Suenan las notas de un piano, el cerebro encuentra paz. En cuanto llegas a escuchar el primer verso, ahí está tu vida plasmada.
Es increíble como la magia del universo recorre países enteros, océanos y todo lo que haga falta para que alguien plasme en un papel aquello que pensamos, sentimos, decimos o podría pasar.
Te acomplejas por cosas que en un futuro no tiene sentido y vas cargando un equipaje superpesado. Enalteces tus defectos y empiezas a marchitar esas ilusiones que están en pro de tu crecimiento. Olvidas que nadie es perfecto. Olvidas las cosas que valen más, no por su peso sino por su intensidad.
Como sobreviviente de una guerra interminable tienes cicatrices. Unas son contadas y varias camufladas. Quieres curarlas, pero no todas pueden serlo. Aquellas que son externas, de forma brusca, echándoles limón cortan su sangrado.
Sin embargo, compararte con extraños hacen que esas heridas internas estén abiertas. Escuchas canciones que remueven su sangrado y por más que se use maquillaje, no se cubre lo que tienes en tu interior. Es como la gravedad, no se puede modificar.
Y es que las cicatrices han hecho de las suyas cuando tienes un día malo. Colocándote los audífonos en las orejas, con el cuerpo recto en la cama y cerrando los ojos, eres capaz de salir de este mundo por un instante. Y después de unos 3 minutos o una hora de canciones que son para levantarte el ánimo cuando se exagera todo lo que pasa, ahí estás de nuevo.
Dejas de comparte con extraños, apagas el noticiero que solo muestra tragedia. Sientes que aunque las cosas no tenga sentido, en la ciudad aún se prenden los focos de la calle y esa es la prueba viva de que debes seguir adelante.
Ir por esos sueños que puedes construir. Ir por el secreto que muestre tu verdad. Construirte de recuerdos que en realidad sean honorables volver a vivir. Ir por la calle y apreciar los más mínimos detalles. Como ese niño que disfruta de un helado ensuciando su cara. Los chicos que sonríen por algo que les ha parecido gracioso, volver a creer en el amor por esa pareja de ancianos que van abrazados por la acera.
Simplemente, traer tu mundo interno a la realidad, aunque esté acompañado de varias canciones que van cambiando su ritmo y su letra con el pasar de las calles que decides recorrer una tarde de lluvia. Y aunque llegues a la cafetería con el abrigo un poco pesado por la lluvia, nadie te quita el placer de contar con la mejor compañía para un café bien cargado, tú mismo.
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