La época actual trae consigo cambios abruptos, desenganches del Otro, compulsiones, toxicidades, soledades, ansiedades y demás efectos que podrían caracterizarse como negativos. Sin embargo, toda época tiene sus consecuencias. En este sentido, cada época se definirá por el modo de dar respuesta a un determinado malestar y por los desajustes que en este intento provoque.
Ahora bien, hay algo que las épocas, desde 1900, tienen en común: el psicoanálisis ha estado allí para intentar rescatar lo singular entre tanta homogenización.
Cabe preguntarse: si el «padre» o la «figura paterna» ya no son como lo plantearon Freud y Lacan, si el Edipo es obsoleto, si el goce se ha vuelto omnipresente y se ha sustraído de la lógica fálica, si los síntomas clásicos han sido desplazados por los síntomas desprovistos de sentido, si las terapias que se demandan deben ser rápidas, efectivas y basadas en la evidencia: ¿por qué el psicoanálisis? ¿qué puede aportar?
Respecto del padre.. una salvedad: en los tiempos que corren es ya insostenible una constelación familiar unívoca. No se trata de lugares encarnados por personas, del padre como «el hombre de la casa», por ejemplo. Eso no es así. «‘Padre’, si se conserva como función, es una instancia en el interior de todo sujeto psíquico, sea cual fuere la definición de genero que adopte y la elección sexual de objeto que lo convoque» (Bleichmar, 2008). Entonces, la cuestión es cómo se encarna ésta función en un mundo donde donde nadie cree en ningún ideal y la necesidad que impera es la de identificarse con algo para tener un lugar.
Hoy la clínica, que antes empujaba hacia o en contra de las identificaciones, en muchos casos va en búsqueda de fortalecer una identificación. Cuando existía un Dios que prohibía y ordenaba, el punto era encontrar el Dios de cada quien. Ahora en su lugar están los nuevos síntomas y no en todos los casos es conveniente tocar la identificación a ellos. El psicoanálisis va en búsqueda de encontrar algo que oriente, una versión singular de arreglárselas con el Otro sexo.
El goce, por su parte, intenta ser homogeneizado por el mercado. Todos consumen lo mismo y en esto el toxicómano es paradigmático: no hay diferencia de sexos porque se sale de ese problema. La apuesta del psicoanálisis consiste en recortar el modo singular en que se goza, el lazo que se hace al Otro y el modo en que el cuerpo entra en juego allí.
En cuanto al síntoma, por último, se trata de darle algún sentido con destino a perderse. Buscar en la historia singular subjetiva su origen para poder situarlo y que el sujeto crea en una causa inconciente para aquello que padece. ¿Para qué? Para que pueda hacer algo más que padecerlo. Parece simple. No lo es.
En un mundo hipermoderno donde todo es posible (‘imposible is nothing’), el psicoanálisis invita a pasar por la experiencia de la falta y del vacío, en búsqueda de respuestas (y sobre todo preguntas) singulares. Mientras la gente hable, habrá tropiezos. Y ahí el psicoanálisis.. en el tropiezo de cada quien.
Lic. Amparo Otero.-
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