
«YO JUAN »
en
«LA PRIMERA CRUZADA»
Durante los siglos 7 y 8 dC. Los ejércitos del Islam conquistaron el Oriente Medio, el Norte de África y España. Las conquistas islámicas fueron un duro golpe para el mundo cristiano, de los cinco patriarcados cristianos de ellos habían sido conquistados por los ejércitos islámicos. Jerusalén, Alejandría y Antioquía, Quedando sólo Roma y Constantinopla aun bajo el dominio cristiano. Invasores «sarracenos» golpeaban en cualquier lugar que quisieran, saquear las tierras y tomar a los pueblos costeros como esclavos. De hecho, grandes áreas de las costas del Mediterráneo fueron abandonados por las comunidades cristianas al resultado de estos ataques.
”Francia, 27 de noviembre de 1095 el papa urbano ll reunió un concilio en Clermont por los menos cuatrocientos cristianos, frente a quienes pronunció un discurso incitando a todos los cristianos a recuperar los lugares sagrados de Palestina, la que estaban en manos de los turcos seléucidas de religión islámica, y estimulando el entusiasmo con la concesión de indulgencias y las ventajas económicas que ofrecería la colonización de un territorio fértil y escasamente poblado. La respuesta de quienes lo escuchaban, el grito de Dios lo quiere, se convirtió en el grito de guerra de los cruzados. Al año siguiente 15 de agosto de 1096 partió hacia Oriente una nutrida expedición de caballeros de Francia, Normandía, Lorena y Flandes, encabezada por Godofredo de Bouillon, Balduino de Boulogne, Roberto de Normandía, Raimundo de Toulouse y otros.
«DISCURSO DEL PAPA UBANDO ll EN EL CONCILIO DE CLERMONT
¡Oh, raza de francos, la raza desde el otro lado de las montañas, naciones, la raza elegida y amada por Godas, que vemos brillar en vuestras obras, elegidos y queridos de Dios, y separados de otros pueblos del universo, tanto por la situación de vuestro territorio como por la fe católica y el honor que profesáis por la santa Iglesia! Es a vosotros que se dirigen nuestras palabras, es hacia vosotros que se dirigen nuestras exhortaciones. Queremos que sepáis cuál es la dolorosa causa que nos ha traído hasta vuestro país, como que peligro amenaza a vosotros y a todos los fieles.
De los confines de Jerusalén y de la ciudad de Constantinopla nos han llegado tristes noticias; frecuentemente nuestros oídos están siendo golpeados; pueblos del reino de los persas, nación maldita, nación completamente extraña a Dios, raza que de ninguna manera ha vuelto su corazón hacia Él, ni ha confiado nunca su espíritu al Señor, ha invadido en esos lugares las tierras de los cristianos, devastándolas por la espada, el pillaje, el fuego, se ha llevado una parte de los cautivos a su país, y a otros ha dado una muerte miserable, ha derribado completamente las iglesias de Dios, o las utiliza para el servicio de su culto. Destruyen los altares, después de haberlos contaminado con su inmundicia. Circuncidan a los cristianos y la sangre de la circuncisión es rociada sobre el altar o las pilas bautismales. Les gusta matar a otros abriéndoles el abdomen, sacándoles una extremidad del intestino que luego atan a un poste. A golpes los persiguen alrededor del poste hasta que se les salen las vísceras y caen muertos en el suelo. Otros, amarrados a un poste, son atravesados por flechas; a algunos otros, los hacen exponer el cuello y, abalanzándose sobre ellos, espada en mano, se ejercitan en cortárselo de un solo golpe. ¿Qué puedo decir de la abominable profanación de las mujeres? Sería más penoso decirlo que callarlo. Ellos han desmembrado el Imperio Griego, y han sometido a su dominación un espacio que no se puede atravesar ni en dos meses de viaje. ¿A quién, pues, pertenece castigarlos y erradicarlos de las tierras invadidas, sino a vosotros, a quien el Señor a concedido por sobre todas las otras naciones la gloria de las armas, la grandeza del alma, la agilidad del cuerpo y la fuerza de abatir la cabeza de quienes os resisten?
Que vuestros corazones se conmuevan y que vuestras almas se estimulen con valentía por las hazañas de vuestros ancestros, la virtud y la grandeza del rey Carlomagno y de su hijo Luis, y de vuestros otros reyes, que han destruido la dominación de los Turcos y extendido en su tierra el imperio de la santa Iglesia. Sed conmovidos sobre todo en favor del santo sepulcro de Jesucristo, nuestro Salvador, poseído por pueblos inmundos, y por los santos lugares que deshonran y mancillan con la irreverencia de sus impiedades. ¡Oh, muy valientes caballeros, posteridad surgida de padres invencibles, no decaed nunca, sino recordad la virtud de vuestros ancestros!
Pero si se ven obstaculizados por el amor de los niños, padres y esposas, recordar lo que dice el Señor en el Evangelio: «Quien ama a su padre y a su madre más que a mí, no es digno de mí» (Mt 10,37). «Aquel que por causa de mi nombre abandone su casa, o sus hermanos o hermanas, o su padre o su madre, o su esposa o sus hijos, o sus tierras, recibirá el céntuplo y tendrá por herencia la vida eterna» (Mt 19,29). Que no os retenga ningún afán por vuestras propiedades y los negocios de vuestra familia, pues esta tierra que habitáis, confinada entre las aguas del mar y las alturas de las montañas, contiene estrechamente vuestra numerosa población; no abunda en riquezas, y apenas provee de alimentos a quienes la cultivan. De allí procede que vosotros os desgarréis y devoréis con porfía, que os levantéis en guerras, y que muchos perezcan por las mutuas heridas. Extinguid, pues, de entre vosotros, todo rencor, que las querellas se acallen, que las guerras se apacigüen, y que todas las asperezas de vuestras disputas se calmen. Tomad el camino del Santo Sepulcro, arrancad esa tierra de las manos de pueblos abominables, y sometedlos a vuestro poder. Dios dio a Israel esa tierra en propiedad, de la cual dice la Escritura que «mana leche y miel» (Nm 13,28); Jerusalén es el centro; su territorio, fértil sobre todos los demás, ofrece, por así decir, las delicias de un otro paraíso. El Redentor del género humano la hizo ilustre con su venida, la honró residiendo en ella, la consagró con su pasión, la rescató con su muerte, y la señaló con su sepultura. Esta ciudad real, situada al centro del mundo, ahora cautiva de sus enemigos, ha sido reducida a la servidumbre por naciones que no conocen a Dios, a la adoración de los paganos. Ella os demanda y exige su liberación, y no cesa de imploraros para que vayáis en su auxilio. Es de ustedes eminentemente que ella espera la ayuda, porque así como os lo hemos dicho, Dios os ha dado, por sobre todas las naciones, la insigne gloria de las armas. Tomad, entonces, aquella ruta, para remisión de vuestros pecados, y partid, seguros de la gloria imperecedera que os espera en el reino de los cielos.
Este discurso de Urbano II tocó los corazones de todos. Cuando preguntó a los asistentes si pondrían su espada al servicio de Dios, toda la audiencia contestó con un sonoro “Deus vult! Deus vult!” [Dios lo quiere, Dios lo quiere], que a partir de entonces se convertiría en el grito de guerra de los cruzados-
-Cuando se restableció el silencio, el Santo Pontífice continuó:
He aquí que hoy se cumple en vosotros la promesa del Señor que dijo que donde sus discípulos se reúnen en su nombre, Él estará en medio de ellos. Si el Salvador del mundo está ahora entre vosotros, si fue Él quien inspiró lo que yo acabo de escuchar, fue Él quien ha sacado de vosotros este grito de guerra, “«¡Dios lo quiere!», y dejó que fuese lanzado en todas partes como testigos de la presencia del Señor Dios de los Ejércitos!”
El Papa levantó la Cruz ante la asamblea, el signo de la Redención, y dijo:
—Es el mismo Jesucristo que deja su Sepulcro y os presenta su Cruz. Será el signo que unirá a los hijos dispersos de Israel. Levantadla sobre vuestros hombros y colocadla en vuestros pechos. Que brille en vuestras armas y banderas. Que sea para vosotros la recompensa de la victoria o la palma del martirio. Será un incesante recordatorio de que Nuestro Señor murió por nosotros y que debemos morir por Él.
No recomendamos ni ordenamos este viaje ni a los ancianos ni a los enfermos, ni a aquellos que no les sean propias las armas; que la ruta no sea tomada por las mujeres sin sus maridos, o sin sus hermanos, o sin sus legítimos garantes, ya que tales personas serían un estorbo más que una ayuda, y serán más una carga que una utilidad.
Que los ricos ayuden a los pobres, y que lleven consigo, a sus expensas, a hombres apropiados para la guerra.
No está permitido a los sacerdotes ni los empleados, de la orden que sean, partir sin el consentimiento de su obispo, ya que si parten sin ese consentimiento, el viaje les será inútil. Además, no es justo que los laicos entren a la peregrinación sin la bendición de sus sacerdotes.
Quien tenga, pues, la voluntad de emprender esta santa peregrinación, deberá comprometerse ante Dios, y se entregará en sacrificio como hostia viva, santa y agradable a Dios; que lleve el signo de la Cruz del Señor sobre su frente o su pecho; que aquel que, en cumplimiento de sus votos, quiera ponerse en marcha, la ponga tras de sí, en su espalda. Cumplirá, con esta acción, el precepto evangélico del Señor: «El que no tome su cruz y me siga, no es digno de mí».
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Con el objetivo de extender el imperio de la Religión Católica y el poder de la Santa Sede en Oriente, el Papa San Gregorio VII ya había exhortado a los fieles a tomar las armas contra los musulmanes, prometiendo él mismo liderarlos hacia Asia.
En sus cartas, San Gregorio VII habla de cómo los sufrimientos de los católicos en Oriente lo afectaban hasta el punto que deseó la muerte. Decía que querría arriesgar su propia vida con el fin de liberar Tierra Santa. Sin embargo, San Gregorio VII no pudo realizar su plan debido a los problemas internos en Europa.
Movido por el mismo espíritu de su predecesor, el Beato Urbano II resolvió convocar el Concilio de Clermont en noviembre de 1095 en el sur de Francia, la nación de corazón de guerrero, la misma que por muchos siglos había dado el tono a toda Europa.
Respondiendo al llamado del Papa más de 200 Arzobispos y Obispos, 4.000 eclesiásticos y 30.000 legos. Los más famosos Santos y Doctores lo honraron con su presencia ilustrándolos con sus consejos.
La Tregua de Dios fue proclamada al mismo tiempo que la Guerra de Dios [la Tregua de Dios concedía la inmunidad de la violencia a los campesinos y clérigos que no podían defenderse].
El Concilio aprobó numerosos decretos para la disciplina eclesiástica y la reforma de la Iglesia, incluyendo los concernientes a la simonía y al matrimonio sacerdotal. Pero todos esos decretos – incluso la excomunión de Felipe I, el Rey de Francia, por adulterio – no lograron desviar la atención general del punto que se consideraba más importante, que era la cautividad de Jerusalén y los abusos que se producían ahí.
El día del discurso del Papa Urbano, el Concilio se reunió en la extensa plaza fuera de la puerta oeste de Clermont donde se instaló el trono papal a fin de dar cabida a la inmensa multitud. El Papa, seguido por sus Cardenales, llegó en procesión y comenzó la reunión.
El Obispo de Puy, fue el primero en entrar en la cruzada, tomando la Cruz de las manos del Papa. Muchos otros siguieron su ejemplo. El Papa prometió a los cruzados la absolución de sus pecados. Y colocó a sus personas, familias y bienes bajo la protección de la Iglesia y de los Apóstoles Pedro y Pablo. El Concilio declaró que cualquiera que hiciese violencia contra los soldados de Cristo sería castigado con el anatema (excomunión).
El Papa reglamentó la disciplina y fijó la fecha de partida para aquellos que se habían enlistado en la Santa Milicia. Temeroso de que algunos pudieran permanecer en sus ciudades a causa de sus intereses personales, amenazó con la excomunión a aquellos que no cumplieren con sus juramentos.
Además viajó a través de las varias provincias de Francia para completar su trabajo, convocando otros concilios.
Este entusiasmo ilimitado lo siguió y lo comunicó al resto del pueblo francés, y luego se extendió a Inglaterra, Alemania, Italia e incluso España, que estaba combatiendo a los sarracenos en su propio territorio.
Todo Occidente fue movido por estas palabras: “El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí.” Todas las Órdenes de Caballería tomaron la Cruz como símbolo. “Recibe esta espada en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.”
El sacerdote de cada parroquia bendecía las armas que se acumulaban delante de él.
Rogaba a Dios concediera a aquellos que las llevaran, el valor y la fortaleza que llevaron a David a derrotar el infiel Goliat.
Al entregar a cada caballero la espada que había sido bendecida, el sacerdote decía:
“Recibe esta espada en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Que te sirva para el triunfo de la fe. Sin embargo, no derrames con ella la sangre del inocente.» Después de rociar los estandartes de la Cruz con agua bendita, se las entregaba diciendo: “Ve a combatir por la gloria de Dios y deja que este signo te haga triunfar de todo peligro.” Los cruzados recibían sus símbolos sobre sus rodillas.
«EL INICIO DE LA CRUZADA»
15 de agosto de 1096 el Sol ya estaba en los altos, un gran estandarte con la insignia de una cruz, ondeaba con el viento en una lanza de madera. El ejército cruzado comienza con la formación del primer estado cruzado. Los preparativos para salir de sirvientes y escuderos quienes atan las sinchas y preparan los caballos y mulas cargadas con bultos.
Los generales gritaban agrupando al ejército para la salida. Era la primera cruzada para liberar tierras santas. Ya todos agrupados caballerias y peregrinos. Un clérigo francés líder religioso de la llamada Cruzada de los Pobres, Pedro el Ermitaño, también llamado Pedro de Amiens, comiensa con una letania al cielo-luego la bendicion a todos los Caballeros cruzados de armas y tropas
Yo Juan habia conseguido un caballo para alistarme en la cruzada. Seguidamente aquel ritual en Latin termina y el ejército cruzado que va hacia tierras santas, comienza con la peregrinacion por el desierto, sobre lomo de caballo. Luego de un dia de peregrinacion hacia el oriente, la columna hace un alto en pleno desierto, para abrevar y descansar los caballos.Los caballeros se apean y bajan las monturas. Rapidamente se forman grupo de cinco a seis personas, bajo la orden de sus Capitanes.
Aquellos hombres hacen fuego y comen carnes charqueadas cocinadas al fuego. Algunos duermen en el descampado, otros pasan las horas de la noche conversando entre las dunas de arena, alrededor de las fogatas. La oscuridad inundo aquel firmamento, mientras, Juan se encontraba sentado meditativo y apartado de los grupos. El no se juntaba con nadie para hablar y muy pronto desperto curiosidad, entre los otros cruzados.
Repentinamente se le acerca el lider de un grupo y pregunta — ¿No trajiste nada para comer, tus familiares no te dieron agua medicamento o viveres para tu cruzada? —No lo necesito. Dios me provee de todo. —Eres un Angel acaso —¡¡¡No!!! —Yo Soy un Nazareo. — ¿Porque estas con nosotros…? —Estoy aquí para cuidarles a ustedes y para que no pequen contra Dios. Y aquel Capitan se retiro y fue a trasmitirles a todos lo que Juan dijo. Y ellos se rieron a carcajadas, burlandose, dijeron que Juan estaba loco.
Al otro dia llegan a una Ciudad de comunidad judía y sarracena mesclados todos juntos. Aquel Capitan de los cruzados agrupo la formacion para el ataque. Las persecucion iba comenzar por manos de aquel grupo de cruzados procedentes de Francia. Aquellos hombres pertenecian a las clases sociales más bajas (campesinos en su mayoría) Sin saber en realidad que Judios y sarracenos eran de razas diferentes.
Un caballero Cruzado ondea el estandarte de la cruz con el grito de Deus vult! Deus vult!” [Dios lo quiere, Dios lo quiere] Y toda la caballeria y por detras la infanteria arremeten gritando. Y a partir de entonces el grito de Dios lo quiere se convertiría en el grito de guerra de los cruzados. La orda de ginetes con sables en manos puñales y lanzas arremeten, gritando su grito de guerra, contra aquel poblado Turco -atacando con sañas y rabias, con odio racial, a aquellos que consideraban erejes- y enemigos de los cristianos (a pesar de que muchos de ellos eran indefensas mujeres niños y niñas)
He visto en determinado momento que, aquellos caballeros galopando tomaban a niños de las ropas, y lo envestian por la paredes de los edificios- mientras a otros perseguian sobre los caballos y los descapitaban con sables. Tambien muchos ginetes se tiraban sobre las mujeres y las violaban, a las que luego de igual manera degollaban- produciendose una gran matansas de mujeres hombres niños.
Tambien en aquella primera cruzada comenzo las barbaridades como violaciones, robos y quemas. Tanto hombres y mujeres de aquel acentamiento fueron perseguidos entre los pasillos y asesinados. Los caballeros entraban rompiendo y destruyendo puertas.
Siguiendosle montado sobre mi caballo, a tres de ellos quienes rodearon a una Sarracena. Ella estaba echada sobre un monticulo entre las ruinas pidiendo clemencia. Mientras, otros infantes saqueaban los abitaculos apropiandose de monedas joyas y halajas de oro. Seguidamente dos de aquellos caballeros bajaron rapidamente del lomo del caballo y rodearon a la joven mujer Sarracena (habitante del desierto). Uno de ellos espada en mano toma de la ropa de la mujer y la destroza, desgarrandola y dejando semidesnuda parea abusar de ella.
—¡¡¡Alto alli caballeros…!!! — ¿No les dais verguenza…? El papa habia prohibido expresamente no hacerles daño a personas inocentes.
Muy pronto tambien yo descendi del caballo con una espada de doble filo en mano, y me interpuse entre la joven y aquel oficial de caballeria. Aquella joven huye aprovechando la oportunidad. Mientras, el caballero lleno de furia grita amenazando — ¿Insinua enfrentarme acaso…? (Juan) — ¡No tenemos porque luchar entre nosotros…! Somos todos cruzados dije, mostrandole la capa blanca con la cruz roja al pecho, los otros dos gritan encolerizados. —Matemosle, es un metizo Sarraceno. Y comienzan atacarme.
Tuve que luchar contra ellos defendiendo mi integridad, dobles y mandobles iba y venian hasta, que, salte sobre uno de ellos apuñalandole en el cuello y quedaron dos. A una seña de aquel superior, uno de ello huye para avisar a otro de su grupo y seguidamente tambien el caballero oficial ofedido sube sobre su caballo diciendo. — ¡Por esta vez mestizo te salvas de mi espada. Pero cuidate la espalda! Y se largo sobre el caballo con túnica de tela blanca, que recubría todo el conjunto para aliviar el calor del desierto.
Poco mas tarde terminaron los gritos, solo habia ruidos de corazas de armas y coses de caballos, tambien murmullos de conversaciones de caballeros, quienes urgaban los recintos para saquear.
Desde la parte de afuera de la ciudad, se escucho alto y fuerte el sonido de un cuerno de batalla, ordenando agrupacion en un lugar enplanado. Muy pronto todo lo que estabamos entre las ruinas salimos para reorganizarnos porque la peregrinacion continuaria hacia el oriente. Al salir de la ciudad asaltada y saqueada se veia mas alla el estandarte de la cruzada, y de nuevo la formacion para proseguir viaje. La infantería compuesto por soldados de a pie se formaron a la vanguardia y los jinetes en la retaguardia para el conteo de las tropas.
Mas tarde de nuevo por el caluroso desierto de arenas, habremos peregrinado un kilometro, cuando fuimos sorprendido por un ejercito de turcos selyúcidas del Sultanato de Rüm —quienes nos atacaron montados y armado con cimitarras (sable con hoja curva larga, originario de Oriente Medio)
Muy pronto me quede de a pie sin caballo, porque mi montado fue ultimado por un ballestero, la flecha saco de accion a mi montura. Muchos otros tambien en mi misma situacion se prepararon para luchar de a pie. Mas alla se veia un grupo de arqueros selyúcidas quienes lanzaban lluvias de flechas contra nuestra caballeria de la cruzada.
He visto que muchos de la caballeria quedaron de a pie. Entonces aquellos Turcos selyúcidas comenzaron a casarnos sobre la arena a los que quedamos de a pie, echando de sablazo con la cimitarra sobre mis compañeros. En aquel momento habiamos quedado desorganizados, al quedarno sin caballos. A mi izquierda el entreviero de infanterias cruzando contra turcos quienes se disputaban ferozmente sus vidas con intercambios de espadas lanzas y mazasos.
Muy pronto me ataco un turco montado a caballo, blandiendo un sable en el aire, como para descapitarme. Cuando llego hasta mí atropellando con el montado, le corte la pierna a su caballo con la espada de doble filo. Y aquel ginete cae estrepistosamente entre el arenal, formando un bolido de jinete y caballo. Cuando fui para exterminarle, se levanto y me enfrento. Seguidamente aquel turco recibio dos ballestazos, el primero en un brazo y el otro en el medio del pecho —y cayo en aquella duna de arena muerto.
Repentinamente tambien yo recibi en la espalda dos ballestazos, uno en mi pulmon izquierdo, el otro en el homoplato derecho, con lo cual caigo de rodillas — luego senti que dos hombre me levantaron por debajo de mi regazo— crei que me estaban auxiliando, pero no. Aquellos hombres me acuchillaron en los pulmones una vez y varias veces (luego me invadio la oscuridad)
Mas tarde en aquel desierto fui despertado por una voz que me dijo — levantate joven… Mire hacia la vos que me sorprendio, pues aquella vos provenia de un espiritu que estaba flotando en contraste al sol del oriente. Aquel santo varon vestia una refulgente y larga tunica blanca Seguidamente cuando se acerco a mí. He visto su rostro que la tenia como la de un muchacho joven. Y lo que mas me sorprendio fue el color de sus ojos, que tenia el color de un azul intenso.
Y me pregunto — ¿Que piensas hacer…? Pienso unirme a otro ejército de la cruzada, para continuar. — ¡Debes salir de este tiempo. Ya hiciste tu parte! ¡¡¡Te lo ordeno!!!
— ¿Quien eres señor…?
¡¡¡ Soy como es el señor. El que tiene la espada del Señor!!!
¡Vete de este tiempo. Y no regreses!
¡Esta bien señor asi lo hare en el nombre del Dios Rey Jesucristo…! Y me propulse en el espacio para salir en mi tiempo y epoca.
Fin
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