El matrimonio se incorpora lentamente con intención de dar por terminada su participación en la opípara cena con la cual Evans, el único hijo que han tenido, los agasajó durante esa noche buena, a la espera de la navidad.
Milena, la prometida que hoy les ha presentado los imita en acto e intención. También para ella se ha hecho tarde y procede con amabilidad y sencillez en su despedida. Besa en ambas mejillas a la madre de Evans, su prospecto de suegra. Abraza afectuosamente al padre de Evans, a quién siente ya su futuro suegro y a pocos pasos de la puerta se despide del dueño de casa con un cálido beso de enamorada prometiendo volver pronto. Muy pronto.
Segundos después es su madre quien se despide de él con repetidos besos y elogios hacia la muchacha que les ha presentado y que acaba de marcharse.
Finalmente, cuando su padre está ya por atravesar el umbral, Evans les manifiesta su agradecimiento por la atención y el diálogo cordial brindado a la joven que hoy les hizo conocer, pero no puede evitar reprocharles cálidamente que nunca tuvieron la misma actitud con las otras candidatas que invitó a cenar en años anteriores, a quienes siquiera les dirigieron la palabra.
A lo que su padre contestó flemático y con cierta conmiseración:
– A las otras jóvenes no la podíamos ver. Pero a esta sí, pues al igual que tu madre y yo, ella también está muerta.
Imágenes violentas asaltan la mente de Evans.
Lo sucedido años atrás vuelve a su memoria para atormentarlo.
Una vez más, su mano vierte el condimento equivocado dentro del recipiente donde se cuece el plato principal que todos disfrutarán.
Minutos más tarde sus progenitores yacerán en el suelo de esa misma habitación.
Lo mismo sucederá con la ocasional invitada que aquella noche fatídica les presentara. Esa misma muchacha. La de esta noche.
Pero a él nada le había ocurrido.
Porque él estaba acostumbrado a ese ingrediente que papá escondía en la parte alta de la alacena.
Lo había comenzado a consumir desde pequeño y en mínimas cantidades.
Es que le gustaba el sabor que tenía.
Por ello, aquella navidad de años anteriores, les quiso dar una pizca para que al menos lo probaran como influencia diferente sobre los anodinos alimentos rutinarios de la ocasión.
Él no había tenido mala intención.
No sabía que esa sustancia que tanto le agradaba era un veneno letal sobre el cual su organismo era ya inmune.
-¡Vamos, hijo, supéralo!- Dice el padre mientras palmea su hombro y se dispone a retirarse.- Te has puesto pálido como un fantasma.-
FIN
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