Llueve. Son las 8 de la noche y su mente divaga. El café ya va a cerrar y es la última persona allí. Sale sin paraguas y camina sin rumbo fijo deseando perderse pero ¿cómo perderse en esta gran ciudad cuando ya se encuentra perdida en su mente? .

Cambia el rumbo y regresa a casa ¿qué más podría hacer? ¿vagar por la alameda mientras intenta arrancarse a la fuerza el vacío que siente? Ninguna opción suena tentadora. Nada suena tentador en realidad y en su interior, nada cambia. 

Camina por largos minutos esperando algo diferente, pero, al igual que el día anterior, todo es lo mismo. Un paisaje distinto, un clima distinto y gente diferente en su camino y, sin embargo, para ella todo es lo mismo. 

La lluvia disfraza sus lágrimas y el ruido de la ciudad cubre por un segundo el silencio ensordecedor de su interior. El frío es el mismo dentro y fuera; en eso al menos su cuerpo está de acuerdo con el ambiente. 

Sube empapada al metro pero, nada cambia. Gente ansiosa por llegar a su hogar, risas compartidas de jóvenes, gente durmiendo, músicos y vendedores, nada cambia. 

Llega a casa, se ducha, se acuesta y duerme. Amanece, se levanta y nada cambia. 

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