Vamos a la deriva, mientras decimos que todo va genial, pero sólo tienes que mirar a tu alrededor para darte cuenta que es un falso bienestar y que casi nada está bien.

Decides poner un desinformativo y lo único que consigues es sentir asco y repulsión por su intento de manipulación y por sus noticias sensacionalistas.

No todo puede valer para tener éxito, mientras una familia llora su tragedia, escupe su dolor.

Y tu como periodista te frotas las manos mientras buscas el titular más escabroso para llevar a las masas.

Y las masas ansiosas tragan lo que les eches sin criterio para no pensar en sus miserables vidas.

Y las masas ansiosas devoran toda parrilla televisiva para distraer el hastió

que les produce su propia vida.

La tele se ha convertido en el opio del pueblo. Muchas personas están enganchadas y necesitan su dosis diaria para rellenar sus horas vacías, sus horas bajas.

El presentador de turno se convierte en tu gurú espiritual. Sólo él sabe que tienes que ver, sólo él sabe que tienes que escuchar, sólo él sabe qué tienes que entender.

Y así se consigue el plan perfecto, tú te sientes bien, una vida plena.

Él se asegura continuar una temporada más, y en cada programa va perdiendo una gota de humanidad, en cada espectáculo bochornoso va perdiendo empatía, en cada noticia sensacionalista ve perdiendo profesionalidad, en cada emisión va perdiendo valores.

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