Llego por primera vez a este espacio y siento la necesidad de que mis dedos tomen vida propia y tecleen sin parar, mientras mi mente se traslada al momento presente y tomo atención a toda sensación, recuerdo y pensamiento que se instala en el ahora. A través de mis oídos percibo risas, gritos y golpeteo de zapatos en el pavimento, pertenecientes a un grupo de niños que se encuentran jugando y disfrutando de su infancia en el sector de áreas verdes de mi edificio. Y más que prestarles atención a ellos, mi mente viaja a un tiempo pasado, donde me proyecto en esos niños que oigo, pero donde lamentablemente no llego a una positiva comparación, donde más bien recuerdo a una niña oprimida, llena de miedos, inseguridades y prácticamente aislada del mundo exterior, todo eso a raíz de un padre alcohólico, maltratador y abusador, el cual cambió mi vida por completo y donde hoy, teniendo 29 años, todavía quedan huellas. Más que con niños que juegan felices, me podría comparar para aquel entonces con un canario atrapado en una jaula, donde me crié y aprendí esa forma de vivir, caracterizada por la constante incertidumbre de mi destino, con la sensación de sentirme indefensa y a la completa entrega de mis cuidadores, débil muchas veces, pero con la esperanza de salir algún día de mi jaula, poder volar y sanar. Cuando fui creciendo y logré salir de ahí, fue como si muchas de mis plumas (me las imagino de color gris) se hubiesen caído y comenzaran a aparecer unas nuevas y llenas de colores. En el presente, todavía me queda plumaje por cambiar, sigo sintiéndome muchas veces como esa ave enjaulada, como esa niña temerosa y atrapada, llena de sensaciones negativas y en una constante sensación de nostalgia, pero me esfuerzo cada día por llegar a ser el ave que siempre he soñado, sin la necesidad de un hermoso plumaje, pero con la sensación de libertad y sanación.
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