En mi casa hay una habitación que tiene una puerta y una ventana que dan a ningún lado. Con ello me refiero a una nada blanca infinita que he observado desde todos los ángulos y se extiende uniformemente hasta el infinito. Desconozco cuándo apareció o si siempre estuvo ahí, solo recuerdo una noche encontrarme frente a la puerta observándola. Desde entonces me paso las veladas en la habitación, embriagándome de la luz que emite, pero no entro en la luz, me aterroriza.

Hace una semana me acompañaron dos amigos de vuelta a casa, tras una noche larga de beber, y, en mi embriaguez, les ofrecí enseñarles la sala y su vacío resplandeciente. Escépticos, pero mordidos por la curiosidad, aceptaron y les guie hasta la estancia sobrenatural. Al igual que yo, gozaron del brillo que emitía y notaron esa atracción inhumana que transmitía, pues avanzaron hacia la puerta. Uno de ellos entró sin que pudiera siquiera reaccionar, pero su movimiento me sacó de mi trance y sujeté al segundo del brazo. Al volver en mí sentí el pánico que normalmente se instala en mi pecho cuando estoy en aquella habitación, necesitaba evitar que entraran, sacarlos de allí. Entonces, la luz brilló más intensa sin ningún sonido, deslumbrándome, obligándome a tapar mis ojos con las manos. Cuando recuperé la visión alcancé a verle poner el último pie en el interior. Al acercarme, ninguno de los dos estaba al alcance de la vista desde la puerta. Me moví a la ventana y observé una escena que me heló la sangre.

Los vi, a unos pasos de mí, en una posición que debería haber podido observar desde la puerta, pero que sólo mostraba la ventana. Sus cuerpos estaban inmóviles, se habían retorcido en formas imposibles y sus pieles se habían tornado blancas como la leche. Sin embargo, lo más aterrador eran sus rostros, girados hacia la ventana, hacia mí. Les faltaban los ojos, sus cuencas ahora contenían un vacío oscuro, diferente al de la luz blanca que los acogía. Además, unas cruces rojas habían aparecido alrededor de ese vacío negro, con su centro perdiéndose en el interior de donde estarían sus ojos. Este nuevo infinito oscuro era diferente, no te invitaba a entrar, no era agradable, me absorbía en contra de mi voluntad, cayendo hacia delante como un vértigo. Me moví para salir de sus miradas, pero seguían girando sus cuellos y la ansiedad por sobrevivir superó todo deseo de ayudarles y hui, dejándolos a su suerte.

Todas las noches vuelvo desde entonces para encontrármelos en diferentes torsiones estáticas, pero siempre con la tez blanca buscándome. Allá donde esté noto que me llaman con la mirada y jamás podré descansar sabiendo que están atrapados por mi culpa. Aguanto atraído por los dos vacíos opuestos hasta que el miedo en mi cuerpo me hace salir, aunque poco a poco me veo más cerca del dintel del vacío en cada visita. Anoche apoyé la mano en él. Ya ha caído el sol y noto que me miran, me llaman de nuevo y sólo me queda un paso.

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