la casa, entro por la puerta de la cocina, la más cercana a la puerta de la calle y le doy un beso en la mejilla. Oigo la televisión con los Simpson de fondo.

-Cariño, la mesa ya está puesta.

-Perfecto. Gracias abuelita.

Abro la puerta de la nevera.

-¿Has comprado de nuestro queso? No lo ubico.

-Estará en la mesa. Pregúntale a la enana.

Salgo de la cocina, voy directa a mi prima y le beso en la mejilla.

-¿Todo bien?

Ella no me responde. Se queda embobada mirando la televisión.

-Siéntate en la mesa. La abuelita viene ya con la comida.

Mientras nos sentamos cada una en nuestra silla, mi abuela coloca los macarrones gratinados encima de la mesa. Cuento cubiertos y faltan dos por llegar.

-Antes de comer, hay que rezar.

Mi prima se dispone a ello. Yo no me muevo.

-A rezar – insiste mi abuela.

Suena el timbre. Sube mi otra prima, la mayor.

  • No te libras, te lo advierto.

Se oyen los trastos de mi otra prima caer al suelo. Primero una cremallera impactando contra el suelo. Luego un objeto pesado, sería su mochila suena como un golpe seco.

Entra gritando por la puerta y nos besa a todas.

-Que escándalo siempre que vienes.

-Perdona abuelita. Tengo mucha hambre.

-Compórtate. Eres una señorita.

-Perdona.

-Hay que tener modales en la mesa.

-Sí.

Mi prima se sienta y coge macarrones sin ningún tipo de modales.

Mi abuela acerca la biblia a la mesa, la coloca y nos vuelve a pedir que tenemos que rezar.

-A rezar ahora mismo.

-Mira abuelita, te respeto, pero hoy no voy a rezar. Lo siento.

-Mira esta, que sin vergüenza. ¿Por que no vas a rezar?

-Por que no, abuelita. Lo siento.

-Tu como tu hermana. Que la quiero mucho y dios eso lo sabe que he rezado mucho por ella.

-Mi hermana sí reza contigo.

-Muy de vez en cuando. ¿Por que no quieres rezar?

-De verdad, es que no me apetece. ¿Podemos comer?

-Eso – interrumpe mi prima mayor- ¿podemos comer?

-A mi el señor no me ha abandonado nunca.

-A nosotras tampoco – responde la pequeña – a rezar.

-¡No voy a rezar!

-Prima, entendemos que siempre has sido muy…-responde la mayor – pero quiero comer. Reza, por favor.

-Dejarme en paz. Le daré gracias a la abuelita si eso por la comida, pero no a alguien que no ha hecho la comida.

-Yo se que es lo que te pasa.

-¿Y que me pasa, abuelita?

-Que a ti te ha abandonado el señor.

-¿Perdona?

-Sí, a ti te ha abandonado el señor. Que eso ya lo veía yo venir. Tanta libertad, tanto teatro…claro. Te ha abandonado el señor.

-Abuelita, dejé de ir a misa contigo a los cinco años.

-Mira, calla. No me recuerdes eso. Que no has tomado ni la comunión.

Ella se santigua como lo hacía habitualmente.

Mi prima pequeña le imita.

-Mira, que yo no creo en dios. Te respeto, pero no. Esto es otra época. Otro momento. Respeto tu creencia. Respeta tu la mía.

-Yo te respeto. Pero quería que lo reconocieras de una vez. Ahora, nenas, a rezar. Tú no, no te preocupes. Pero que sepas, que lo único que yo he tenido en la vida, ha sido nuestro señor. ¿A que vosotras también rezáis nenas?

Mi prima la mayor me mira atónita. La pequeña responde que sí con una sonrisa.

Rezan las tres juntas. Recibo patada en la espinilla y me extiende la mano para que rece. No le hago caso.

-Ahora podemos empezar a comer.

Comemos como si no hubiésemos comido en mucho tiempo.

-¿Las clases te van bien, cariño?

-No me van mal.

-Claro. Por que dios no te abandona aun que tu no creas en él.

-¿Me vas a castigar por no creer en Dios?

-Yo no. Él te castigará. Pero cariño, tranquila, que si tú duermes tranquila, bien contenta que me quedo yo.

-Solo te pido que me respetes.

-Claro que te respeto. Él también te respeta.

El resto de la comida siguió en silencio.

Ella acabó respetando que no creyera en dios.

Con los años, cuando todas sus hijas se divorciaron, su nieta mas mayor tuvo novia, otra se hizo gótica y la otra fue a un colegio oficialmente republicano, volcó sus esperanzas en la pequeña que seguía levantándose por la mañana y diciendo:

“Qué entre la gracia de Dios” mientras abría las cortinas.

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