En su texto sobre la Escritura, Ramón C. nos regala una conclusión bastante abierta. Sujeta a ser interpretada como una «oda» a lo permitido dentro de la magnificencia que significa construir vocablos con significados y significantes.
Nos vende, entonces, la idea de una versatilidad o irrelevancia de las formas que debiera ser permitida, solo por encontrar algunos pasajes históricos que la sustentarían desde el punto de vista del canal de elaboración: piedra, papel, pantalla.
Las formas de la comunicación han cambiado, sí, pero el objetivo sigue siendo el mismo: conectarnos y entendernos. La escritura es la base para ese entendimiento. Ella figura como un hilo invisible que ordena los códigos y que permite una decodificación en el receptor. Esta decodificación será tan exquisita, proporcional y exacta a la intencionalidad del mensaje según como se hayan emitido las palabras, tanto en papel como en una herramienta digital. Aquí el recurso técnico no es tan limitante como sí lo es el basto o vago conocimiento.
Tan importante es escribir bien, incluso desde su forma manuscrita que, expertos en salud mental reportan estudios sobre el funcionamiento de cerebral y las potencialidades que trae en los hemisferios, el uso de la escritura a mano.
La psiquiatra Marían Rojas Estopé, en una de sus conferencias con la academia de Mentes Expertas, refiere esta importancia, la de tomar apuntes, llevar diarios y comunicarnos, como en otrora, a través de cartas.
El valor de esta habilidad ayuda a la memoria a permanecer con el tiempo y a desarrollar, inclusive, un ordenamiento cerebral en medio de tanto «caos» digital con la sobresaturación de la información, mucha de ella, poco veraz.
Si de expertos hablamos en materia de formas y conocimiento, vale la pena mencionar a Vygotsky quien le otorgó al lenguaje un superpoder: El de desarrollar nuestro pensamiento a partir de la conexión con los otros. Aunque este lingüista no se detuvo en las formas y/o códigos estructurales del mensaje, sí le adjudicó la importancia en la conformación mental del individuo a partir de sus palabras.
De allí que, la transformación del lenguaje a la que alude Ramón C. y de la cual nos hace espectadores, resumiendo la realidad cambiante que circunda en torno a él, nos hace reflexionar sobre si esos cambios responden a verdaderos propósitos metalinguísticos o son nada más que otra trama de la inmediatez y la superficialidad.
«Escribir es una herramienta fascinante y gratis. Desde que han llegado las nuevas tecnologías, cuya base es fundamentalmente la escritura, esta se ha convertido en una habilidad mucho más transversal de lo que era hace 25 años. Es decir, que la escritura va a formar parte de los quehaceres profesionales de los chicos, por lo tanto, es muy importante a que aprendan a escribir bien», expresa Estrella Montolío, catedrática en Linguística de la Universidad de Barcelona, cuando participó de una entrevista sobre la representación humana a través del lenguaje.
En las palabras de Montolío está la diferencia de la transformación, una que signifique que los cambios en hacia una escritura más sofisticada y tecnológica no la conviertan en una tarea superflua e incipiente.
Aprender a escribir bien, detalla la lingüista española, significa «elaborar textos que cumplan los objetivos comunicativos para los que han sido diseñados. Si yo lo que quiero hacer es un WhatsApp divertido, he escrito bien si el destinatario se ríe; si lo que creo es hacer un currículo vitae persuasivo, habré cumplido el objetivo, si la apersona de recursos humanos decide que este destaca del resto…».
Entonces, al lenguaje popular del que nos habla Ramón C. le podríamos agregar un par de adjetivos y adverbios. Una transformación que no olvide la necesidad de escribir y comunicarse bien. Y esto no es, ni puede ser un proceso autómata, aunque sea sofisticado, por el contrario, se trata de un aprendizaje largo, complejo e interminable.

Un emoticon de corazón roto llevó a la angustia de una hija lejos de su madre, pero no era tristeza lo que abordaba el mensaje, sino un gesto solidario, dador, como el de un amor dividido en partes iguales para sus retoños. Si cambiamos la forma, debemos hacerlo bien, para que el objetivo comunicacional no se rompa o seremos testigos silentes de una generación llena de conflictos, en gran parte, por sus falencias de orden formativo y comunicacional.
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