El olor a tierra mojada anuncia con anticipación la emancipación y la bendición de una nueva tempestad.
Las tormentas son en esencia un cúmulo de aire que se condensa, explota y se manifiesta a través de la humedad del agua que moja los centímetros de existencia humana.
Hay tormentas que alivian, que vienen en momentos donde la gente la pide y le ruegan a Dios que moje un incendio que acecha sus casas, sus campos y sus afectos.
Otras de las positivas son las que se transforman en un riego sagrado para que los agricultores puedan seguir subsistiendo a esta realidad que tanto exige.
Las tormentas también son catástrofe, violentas, inesperadas, van dejando escombros y caos a su andar.
En mi mente se recuerdan un sinfín de sucesos históricos que fueron delimitados por una tormenta.
Las personas tormenta son eso, una mezcla de paz y caos según el pronóstico matutino que rara vez acierta sus predicciones.
Sus ojos y esas miradas transparentes son las responsables de tempestades, diluvios, lloviznas, y lluvias torrenciales que lastiman y sanan según la intensidad de la copiosidad de sus lágrimas.
Que tus lluvias esperanzadoras y tus tormentas de granizo salvaje siempre me encuentren, en un reparo, mirando y contemplando tu majestuosidad natural y el alcance infinito de tus gotas, que aunque muchas veces me mojan, hoy tal vez lo único mojado que tengo son mis ojos, que tristemente ven como las nubes son lejanas y que tal vez haya un periodo de sequía en el cual deba encomendarme a Dios para que algún día, el pronóstico anticipe que tu lluvia me va a volver a alcanzar.
Persona tormenta que consigo lleva tanta calma y tanta violencia a partes iguales, ojalá tus nubes nunca dejen de seguirme. Yo por mi parte voy a estar todos los días, de forma devota, buscando en todos los diarios y servicios meteorológicos un indicio de tu presencia, mirando al cielo en búsqueda de una nube pasajera que tal vez se transforme en un lienzo gris y que finalmente tus lágrimas o tus gotas me vuelvan a tocar.
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